Cuando se trata de literatura, y como en reiteradas ocasiones se ha afirmado, Gabo despunta en el listado de autores latinoamericanos por una obra prolífica que, difícilmente, puede reducirse al título que le daría el reconocimiento mundial como nobel. Como parte de mi periplo por las rutas del Cono Sur, en esa implacable búsqueda del propio ser que te anima al movimiento en su más perceptible estado, fui a dar a una pequeña comuna (pueblo) de Chile, cuyo nombre en castellano distaba del espíritu de la región pues la Araucanía representa para Chile el foco de resistencia indígena. El sistema de transporte en la Araucanía es un novedoso ferroviario de casi última generación y a un justo precio, teniendo en cuenta la inflación que los circunda. Recuerdo estar en Victoria y recibir de manos de otro amigo escritor, Alfonso Medrano, la invitación al primer encuentro de escritores de la Araucanía. La ocasión era verdaderamente especial pues, durante décadas, el grupo literario Erato había estado planeando. Por supuesto que accedí sin vacilar, un poco por el gusto natural de viajar en tren y el natural encanto que subyace a esos encuentros siempre cargados de entusiasta romanticismo y camaradería.
Pero no fuimos en tren ni tampoco en mi carro (para ese entonces, yo recorría el continente a paso de paisaje en un Citroën del año 1974) y sí como acostumbran a hacerlo en el país vinícola; "a dedo" haciendo "auto stop" "de chance en chance", como suele decirse a la altura de nuestro natural Caribe. A Collipulli, que en mapuche significa "tierras coloradas", llegamos sin sol para apreciarla, al menos en mi caso había querido en el momento, siendo una primera vez en el lugar que me recibiría y a fe que lo hizo y con lujo de detalles pues a cambio de un vistazo preliminar al pueblo, sonó desde las entrañas de su plaza principal el primer verso de los sabanales cantado por el mismísimo Calixto Ochoa. A medida que iba caminando, hipnotizada por la coincidencia, cada verso se hacía más audible calándome en lo más sincero de mis añoranzas y amores; ya había cumplido un poco más del primer año lejos de casa: mi raíz y mi acento. Este suceso, de más que completamente mágico, se convirtió en el abrebocas de lo que sería el encuentro con el resto de escritores totalmente conmocionados por concretar, finalmente, la ocasión.
Eran un número considerable de especímenes únicos, con sus cuestionamientos y excentricidades a los que se tiene derecho, sin mayor explicación. Alfonso, el músico invitado y yo éramos los más jóvenes, al menos en edad. Y ahí aparece Gabo, para no darle más vuelo a los recuerdos que tanto saben de disiparnos en ellos. Gabo apareció tras las bambalinas de una canción y se instaló como uno de los temas centrales para discutir en el espacio. Yo desconocía tal objetivo. Se trataba, entonces, de una serie de ponencias en las que se destacaba la obra poética de Jorge teillier cuyos amigos -varios de ellos presentes- deseaban evocar al hombre tras la pluma. Gabo todavía vivía y dudo mucho si alguna vez llegó a conocer en vida a Collipulli. Sin embargo, su obra sí llegó y se instaló de tal manera en el imaginario del ponente araucano quién tituló su ponencia "los seis momentos estelares de la literatura universal", un nombre ostensiblemente poderoso, enérgico y problemático, si se quiere, para el mundo de las letras. Todavía no recupero el nombre del ponente y, para serles franca, sólo retumba en mí algunas frases de Rimbaud y Proust.
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