Lo más obvio puede ser, a veces, lo más valioso. Y en el caso de Gabriel García Márquez, un mago de la literatura, del periodismo, y del matrimonio entre los dos, la mayor enseñanza es que se puede escribir bien, y hay que hacerlo. Recuerdo su historia sobre cómo trabajaba, en los tiempos anteriores al computador, en su máquina de escribir: ponía una hoja en blanco y tecleaba hasta que cometía un error de tipografía o redacción, y entonces sacaba la página, la botaba a la basura y empezaba de nuevo en otra página. Así, cuando completaba una hoja siempre estaba perfecta en fondo, forma y hasta en presentación. Deberíamos recordar esta lección ahora, en los tiempos de Twitter, cuando los famosos 140 caracteres no dejan espacio ni para las tildes.
Otra enseñanza inolvidable de Gabriel García Márquez es que, además de intentar la perfección, hay que buscar la exactitud. Investigar los datos y verificar los detalles hasta despejar cualquier duda. En un taller en México sobre cómo hacer un reportaje, en 1996, a un grupo de 15 periodistas nos contó que cuando escribió la Noticia de un Secuestro repitió varias veces el recorrido que hizo Maruja Pachón el día de su captura para verificar, entre otras, cuántas esquinas, árboles y semáforos había atravesado. Fue, incluso, a los archivos del Ideam para indagar el estado del tiempo de ese día. Así se hace un reportaje.
Gabo habló muchas veces, aún en la ceremonia de recepción del Nóbel, acerca de la capacidad descriptiva del realismo mágico, porque también sus novelas y cuentos recogían la verdad. La veracidad de sus obras literarias y la buena escritura de sus trabajos periodísticos convirtieron en tema de tertulia la discusión sobre cuáles eran las unas y los otros, y sobre cómo diferenciarlas. Más de una librería en Estados Unidos, le oí decir alguna vez al propio Gabo, se confundía a la hora de poner en los estantes libros como la Noticia de un secuestro, Crónica de una muerte anunciada o el Relato de un náufrago, porque no sabían si hacerlo en la sección de ficción o en la de Non-Fiction. Una anécdota elocuente sobre la ética, el rigor y la pasión con los que García Márquez ejerció el periodismo.
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