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Una idea indestructible: discurso de García Márquez sobre el desarrollo del cine y la televisión en América Latina

Palabras pronunciadas por el escritor colombiano en La Habana, Cuba, el 4 de diciembre de 1986 durante el acto de inauguración de la sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.

Redacción Centro Gabo

Todo empezó con esas dos torres de alta tensión que están a la entrada de esta casa. Dos torres horribles, como dos jirafas de concreto bárbaro, que un funcionario sin corazón ordenó plantar dentro del jardín frontal sin prevenir siquiera a sus dueños legítimos, y las cuales sostienen sobre nuestras cabezas, aun en este mismo momento, una corriente de alta tensión de ciento diez millones de watts, bastantes para mantener encendidos un millón de receptores de televisión o sustentar veintitrés mil proyectores de cine de treinta y cinco milímetros. Alarmado con la noticia, el presidente Fidel Castro estuvo aquí hace unos seis meses, tratando de ver si había alguna forma de enderezar el entuerto, y fue así como descubrimos que la casa era buena para albergar los sueños de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.

Las torres siguen ahí, por supuesto, cada vez más abominables a medida que se ha ido embelleciendo la casa. Hemos tratado de enmascararlas con palmeras reales, con ramazones floridos, pero su fealdad es tan imponente que se impone a todo artificio. Lo único que se nos ocurre, como recurso último para convertir en victoria nuestra derrota, es rogarles a ustedes que no las vean como lo que son, sino como una escultura irremediable.

Sólo después de adoptarla como sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, supimos que la historia de esta casa no empezaba ni terminaba con estas torres, y que mucho de lo que se cuenta de ella no es verdad ni es mentira. Es cine. Pues, como ya ustedes deben haberlo vislumbrado, fue aquí donde Tomás Gutiérrez Alea filmó Los sobrevivientes, una película que, a ocho años de su realización y a veintisiete del triunfo de la Revolución Cubana, no es una verdad más en la historia de la imaginación ni una mentira menos de la historia de Cuba, sino parte de esta tercera realidad entre la vida real y la invención pura, que es la realidad del cine.

De modo que pocas casas como ésta podrían ser tan propicias para emprender desde ella nuestro objetivo final, que es nada menos que el de lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado. Y nadie podría condenarnos por la simpleza sino más bien por la desmesura de nuestros pasos iniciales en este primer año de vida, que por casualidad se cumple hoy, día de Santa Bárbara, que también por artes de santidad o de santería es el nombre original de esta casa.

La semana entrante la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano va a recibir del Estado cubano una donación que nunca nos cansaremos de agradecer, tanto por su generosidad sin precedentes y su oportunidad, como por la consagración personal que ha puesto en ella el cineasta menos conocido del mundo: Fidel Castro. Me refiero a la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en San Antonio de los Baños, preparada para formar profesionales de la América Latina, Asia y África, con los mejores recursos de la técnica actual. La construcción de la sede está terminada a sólo ocho meses de su iniciación. Los maestros de distintos países del mundo están nombrados, los estudiantes están escogidos, y la mayoría de ellos están ya aquí con nosotros. Fernando Birri, el director de la escuela, que no se distingue por su sentido de la irrealidad, la definió hace poco ante el presidente argentino Raúl Alfonsín –sin que le temblara un músculo de su cara de santo– como «la mejor escuela de cine y televisión de toda la historia del mundo».

Esta será, por naturaleza misma, la más importante y ambiciosa de nuestras iniciativas, pero no será la única, pues la formación de profesionales sin trabajo sería un modo demasiado caro de fomentar el desempleo. De modo que en este primer año hemos empezado a echar las bases para una vasta empresa de promoción y enriquecimiento del ámbito creativo del cine y la televisión de América Latina, cuyos pasos iniciales son los siguientes:

Hemos coordinado con productores privados la producción de dos largometrajes de ficción y tres documentales largos, todos dirigidos por realizadores latinoamericanos, y un paquete de cinco cuentos de una hora cada uno, para televisión, realizado por cinco directores de cine o televisión de distintos países de América Latina.

Estamos haciendo en estos días las convocatorias para ayudar a cineastas jóvenes de América Latina que no hayan podido realizar o terminar sus proyectos de cine o televisión.

Tenemos adelantadas las gestiones para la adquisición de una sala de cine en cada país de América Latina, y tal vez en algunas capitales de Europa, destinadas a la exhibición permanente y el estudio del cine latinoamericano de todos los tiempos.

Estamos promoviendo en cada país de América Latina un concurso anual de cine de aficionados, a través de las secciones respectivas de la Fundación, como un método de captación precoz de vocaciones, y como un medio de la Escuela Internacional de Cine y Televisión para seleccionar a sus alumnos en el futuro.

Estamos patrocinando una investigación científica sobre la situación real del cine y la televisión en América Latina, la creación de un banco de información audiovisual sobre el cine latinoamericano, y la primera filmoteca del cine independiente del Tercer Mundo.

Estamos patrocinando la elaboración de una historia integral del cine latinoamericano, y de un diccionario para la unificación del vocabulario cinematográfico y de televisión en lengua castellana.

La sección mexicana de la Fundación ha iniciado ya la publicación que recoge, país por país, los principales artículos y documentos del Nuevo Cine Latinoamericano.

En el marco de este Festival de Cine de La Habana, nos proponemos hacer un llamado a los gobiernos de América Latina, y a sus organismos de cine, para que intenten una reflexión creativa sobre algunos puntos de sus leyes de protección a los cines nacionales, que en muchos casos sirven más para estorbar que para proteger, y que en términos generales van en sentido contrario al de la integración del cine latinoamericano.

Entre 1952 y 1955, cuatro de los que hoy estamos a bordo de este barco estudiábamos en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma: Julio García Espinosa, viceministro de Cultura para el Cine; Fernando Birri, sumo pontífice del Nuevo Cine Latinoamericano; Tomás Gutiérrez Alea, uno de sus orfebres más notables, y yo, que entonces no quería nada más en esta vida que ser el director de cine que nunca fui. Ya desde entonces hablábamos casi tanto como hoy del cine que había que hacer en América Latina y de cómo había que hacerlo, y nuestros pensamientos estaban inspirados en el neorrealismo italiano, que es –como tendría que ser el nuestro– el cine con menos recursos y el más humano que se ha hecho jamás. Pero sobre todo, ya desde entonces teníamos conciencia de que el cine de América Latina, si en realidad quería ser, sólo podía ser uno. El hecho de que esta tarde sigamos aquí, hablando de lo mismo como loquitos con el mismo tema después de treinta años, y que estén con nosotros hablando de lo mismo tantos latinoamericanos de todas partes y de generaciones distintas, quisiera señalarlo como una prueba más del poder impositivo de una idea indestructible.

Por aquellos días de Roma viví mi única aventura en un equipo de dirección de cine. Fui escogido en la escuela como tercer asistente del director Alexandro Blasetti en la película Lástima que sea un canalla, y esto me causó una gran alegría, no tanto por mi progreso personal como por la ocasión de conocer a la primera actriz de la película, Sofía Loren. Pero nunca la vi, porque mi trabajo consistió, durante más de un mes, en sostener una cuerda en la esquina para que no pasaran los curiosos. Es con este título de buen servicio, y no con los muchos y rimbombantes que tengo por mi oficio de novelista, como ahora me he atrevido a ser tan presidente en esta casa, como nunca lo he sido en la mía, y a hablar en nombre de tantas y tan meritorias gentes de cine.

Esta es la casa de ustedes, la casa de todos, a la cual lo único que le falta para ser completa es un letrero que se vea en todo el mundo, y que diga con letras urgentes: «Se aceptan donaciones». Adelante.

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