Dos reseñas críticas del escritor colombiano sobre el cine del cineasta español Luis Buñuel.
En octubre de 1964 Gabriel García Márquez y Luis Buñuel actuaron juntos en una película mexicana. En compañía de otros escritores como Juan Rulfo y Carlos Monsiváis, integraron el elenco de En este pueblo no hay ladrones, un largometraje en blanco y negro dirigido por Alberto Isaac cuyo guion estaba basado en un cuento homónimo de García Márquez. El narrador colombiano interpretó el papel de un recogedor de boletos en un teatro y Buñuel, el de un cura grandilocuente.
Fue una de las tantas oportunidades que tuvo Gabo para fraternizar con el cineasta español, exiliado en México tras la Guerra Civil. Lo había conocido algunos meses antes, cuando ingresó al mundo cinematográfico mexicano de la mano de Álvaro Mutis y Gustavo Alatriste (este último había producido algunas de las grandes películas de Buñuel y estaba casado la actriz Silvia Pinal, protagonista en tres de estas cintas). Pero, sobre todo, Gabo había visto la obra de Buñuel, admirándolo en sus aciertos y siendo muy crítico con sus descuidos.
Cuando tuvo su columna “El cine en Bogotá. Estrenos de la semana” en el periódico El Espectador, García Márquez escribió dos reseñas críticas sobre tres películas de Buñuel: “La ilusión viaja en tranvía” y “Abismos de pasión”, publicada el 30 de octubre de 1954; y “Robinson Crusoe”, publicada el 9 de julio de 1955. A juicio del escritor colombiano, estos tres filmes no estaban a la altura del prestigio de Buñuel, a quien consideraba un gran director “cuando puede, o cuando se le da la gana”. De hecho, en su resumen crítico del año cinematográfico en Bogotá de 1954 afirmó que con Los olvidados, Buñuel había puesto “el cine de México por encima de la producción universal”.
En el Centro Gabo hemos recopilado las reseñas críticas de García Márquez sobre algunas películas de Luis Buñuel. Las compartimos contigo:
La ilusión viaja en tranvía y Abismos de pasión
Dos películas del aragonés Luis Buñuel se exhibieron en esta semana: La ilusión viaja en tranvía y Abismos de pasión. Esta última con base en la muy conocida y ya filmada novela de Emily Bronte, Cumbres borrascosas.
La ilusión viaja en tranvía es un cuento formidable que Buñuel no ha sabido contar. Como contribución a su incapacidad, en este caso, ha contado con la colaboración de actores mediocres y con diálogos de una intolerable longitud. Sencillamente, es una producción que no se puede soportar, salvo en las divertidas y un poco surrealistas recreaciones en broma del Génesis, en alguno de cuyos momentos aparece el gran director que en más de dos horas de su vida ha sido Luis Buñuel.
Los asombrados espectadores de Los olvidados no podrán entender cómo un mismo director pudo realizar aquella obra maestra de cine, y este par de mamarrachos que se han exhibido en la presente semana. Ha sido una demostración, por partida doble, de que Luis Buñuel se ha precipitado por los abismos de la chambonería, sin la menor consideración por su propio y muy merecido prestigio.
Robinson Crusoe
Del libro de Daniel Defoe, Luis Buñuel ha hecho una versión cinematográfica en colores –presentada el martes por el Cine Club–, que es desigual y poco notable, pero con numerosos instantes magistrales. El Robinson Crusoe de Buñuel –como era de suponerse en una versión de la conocida novela– es esencialmente un alarde al contar a lo largo de seis rollos –casi el 60% del film– la historia de un hombre solo en una isla. Ante un alarde de esa clase, el espectador espera encontrarse con un tratamiento excepcional de la historia, pero en realidad se encuentra ante una reconstrucción formal, literal y poco profunda de la novela. Buñuel se sale con la suya en el sentido de que sostiene el interés en el largo monólogo, pero no le saca un partido extraordinario. Es demasiado normal, con muchos convencionalismos en la escritura, y especialmente estropeada la tentativa por un narrador que se mete en lo que le importa, como cuando explica lo que se está narrando en imágenes. Una cosa que en principio es un alarde como el Robinson Crusoe, pierde su fuerza de virtuosismo y casi todos sus méritos de audacia cuando se incluye un narrador afectado de intemperancia verbal y dispuesto en todo momento a suplantar al espectador.
Sin embargo los primeros seis rollos de Robinson Crusoe no son aburridores porque el gran director que es Luis Buñuel cuando puede, o cuando le da la gana, aparece con cierta frecuencia, y el formidable director de fotografía que es Alex Philips aparece casi en cada toma, aprovechando sin tregua las posibilidades expresivas del color y organizando discretamente, sin retórica ni inútil caligrafía, los elementos de la composición. El color del mar, por ejemplo, es un triunfo inolvidable, después de tantos mares de azul de metileno a que nos tiene acostumbrados el tecnicolor.
Hay que destacar asimismo la aterradora concepción plástica de Viernes, el criado de Robinson, que parece una criatura del otro mundo, maravillosamente interpretado por el hermano menor del Indio Fernández, y la tremenda fuerza interior de las sobrias escenas de canibalismo. El primer Luis Buñuel, el surrealista, tiene también sus oportunidades, en la pesadilla protagonizada por el padre de Robinson, y en dos o tres momentos más. Pero, desafortunadamente, todos estos aciertos son poco frecuentes, y parciales en algunos casos, de manera que el film es en general común y corriente, con inexplicables descuidos.
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