Los cuentos de Eligio, el último de los García Márquez

Redacción Centro Gabo

Mar, 06/29/2021 - 13:44

Cuando Eligio García murió el 29 de junio de 2001, las personas que lo conocieron y lo leyeron sabían que aquel hombre de cincuenta y tres años partía con una fama distinta a la de ser el hermano menor de Gabriel García Márquez. Era un hombre entregado al oficio de escribir y se había ganado a pulso un nombre en las letras colombianas, sin la ayuda que indudablemente le habría brindado el uso completo de su apellido familiar.    

Nació el 14 de noviembre en Sucre, entonces municipio del departamento de Bolívar, y desde muy pequeño fue encomendado por sus hermanos mayores al estudio de las matemáticas. En 1966 viajó a Bogotá para estudiar Física en la Universidad Nacional, la misma institución en la que Gabo había estudiado Derecho. Al igual que su hermano, Eligio también desertó (dos años después, en 1968) y se dedicó tiempo completo a la escritura. De esa época son sus primeros artículos en El Espectador y en ellos vertió todas sus inquietudes científicas y su fascinación por Ernesto Sábato.

Como periodista, Eligio García colaboró en diversos diarios y revistas, muchos de los cuales eran los más destacados de su tiempo. Publicó reportajes y críticas literarias en El Universal, El Tiempo, El Sol de México, la Revista de Occidente, Taller de Letras, Nueva Frontera, Alternativa, Cambio 16, Cromos y la Revista Diners. En 1982 la editorial Oveja Negra editó Son así, una serie de nueve reportajes a destacados escritores latinoamericanos (Borges, Cortázar, Fuentes, Onetti, Sábato, Carpentier, Cabrera Infante, García Márquez y Vargas Llosa). Cinco años más tarde, en 1987, salió La tercera muerte de Santiago Nasar: Crónica de una crónica, un híbrido de periodismo y literatura que reconstruía la filmación de la película Crónica de una muerte anunciada dirigida por Francesco Rosi, rodada en Cartagena y Mompós en 1986.  

Su último trabajo de investigación, Tras las claves de Melquíades, lo publicó el mismo año de su muerte. Fue un trabajo detallado que desenmarañó algunos misterios sobre la génesis de Cien años de soledad y los acontecimientos reales ocultos tras la ficción. “Estoy convencido de que la única persona que puede hacer ese libro soy yo porque nadie más podría descubrir los secretos de la vida real de los personajes, que están construidos de tal manera que sólo alguien muy cercano podría desmontarlos. Después de todo, yo soy el último Buendía, el último de la estirpe”, confesó Eligio en una entrevista a Silvia Galvis para su libro Los García Márquez (1996). Gracias a este libro y a su trayectoria periodística, recibió la Medalla al Mérito Cultural del Ministerio de Cultura.

Por su parte, la literatura del Eligio García escritor pretendió ser todo lo contrario a Macondo, pues su lugar es la ciudad, de modo que sus personajes transitan en el mundo contemporáneo de una narrativa que el autor denominó “urbana”. Toda su obra de ficción, conformada de una novela (Para matar el tiempo) y cuatro cuentos, es un homenaje crítico a las vicisitudes de los barrios populares en las capitales del Caribe colombiano, especialmente en Cartagena.

Veinte años después del fallecimiento de Eligio García, el Centro Gabo recuerda sus cuentos: cuatro breves y formidables invenciones narrativas del último de los García Márquez.

1.

Con pinta de bibliguer

Escrito durante la década de los setenta del siglo anterior, este relato fue publicado en 1981 de la edición de febrero-marzo de la revista cultural cartagenera En Tono Menor. Cuenta la historia de Jesse Concepción, un pelotero de los Orioles de Baltimore que llega a Cartagena a finales de 1955 para salvar la temporada de Los Indios, el equipo de la ciudad. A Concepción lo reciben con entusiasmo y los fanáticos del béisbol depositan todas sus esperanzas en él. Sin embargo, la presión por tener que ser el héroe de un equipo caído en desgracia le ocasiona una mala racha y con ella vienen los insultos de las multitudes que llenan el estadio.

“Con pinta de bibliguer” se desarrolla en una Cartagena en donde todavía es posible el esplendor de la pelota caliente y donde las incidencias de un partido repercuten en las calles y los clubes sociales. Su trama se acaba cuando termina el béisbol profesional en la ciudad.

 

El drama era entrar al diamante de béisbol con el estadio lleno: oía las ofensas del público y se derrumbaba, despedazando sus resueltos propósitos de vencer el pánico: se le adormecían los músculos después de haberlos agilizado en la semana con una paciencia de artista. Se sentía pesado, sin fuerzas para batearle a esos lanzadores que él reconocía sin suficientes calidades para amarrarlo: movía el bate con todo el pulso de su descomunal figura, pero era inútil: salía un bomboncito por ahí o se ponchaba… Y cuando le preguntaban qué le pasaba, Jesse siempre repitió una frase extraña en su idioma del norte: No la oigo. Su médico y su manager pensaban que quería decir que no veía la bola de béisbol y lo corregían. Jesse se callaba, más confundido para volver a repetir después del partido: No la oigo. Y era cierto: Jesse sólo oía el rencoroso rugido del público cartagenero que le gritaba la palabra ofensiva que oyó desde el primer día y que a golpe de tanto oírla ya le sabía el significado: Paquete. Era entonces cuando Jesse quería demostrar que no era un cobarde ni un pobre diablo inflado por la farsa, ni un rey de pacotilla: era entonces cuando más quería ser todo un jonronero, todo un bibliguer. Pero, el pánico lo abrumaba cada vez que quería cruzar el camino de espinar del banco de juego a la caja de bateo. Y allí, ya sin aliento, esperaba lo peor: la bola venía por un lado y él movía su bate por otro, por donde escuchara un sonido distinto al grito del público: ese debía ser la bola, creía. Pero como nunca le dio donde debía ser, Jesse pensaba: si se callaran un segundo, yo podría batear. 

2.

El campeón de siempre

La historia de un boxeador y su conciencia. Los estudiosos de la obra de Eligio García concuerdan en que es uno de sus cuentos más divulgados. Se publicó en 1976 dentro de la antología Obra en marcha 2. La nueva literatura colombiana del poeta y crítico literario bogotano Juan Gustavo Cobo Borda, con quien Eligio mantuvo siempre una estrecha amistad.

Es una especie de monólogo interior en el que un boxeador cartagenero evoca sus glorias y fracasos, su vida cargada de excesos y de lamentaciones, su presente marcado por la obsesión y la locura. En la disposición del lenguaje se advierte la influencia de James Joyce, William Faulkner y Gabriel García Márquez (en especial del Gabo de El otoño del patriarca, contemporáneo del cuento).

 

Te decían que eras más grande que la Popa, y como así te sentías comprabas la camisa de seda con paisajes marinos y los pantalones amarillos con cuadros rojos, sólo para que te vieran paseándote por el Centro Amurallado. Y cuando ibas por el Camellón de los Mártires la felicidad era oír a tus amigos sonando las cajas de embolar zapatos y tú todo aguajero con tus mocasines blancos y tus vestidos de colores chillones, la misma pinta que luego llevabas a Bogotá para tus peleas del Campín, escandalizando a los cachacos con el saco rojo de maestro de ceremonias y con tus gritos de mandamás que aquí se hace lo que yo quiero porque yo soy el putas, a todos les corrías la madre si no era así, y un día quisiste plátano maduro en tentación y se volvió el desconcierto en el Hotel Tequendama porque no tenían Kola Román y como finalmente no supo igual al que te hacía tu mujer todas las tares en el barrio de Canapote lo tiraste al piso alfombrado en medio del estrépito de platos y vasos que caían y rostros de estupor y espanto de la distinguida. No era posible que hicieras eso delante de ministros y actrices de televisión decían tus amigos, y tú que fresco, que no eran gentes sino ropa almidonada y colgada en el patio tan estirados como estaban, riéndote a toda garganta. Sabías que esa noche ibas a ganar y ganabas y te perdonaban y te pechichaban dándote todo lo que pedías, que la casa del Crédito Territorial para tu madrecita Trinidad Antonia de los Dolores a quien le dedicabas esa pelea, que la luz para el poste de la Esquina Caliente de tu calle de Canapote donde jugabas dominó y a la lotería con tus amigos y a quienes también le dedicabas la pelea.

     Y siempre fue así hasta que regresaste derrotado de Manila y entonces sí fue verdad que nadie te volvió a mirar ni a hablar ni te iban a ver la peleítas que hacías por cualquier miseria cuando se te acababa la plata de la anterior, y por eso es que tampoco vienen a verte ahora que practicas en la playa de Marbella.

3.

A cambio de nada

El relato de Carolina Lecompte Román, una mujer de la “clase alta” cartagenera que  ofrece su hija de quince años al dueño de un casino a cambio de condonar sus deudas. Es un retrato de la decadencia de las familias de “alcurnia” de la ciudad. Dentro del cuento, quienes detentan el poder político y económico están desprovistos de humanidad y sus días parecen consumidos por el aburrimiento y el vicio. El dueño del casino, Emiliano Torralvo y De Ambulodi, mejor conocido como el Virrey, es uno de los personajes insignes del universo literario construido por Eligio García, eso que él mismo bautizó como “Mitología de una ciudad del Caribe”.

 

Continuó retrocediendo, irrefrenable, llena de pánico, hasta tropezar con una de las bancas de madera. Se sintió con un infinito alivio en el mecánico gesto de derrumbarse ciegamente.

     Sólo hasta entonces se sintió inerme, por fin rendida a la evidencia, a su desgracia. Todo había comenzado siete semanas atrás, cuando en una noche perdió una enorme apuesta, o quizás antes, al iniciarse en el  juego. Al principio, ella jugaba por curiosidad; también por la emoción efímera que el juego le ofrecía (a veces, no siempre) después que el Casino cerraba sus puertas. Pero luego descubrió que era la única forma de no aburrirse. El juego la salvaba del hastío de Cartagena, una ciudad donde lo había tenido todo, y donde nada hacía desde que nació, excepto eso: aburrirse.

     Sin embargo, la primera gran pérdida no la preocupó: fue, por el contrario, otro ingrediente de novedad. Además, aún tenía mucho dinero. Pero siguió perdiendo, y ni ella ni su marido, quien también jugaba, sospechaban cuánto. Cada vez jugaba más, a medida que perdía, hasta que finalmente esa noche de marzo lo terminó de perder todo. Todo: la herencia de su abuelo, una francés voluntarioso que había llegado a finales del siglo pasado para implantar en la ciudad una fábrica de perfumes, los títulos de propiedad de sus quintas del Pie de la Popa y Manga, los bonos emitidos a su favor por el Banco de la República que tan elevados intereses le producían e incluso parte del patrimonio reconocido de su marido.

     Pero no era la ruina lo que más temía. Era el escándalo. Orgullosa, hasta en eso era igual a la ciudad: vivía en la apariencia.

4.

Esa rara tristeza

Publicado en 1972 en la antología 8 cuentos colombianos de la Editorial Revista Colombiana Ltda., “Esa rara tristeza” fue escrito mientras Eligio García trabajaba como coordinador editorial de la  revista Flash en Bogotá. Narra el duelo y entierro de Luis, un estudiante de ingeniería, desde distintas voces.

Aquí se advierten las lecciones literarias que su autor aprendió de William Faulkner (en Mientras agonizo), Juan Rulfo (en Pedro Páramo) y Miguel Delibes (en Cinco horas con Mario).

 

El rostro desencajado del sepulturero, le escupirá el rostro, piensa: la va a tumbar. Ellos quieren irse. Noviembre, buscapiés, ron, sexo, en las calles, en las playas y el cálido mar acariciando, en los cuartos oscuros, con máscaras de papel o de las que la vida impone, las manos que acarician los cuerpos sudorosos, trémulos, colmados de música. Y ella alarga la tarde, ella no deja, piensa: qué cara, nos pega, nos mata, quita los clavos, quita la tapa con la cinta morada. Ella extrae de su bolso el guante. Él quita las sábanas que cubre las manos. Un brillo débil que ilumina el lugar, piensa: ¿qué vas a hacer Ángela, qué vas a hacer?, como una vela que se apaga. ¿Por qué me mirarán?, nada puedo hacer, piensa: va a llover, está lloviendo. ¡Un anillo!, un anillo en sus manos, piensa: ¿para qué Ángela, para qué? Parsimoniosa, piensa: apúrate, rápido, ajena a todo, a todos, enérgica, se coloca el anillo en el dedo. Comienza a buscar el otro, piensa: ¿para qué Ángela, para qué?, termina ya por favor. No lo encuentra, quizás no sabe dónde está. Busca en lo profundo del guante blanco, piensa: si no está allí termina ya Ángela. Va a llover, piensa: está lloviendo, siente: ríe, piensa: qué helada: siente ¡Su bolso! El bolso de Ángela se ha ido al fondo, piensa: ¿de la fosa? ¿del cajón? Ese viejo feo me mira, me interroga, ellos también, piensa: está lloviendo.

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