Redacción Centro Gabo
Sáb, 09/21/2019 - 15:44
Entre las historias que existen en los libros de Gabriel García Márquez, ninguna habla tanto de sus relaciones afectivas como las que se esconden en sus dedicatorias. Breves y sutiles, casi siempre anteriores a los profundos epígrafes, estas dedicatorias enseñan un mundo oculto de amores y amistades que influyeron en la construcción de los cuentos y novelas del escritor colombiano.
“Nunca pienso que vaya a dedicar un libro” confesó Gabo en una entrevista de Caracol Radio en mayo de 1991. Sin embargo, también agregó que poco después de terminar sus historias acababa añadiendo los nombres de sus seres queridos. “A última hora, por alguna razón y por algún motivo de gratitud o alguna relación entre ese libro y ciertas personas”.
En el Centro Gabo hemos investigado los relatos que hubo tras cada una de las dedicatorias que hizo García Márquez en sus libros. Los compartimos contigo:
“Cocodrilo sagrado” era el apodo con que Gabriel García Márquez llamaba a Mercedes Barcha. Se presume que aquel sobrenombre tuvo su origen en la filiación de la familia paterna de Mercedes con el Oriente Medio. No fue, desde luego, el único apodo de este estilo. En Cien años de soledad, el personaje inspirado en la esposa de Gabo –también llamado Mercedes– es descrito como “una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo”.
Cuando la Universidad Veracruzana publicó la primera edición de Los funerales de la Mamá Grande en abril de 1962, García Márquez vivía en México con Mercedes y tenían dos hijos: Rodrigo y Gonzalo, que acababa de nacer. Habían pasado por una situación económica estrecha poblada de incertidumbre y parecía que estaban adquiriendo una mejor estabilidad financiera gracias al nuevo empleo de Gabo como redactor de las revistas La Familia (para público femenino) y Sucesos para todos (un tabloide sensacionalista).
La dedicatoria del libro quizás fue un reconocimiento a la fidelidad del “cocodrilo sagrado” que permaneció junto al escritor a pesar de las adversidades. Fue este “cocodrilo” quien sacó de un apuro a García Márquez en uno de los cuentos incluidos en el libro, “En este pueblo no hay ladrones”. Así lo recuerda Gabo en una entrevista concedida a la revista mexicana Nexos en diciembre de 1993: “Estaba escribiendo el episodio de una mujer que despertaba de pronto y, todavía en las nebulosas del sueño, decía una frase que no tenía nada que ver con la situación. No la encontraba y de pronto vi que Mercedes estaba durmiendo ahí y me fui junto a ella. Ella se espantó: «¡Ay!, soñé que Nora estaba haciendo muñecos de mantequilla». La copié perfecto, la dejé exacta; esa era exactamente la frase que necesitaba”.
Una dedicatoria en mayúsculas. En febrero de 1952, García Márquez recibió una carta por parte de Guillermo de Torre, presidente del consejo editorial de la Editorial Losada, en la que le informaba que su novela La hojarasca había sido rechazada y le sugería al joven escritor que buscara otro oficio. Gabo quedó destrozado por varios días, cocinándose en una rabia contenida. Fueron sus amigos del célebre Grupo de Barranquilla quienes le ayudaron a recobrar la confianza en su prosa. Alfonso Fuenmayor le comentó que Guillermo de Torre era un intelectual que no sabía mucho de la novela actual y Álvaro Cepeda Samudio lo apoyó en los insultos, aduciendo que los españoles eran muy brutos.
Pero fue Germán Vargas quien le dio el consejo más sereno: le pidió que no exagerara y le dijo que la novela no era tan mala como para no publicarla, ni tan buena como para armar un escándalo internacional. A partir de allí, García Márquez emprendió la reescritura de su manuscrito, corrigiendo párrafos y limando fragmentos redundantes. La novela se publicó tres años después en la Editorial Sipa de Bogotá con un tiraje de cuatro mil ejemplares y una portada diseñada por Cecilia Porras.
“En La hojarasca nadie duda por qué estuvo dedicada a Germán Vargas”, afirmó Gabo en una entrevista concedida a Caracol Radio en mayo de 1991. “Fue la persona que estuvo al pie en todo sentido. Al pie del libro cuando nadie se preocupaba por mis libros”.
Jomí García Ascot y María Luisa Elío eran una pareja de esposos catalanes que solía visitar la casa de García Márquez durante la escritura de Cien años de soledad. En ese entonces Gabo y su familia vivían en Ciudad de México, en el barrio de San Ángel Inn. Pasaban por un momento difícil donde proliferaban las deudas y la escasez, de modo que varios de los amigos que entraban a aquella casa lo hacían con una canasta de comida en las manos. Cuando Jomí García Ascot y María Luisa Elío llegaban al escritorio de Gabo oían atentamente los adelantos que el novelista les iba a dando del libro en proceso. A veces hacían aportes parasicológicos y esotéricos a la trama.
“María Luisa Elío, con sus vértigos clarividentes, y Jomi García Ascot, su esposo, paralizado por su estupor poético, escuchaban mis relatos improvisados como señales cifradas de la Divina Providencia. Así que nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro”, escribe García Márquez en un artículo publicado en El País el 15 de julio del 2001 (“La odisea literaria de un manuscrito”).
Gabo trató con el mismo agradecimiento a Álvaro Mutis y a su esposa Carmen. De ahí que la traducción al francés de Cien años de soledad esté dedicada a ellos (“Pour Carmen et Álvaro Mutis”).
El amor en los tiempos del cólera, la novela donde triunfa el eros sobre la muerte según el prestigioso crítico literario Harold Bloom, cuenta desde la literatura la historia de los amores contrariados de los padres de García Márquez: Gabriel Eligio García Martínez y Luisa Santiaga Márquez Iguarán. Ellos son la inspiración para Florentino Ariza y Fermina Daza. No obstante, a medida que Fermina Daza va madurando como mujer, el carácter del personaje, sus complejidades domésticas y sus formas de amar van adquiriendo el perfil de Mercedes Barcha, la esposa del Nobel.
Gabo consideró que Mercedes era la destinataria inevitable de una novela sobre la persistencia del amor y la aventura de vivirlo hasta la vejez.
En las últimas páginas de El general en su laberinto, García Márquez escribió un pequeño texto titulado “Gratitudes” en el que reconoce la labor de todas las personas que lo ayudaron a construir su novela. Álvaro Mutis fue tal vez el de mayor trascendencia. El escritor bogotano le otorgó a Gabo el argumento del libro sobre el último viaje de Simón Bolívar por el río Magdalena. Era, en principio, una novela que Mutis tenía pensado escribir pero que con el tiempo terminó relegada al cajón de los sueños frustrados.
“Durante muchos años le escuché a Álvaro Mutis su proyecto de escribir el viaje final de Simón Bolívar por el río Magdalena”, cuenta García Márquez. “Cuando publicó El Último rostro, que era un fragmento anticipado del libro, me pareció un relato tan maduro, y su estilo y su tono tan depurados, que me preparé para leerlo completo en poco tiempo. Sin embargo, dos años más tarde tuve la impresión de que lo había echado al olvido, como nos ocurre a tantos escritores aun con nuestros sueños más amados, y sólo entonces me atreví a pedirle que me permitiera escribirlo. Fue un zarpazo certero después de un acecho de diez años. Así que mi primera gratitud es para él”.
En una entrevista para Caracol Radio en mayo de 1991, García Márquez afirmó que esta era una de sus dedicatorias más lógicas, pues le hacía justicia al vínculo amistoso y profesional que mantuvo siempre con su agente literaria desde Los funerales de la Mamá Grande. También dijo que cada vez que Carmen Balcells leía un manuscrito suyo lloraba de la emoción. Eran llantos que se volvieron incontenibles cuando la agente leyó El amor en los tiempos del cólera por los días en que Gabo le llevó los originales a Londres. La experiencia se repetiría con Del amor y otros demonios.
“Los que conocemos a Carmen Balcells sabemos que Carmen Balcells llora por todo”, comentó García Márquez en la mencionada entrevista. “Llora de alegría, llora de tristeza, llora de emoción, llora por todo. Los únicos que no habían descubierto esto son los editores, que la consideran la mujer de corazón más duro en el mundo, que no cede ante nada en defensa de los intereses de sus escritores, de sus muchachos, como dice ella y nosotros, los que estamos dentro del asunto, sabemos que vive bañada en lágrimas”.
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