Foto archivo Gabriel García Márquez, Harry Ransom Center
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Gorgoni, el espía bueno

Prólogo de Gabriel García Márquez escrito en 1997 para el libro “Cubano 100 %” del fotógrafo italiano Gianfranco Gorgoni.

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Foto archivo Gabriel García Márquez, Harry Ransom Center
Redacción Centro Gabo

A poco más de un siglo de su invención, el arte de la fotografía ha adquirido un poder de evocación y de síntesis que terminará por convertirlo en el mejor testigo de la historia. De hecho ya lo ha sido en algunos de los grandes acontecimientos de esta época: Hay pocos libros, de los muchos y valiosos escritos hasta hoy, que nos transmitan el drama de la Guerra Civil española al primer golpe de vista, como la foto de un miliciano en el instante de ser alcanzado por un disparo certero. Su autor, el norteamericano Robert Capa, fue también el hombre adecuado en el lugar adecuado como corresponsal gráfico durante la Segunda Guerra Mundial, y en esa condición tomó una cantidad incontable de fotografías. Sin embargo, una sola habría bastado para resumir el drama de la Francia ocupada por los nazis: la muy conocida de los habitantes de Chartres el día de la liberación, viendo pasar a una mujer con la cabeza rapada y llevando en brazos al niño que tuvo con un militar alemán durante la ocupación.

Por cierto que Capa fue el único fotógrafo de prensa que participó en el desembarco de los aliados de Normandía, y todas sus fotos de esa epopeya, salvo una, se perdieron sin remedio por un error de laboratorio. Esta es sin duda una de las grandes catástrofes en la historia de la fotografía. Sin embargo, a pesar de haber sido seleccionada por el azar –que es el seleccionador más arbitrario que se pueda concebir– la foto única que se salvó resumirá para siempre aquel instante crucial de la humanidad: un soldado con todo su equipo de guerra encima, nadando en medio de los escombros del desembarco, para derrotar a los nazis en su propio terreno.

El francés Henri Cartier-Bresson ha visto a través de su vieja Leica incontables instantes de la historia del mundo entero. Pero una sola resume todo el instante, a la vez dramático y ridículo, de la derrota del capitalismo en China: un hombre que va al mercado con la parrilla de la bicicleta con un montón de billetes que apenas sí le alcanzarán para las compras del día. Numerosos acontecimientos como ese están en sus álbumes magníficos, y cuanto más se ven y se admiran se confirma la regla: una sola foto vale por todas. Pues en el arte de la fotografía, que es por excelencia el arte de la oportunidad,  una sola golondrina suele hacer todo el verano. Sin embargo, también como las golondrinas, esa sola fotografía sumaria no hubiera sido posible sin todas las otras. Los casos para demostrarlo serían interminables. Por ejemplo: la explosión de la primera bomba atómica en Hiroshima, que costó la vida a 60.000 personas y  dejó más de 100.000 heridos en un segundo, está resumida en la célebre foto de la silueta de una vigía en una escalera, que quedó impresa por la deflagración nuclear en el muro de un banco.

Toda la bestialidad de las autoridades de Vietnam del Sur durante la guerra contra el Vietcong, quedó plasmada en la foto del jefe de la policía de Saigón, el teniente coronel Nguyen Loan, en el instante de asesinar en plena calle a un supuesto agente enemigo con una bala de revólver en la sien. Algo así como el tiro de gracia antes de la ejecución. Este acto ejemplar de la barbarie contemporánea estaría hoy  en algún museo de lágrimas del pasado, si esa foto de Eddie Adams no estuviera ahí para recordarnos el otro horror de que el teniente coronel Nguyen Loan es ahora un próspero empresario de hamburguesas y leche malteada en los Estados Unidos. Así como serían más fáciles de olvidar las atrocidades de las tropas norteamericanas contra la población civil de Vietnam del Norte, si no fuera por la foto que Nguyen Kong Ut tomó a una niña de doce años desnudada en carne viva por el napalm.

La revolución cubana no podía ser una excepción: también ella tiene sus fotos ejemplares en cada una de las etapas de sus treintaiún años. La de la victoria sobre la dictadura de Batista la hizo el fotógrafo Agraz el 8 de enero de 1959, y en ella están juntos Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, cuando éste pronunciaba su primer discurso en La Habana después del triunfo de la revolución. En su hombro se había posado una paloma de las muchas que acababa de soltar la muchedumbre para saludar la paz: una casualidad poética que convirtió la foto en el símbolo de toda una época. El período siguiente fue el de los primeros intentos del gobierno de los Estados Unidos por impedir la consolidación y la batalla por aislar a Cuba. Por esos días, el canciller Raúl Roa les sacó la lengua a los fotógrafos de prensa en una conferencia internacional donde se intentaba estrangular a la revolución cubana. El tiempo ha demostrado que esa lengua de mofa es la imagen viva de aquellos tiempos.

Todo esto viene a cuento porque Cuba está viviendo los que podrían llamarse los años de la consolidación. Periodistas y fotógrafos de todo el mundo desembarcan a diario en la isla, la recorren de un extremo al otro, husmean por todos lados. Hay además un fotógrafo muy especial: el avión SR-71 de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, conocido como el Black Bird, que peina la isla completa de este a oeste cada 45 días a la velocidad fantástica de 2.400 kilómetros por hora y a una altura de 20.000 metros, y la fotografía de cuerpo entero con un equipo tan sensible, que los expertos podrían identificar una cabeza de alfiler perdido en los cañaverales de Oriente. Con un poco de cinismo, podría pensarse que esa fotografía total es sin duda la que mejor revela la realidad geográfica de la Cuba de hoy. Pero no revela lo más importante, que son los pequeños asuntos de la vida cotidiana, las alegrías y las penas de los cubanos comunes y corrientes, sus fiestas patrias, sus entierros, la realidad íntima de un país cuyos cambios de los últimos treinta años han sido tan rápidos y profundos que ni el propio Black Bird hubiera podido captarlos al pie de la letra.

Esto es lo que está intentando desde hace unos siete años el fotógrafo italiano Gianfranco Gorgoni, que ha recorrido la isla muchas más veces que el Black Bird con un ojo tan inquisitivo como el suyo, pero con una ventaja: a ras de tierra. Y haciendo además con los cubanos lo que el Black Bird sueña con hacer y no podrá hacer nunca: vivir con ellos.

Todo esto empezó porque a Gorgoni le aburría la idea de pasar el Primero de Mayo de 1974 en Nueva York, y un amigo le aconsejó pasarlo en Cuba. En su condición de reportero de prensa, Gorgoni había estado y había de estar en muchos lugares del mundo donde lo llevara la actualidad. Pasó una noche en una celda en donde estaban los instrumentos de tortura de la policía del Shah, en Irán, mientras la policiía del Ayatolah Komehini esclarecía su situación. Fue testigo de la insólita visita del presidente Sadat, de Egipto, al estado de Israel. Cuando estalló el conflicto de las Malvinas, logró llegar hasta el Ushuaia, una localidad del remoto sur de la Argentina, donde no llegaban ni los ecos de la guerra.

Sin embargo, una mañana abrió la ventana de su hotel de espera, y por puro vicio profesional tomó la foto de un enorme barco de guerra que estaba en los muelles. Esa fue la última foto del Belgrano, el acorazado argentino que los ingleses hundieron días después.

Aquel Primero de Mayo de su primera visita, Cuba empezaba ya a superar la mala época en que las muchachas se pintaban una raya en las pantorrillas para que pareciera la costura de unas medias que no tenían, había que hacer cola hasta para conseguir un sitio en las colas, y no era extraño encontrar por la calle un automóvil sin puerta cuyo conductor iba sentado en una silla de comedor. Los cubanos habían aprendido a sobrevivir al bloqueo impuesto por los Estados Unidos doce años antes, y la Cuba nueva empezaba a mostrar una cara distinta. Pero el pudor continuaba. Es muy difícil fotografiar a Cuba, porque los orgullosos cubanos son muy reticentes a mostrar las carencias que tantos años de bloqueo les han causado. Gorgoni, sin embargo, tomó su primera foto desde que llegó al aeropuerto, y diez años después había tomado más de 12.000. Una selección drástica de ellas son las 200 de este libro.

Pocos extranjeros han tenido ocasión de ver tan de cerca estos años de consolidación. Una vez Fidel Castro lo invitó a Santiago de Cuba en el avión en que iba él. Gorgoni se embarcó sin pensarlo ni siquiera una vez, a las once de una espléndida mañana de enero, y estaba tan entusiasmado tomando fotos a bordo, que cuando medía la intensidad de la luz no se fijaba siquiera de qué lado del avión estaba el sol, ni que su reloj estaba una hora delante de la realidad. No lo supo hasta que aterrizaron en el aeropuerto del Managua, para asistir a la toma de posesión del presidente de la república. Había sido una broma de Fidel Castro, pero el episodio revela hasta qué punto este italiano con cara de rumbero caribe ha podido penetrar en la realidad más profunda de la Cuba de hoy.

Este libro es una muestra certera de esos diez años de espionaje estético y humano, en un período de la revolución cubana que no tiene todavía la foto única que lo exprese en su totalidad. Sospecho que es un de estas: una sola. Se pueden ver al derecho y al revés, de atrás hacia adelante, a cualquier hora y en cualquier parte, pues no obedecen a ningún orden preconcebido. Están como fueron tomadas, a medida que ocurrían, y no fue el fotógrafo el que salió a buscarlas, sino que eran ellas las que se lo encontraban perdido en sus perplejidades de cazador solitario. Tratar de descubrir cuál es la foto que las resume a todas no será un acertijo de golondrinas, sino una manera jubilosa de penetrar en el aspecto más sorprendente y menos conocido de la Cuba de hoy: la vida.

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