Alonso Sánchez Baute
Lectura

Por el camino difícil: Alonso Sánchez Baute habla de García Márquez

Entrevista con el escritor vallenato Alonso Sánchez Baute sobre el legado de Gabriel García Márquez.

Créditos: 
Foto cortesía Alonso Sánchez Baute
Orlando Oliveros Acosta

Alonso Sánchez Baute (1964) es un escritor nacido en el calor de Valledupar que decidió irse a estudiar Derecho en los aposentos polares de la Universidad Externado de Bogotá. En el 2002 fue ganador del Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá por su novela Al diablo la maldita primavera. A esa publicación le siguieron el libro de crónicas ¿Sex o no sex? (2005), la novela Líbranos del bien (2008) y la colección de relatos ¿De dónde flores, si no hay jardín? (2015).

Este año el programa Leer el Caribe del Banco de la República y la Red de Educadores de Lengua Castellana de Bolívar lo ha escogido como el autor invitado cuya obra será socializada en los colegios públicos de la región. En ocasiones anteriores, a esta misma invitación han acudido otros escritores como Óscar Collazos, Roberto Burgos Cantor, Fanny Buitrago y Alberto Salcedo Ramos. Esta vez le ha tocado a él y a su universo de personajes tristes en donde el Caribe se cruza con el ámbito metálico y difícil de las narrativas urbanas.

“Vengo a preguntarte algunas cosas sobre García Márquez”, le digo, consciente de que la obra de Sánchez Baute tiene de realismo mágico lo que Kerouac de Faulkner. Un escritor ‘neobeat’, así lo denomina un crítico literario del diario El País de España. Sin embargo, algo en su camisa azul estampada con flores blancas y hojas de plátano me dice que Sánchez Baute sigue siendo, a su modo, un costeño hasta los huesos, lector de Gabo.

Bajo esa hipótesis empiezo esta entrevista.

 

En mayo, durante la apertura del programa Leer el Caribe, leíste un discurso en el que mencionabas que Gabriel García Márquez fue decisivo en tu hábito de lectura. ¿Cómo es esa historia?

 

Cuando yo tenía ocho o nueve años y estaba en tercero de primaria me pusieron a leer El coronel no tiene quien le escriba en el colegio. Como en Valledupar casi no había librerías fue una proeza conseguirlo. Terminé comprando una edición de segunda mano en una librería que se llamaba Silvera. El libro me aburría porque no lo entendía, lo abría y lo cerraba sin poder pegar una palabra con otra. Hasta tuve un enfrentamiento con el profesor y finalmente perdí el examen de español.

Años después, cuando estaba en el Ejército, sufrí un accidente en el que me partí el brazo y estuve mucho tiempo en el hospital militar. Era diciembre de 1981. El comandante de mi pelotón, un viejo compañero mío oriundo de Medellín que se llamaba Gabriel Restrepo, llegó a mi habitación y me llevó de regalo un libro que acababa de salir en el mercado y que ya no se conseguía: era la Crónica de una muerte anunciada. Recuerdo que la leí de un tirón en la cama del hospital. Ahí fue cuando hice la relación con El coronel no tiene quien le escriba. Me dije: “ah, este es el mismo autor”, y entonces comencé a buscar toda la obra de García Márquez. Leí La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, luego seguí con Los funerales de la Mamá Grande y todos esos cuentos. El año siguiente, 1982, fue para mí el año de García Márquez. Consumí enseguida todo lo que se había publicado de él. Lo último que leí fue Cien años de soledad, novela que no me mató como a muchos otros lectores, pues ya yo había quedado completamente deslumbrado con El otoño del patriarca. Para mí El otoño fue lo máximo, algo que yo sabía que no podía escribir. Claro que con Cien años de soledad uno se fascina porque es la historia nuestra.

 

La de todos los pueblos de la Costa…

 

Sí. Sobre eso te quiero contar algo muy importante para mí. Cuando yo estaba en el hospital militar, un amigo me llevó una antología de cuentos de García Márquez (que todavía conservo) en donde aparece un relato titulado “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, que es la historia de un ángel que cae en el gallinero de una casa. Cuando leí eso, lo primero que pensé fue que aquel tipo le había plagiado la historia a mi abuela. En el patio de la casa de mis abuelos paternos había un gallinero que tenía una parte techada con láminas de zinc y otra descubierta por donde las gallinas andaban sueltas. También había un palo de anón y otro de marañón. Cuando mis papás se iban de parranda, a mis hermanos y a mí nos dejaban en la casa de mi abuela, y ella para dormirnos nos echaba muchos cuentos y entre esos cuentos que decía el que más repetía era el de un ángel que había caído en el gallinero de esa casa, con descripciones precisas de sus alas, su cara y toda la trama del cuento de García  Márquez.

Con esto quiero resaltar que la cercanía que uno puede tener con las historias de García Márquez se da porque éstas se encuentran en el universo del Caribe nuestro. Para mí Macondo es Valledupar, para ti puede que Macondo sea El Difícil (Ariguaní). Macondo habla de todo el Caribe, nos cuenta una historia personal con la que crecimos y conocimos en la niñez. Geográficamente yo lo sitúo en el Magdalena Grande, es decir, en Magdalena, César y la Guajira, que fue de donde surgió toda la información que recibió García Márquez.

 

Aceptemos la metáfora de que cada escritor construye un mundo. De ser así, ¿es posible que aún queden países inexplorados en el mundo creado por Gabo?

 

Siempre va a haber cosas inexploradas que queden sin contar. En principio ya todo está contado, pero lo que queda sin contar no son las historias, sino la manera en la que se cuentan. Lo importante de todo este rollo de la literatura no es narrar, sino saber narrar. Al diablo la maldita primavera, por ejemplo,cuenta la historia de un gay que sobrevive en contra de la sociedad y que a pesar de todos los rechazos busca el amor en todas partes, esa puede ser una historia que ya ha sido contada en la literatura universal, el punto es cómo la cuento yo. Con García Márquez ocurre que él creó un mundo que después de él ya no puede ser contado de la misma manera, hay unos escritores de las nuevas generaciones que todavía insisten en contarlo igual, pero la verdad es que el escritor debe tener su propia voz, eso implica poseer una manera personal de narrar, un lenguaje y unas frases propios. Si no es así, el acto de escribir ya no tendría sentido.

 

¿Cuál crees que ha sido el legado de García Márquez para los escritores del mundo y del Caribe?

 

En lo literario, su legado es toda su obra. En lo que respecta al Caribe, creo que entre las muchas cosas que nos legó Gabo está el ‘SÍ SE PUEDE’, así esto suene a eslogan de campaña política. Yo soy un gran admirador de la vida de García Márquez. Su persona me llama mucho más la atención que su obra. Él me produce muchísima intriga, pese a que ya su biografía ha sido contada innumerables veces. Una de las razones de esta intriga consiste en saber que de un pueblito perdido, polvoriento y caliente, inmerso en una geografía también perdida en el mundo, sale este carajito y llega a donde llegó. Y todo eso lo hizo a partir de un solo punto de apoyo: la lectura. Por eso él es un modelo de superación. Desde un pueblo desconocido se ganó el respeto de todo el mundo y escribió un libro fundacional que en muchas universidades de los Estados Unidos se estudia de la misma manera en que se estudia la Biblia. Eso es para quitarse el sombrero.

El legado de García Márquez tiene que ver mucho con la inspiración, con el ejemplo que nos da a los colombianos, al Caribe y a todo el mundo sobre cómo desde algo tan sencillo como es la lectura puede uno lograr todo lo que se proponga. Ese es el camino difícil, lo sé. Es más fácil ponerse un fusil al hombro o meterse unas bolsitas de cocaína en la maleta o en el estómago. Eso es más fácil que hacer una carrera literaria, pero aunque te consiga un dinero extra, nunca te dará el respeto que sí da la literatura.  

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