Del Gabo periodista aprendí que todo, o mejor casi todo, es sujeto de ser contado. Y que el periodismo es la habilidad para contar no sólo lo obvio sino lo incontable.
Eso lo aprendí leyendo sus textos periodísticos en los que de una historia aparentemente inocua sacaba una noticia insospechada. De repente, y gracias al Gabo periodista, todo había que observarlo más de diez veces; todo había que preguntarlo no una ni dos sino miles de veces.
Luego, cuando lo conocí en París, siendo yo corresponsal de El Espectador, descubrí como era que escogía los temas de sus columnas y comprendí que lo importante no era el tema en sí mismo, sino el ángulo con que los abordaba. Vi como iba tejiendo sus columnas día a día con una dificultad que sólo los que somos columnistas entenderíamos. Y recuerdo muy bien su respuesta el día que le pregunté por qué había dejado de escribir su columna en El Espectador: “Es que me cuesta más trabajo que escribir novelas”.
Del Gabo cronista tengo una anécdota que nunca olvidaré. Recibí una llamada de Gabo desde México en la que me decía que se había leído mi libro Crónicas que matan. “Me lo leí todito ¿y sabes qué?, me dijo, “Al terminarlo me entraron ganas de escribir la verdad de la historia que tu cuentas”. Fue así como escribió “Noticia de un secuestro”.
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