Once aspectos esenciales para asumir la carrera periodística según Gabo.
Estos son algunos consejos y opiniones del escritor colombiano en torno al oficio periodístico y los retos del buen periodista:
Considero que mi primera y única vocación es el periodismo. Nunca empecé siendo periodista por casualidad –como mucha gente– o por necesidad, o por azar: empecé siendo periodista porque lo que quería era ser periodista.
La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor.
Para ser periodista hace falta una base cultural importante, mucha práctica, y también mucha ética. Hay tantos malos periodistas que cuando no tienen noticias se las inventan.
La ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.
La investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición.
Creo que la carrera de periodismo está considerada al revés. Los muchachos jóvenes que empiezan y a los cuales se les quiere enseñar los nombran reporteros, y después, a medida que van progresando, que van haciendo méritos, los ascienden a la sección de editoriales y los llevan hasta directores. Creo que la carrera es completamente al revés porque la expresión máxima, el máximo nivel del periodismo, es el reportaje. Es decir: el reportero que sale a la calle, toma directamente sus materiales informativos y los elabora.
En un buen reportaje puede no haber buenos ni malos, sino hechos concretos para que el lector saque sus conclusiones.
Un reportaje es una noticia completa, pero con un factor importante: los detalles humanizados.
Considero al periodismo como un género literario al mismo nivel que la novela, la poesía, el cuento y el teatro. Y es importante porque es un género literario con los pies puestos sobre la tierra. La literatura permite evadirse, pero con la formación periodística un cable lo retiene a uno en el suelo.
La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable.
El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.
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