La historia del escritor colombiano en la que un debate entre políticos coreanos acabó en mordiscos.
De los textos escritos por Gabriel García Márquez en los que se menciona a Corea del Sur, el reportaje sobre los veteranos colombianos de la Guerra de Corea es tal vez el más conocido. Aquel trabajo periodístico, titulado “De Corea a la realidad”, fue publicado en tres entregas correspondientes a las ediciones del 9, 10 y 11 de diciembre de 1954 del periódico El Espectador. En él, García Márquez relató el drama que vivían los integrantes del Batallón Colombia cuando regresaron a su país después de sobrevivir a la guerra. Muchos de ellos, estigmatizados por la idea de que el conflicto bélico les había producido un “desequilibrio mental”, no podían conseguir empleo y alguno incluso tuvo que empeñar sus condecoraciones para poder comer. En la historia hay menciones rápidas a la ciudad de Pusán, al “baluarte comunista” de Kumsong y al primer presidente surcoreano, Syngman Rhee.
Este reportaje, como ya se ha mencionado, no es el único texto en el que el escritor hace referencia al país asiático. Veintisiete años después, el 30 de junio de 1981, Gabo publicó en El Espectador y El País de España una columna en la que Corea volvía a tener protagonismo. La tituló “Algo más sobre literatura y realidad” y en ella contó que un lector le había enviado la fotografía de una niña en Seúl que había nacido con una cola de cerdo muy similar a la de varios personajes de Cien años de soledad. “Al contrario de lo que yo pensaba cuando escribí la novela”, escribió García Márquez, “a la niña de Seúl le cortaron la cola y sobrevivió”.
Más extraño aún es “Parlamentos de todo el mundo”, un artículo que el escritor colombiano publicó en El Heraldo el 18 de mayo de 1951 bajo el seudónimo Septimus. Se trata de la reconstrucción, casi literaria, de un acontecimiento real que tuvo lugar en el parlamento surcoreano y que García Márquez calificó como extraordinario: durante un debate, Lee Chai Houng, un parlamentario cuyo partido fue acusado de corrupción, mordió la mejilla de Kwak Sang Heen, su opositor político. En el texto, la agresión es consideraba como un acto antropofágico elevado a la categoría de argumento político. “Corea no sólo tiene un parlamento, sino que en ese parlamento suceden cosas extraordinarias” afirmó García Márquez.
En el Centro Gabo hemos recuperado este curioso artículo. Lo compartimos contigo:
Era muy poco lo que se sabía de Corea hasta hace alrededor de un año. De pronto, un chiquillo que se había subido a un árbol con vista hacia las carreteras del norte, descubrió la vecindad de una larga serpiente mecánica avanzando hacia el sur. Cualquiera que sea la manera de decir “comunistas”, en jerga surcoreana, quienes acudieron a las voces del niño se la repitieron, primero en voz baja, antes de recuperarse de la sorpresa inicial y luego en alta voz, en alarmada gritería. Traducida al inglés por las agencias de noticias, la palabra le dio la vuelta al mundo en pocos minutos. Entonces fue cuando muchas personas, en diferentes países, pero especialmente en América, empezaron a saber de la existencia de esa remota península que se ha convertido en una especie de dolor de cabeza universal.
Ahora Corea es un territorio tan familiar al mundo como el patio de la casa. En todas partes se habla de ella y los diarios son, para los niños que estudian geografía universal, un texto más apropiado, más emocionante y sobre todo más al día. Ahora se sabe que Corea no es un país fantástico de las leyendas orientales, que está dividido en dos territorios políticos por el cordón imaginario del paralelo 38, que la capital surcoreana es la cinco veces perdida y cinco veces reconquistada Seúl, que su presidente sigue siendo el sexagenario e irritable Syngman Rhee. Y aunque la circunstancia de saber que es una república habría hecho suponer que la Corea del Sur tiene un parlamento, un cable fechado en Pusán ha venido a comprobar este hecho y ha puesto a los ignorantes de todos los países en posesión del interesante dato de que la Corea del Sur no sólo tiene un parlamento, sino que en ese parlamento suceden cosas extraordinarias.
El caso es que el ocho de este mes, el joven parlamentario surcoreano, Lee Chai Houng, se puso en pie para defender a su partido de una grave acusación. Con el polirrítmico y nada onomatopéyico estilo de la oratoria oriental, trató de demostrar ante los honorables miembros de la Asamblea Nacional que nada había de cierto en la acusación formulada por sus opositores, según la cual el partido de Lee habría aceptado un soborno de la guardia nacional.
Frente al orador, cómodamente apoltronado más que en su sitio físico en su despreocupación legislativa, el parsimonioso y sereno Kwak Sang Heen, opositor de Lee, escuchaba la defensa como quien oye llover, lo cual, en la Corea del Sur, es una ilusión bastante optimista.
De pronto, al redondear una cláusula de esas que habrían hecho ruborizar al doctor Augusto Ramírez Moreno, el impulsivo y desconcertante Lee Chai Houng descendió de la tribuna de los oradores, adoptó un aire reverente y compuesto, y se dirigió a pasos contados y bien medidos al asiento donde su opositor Kwak Sang Heen escuchaba más adormecido que atento la perorata defensiva de su colega. Mientras el joven recorría la distancia que hay entre la tribuna de los oradores y el asiento de su adversario, hubo un silencio sobre cuya calidad no han logrado ponerse de acuerdo los profesionales del lugar común. Algunos afirman que habría podido oírse el vuelo de una mosca. Otros, más arriesgados, dicen que la atmósfera habría podido cortarse con un cuchillo. Otros, más sutilmente orientales, dicen que en el recinto de la asamblea nacional habría podido oírse la caída de un alfiler. Otro finalmente, al parecer el sumo pontífice de la originalidad surcoreana, dijo en su incomprensible jerigonza que aquello estaba silencioso como una tumba. Sin embargo, mientras los profesionales del lugar común se ponían de acuerdo en relación con el silencio vigente, el joven Lee llegó al puesto de su adversario, se inclinó hacia él, como para revelarle el gran secreto de la controversia, y le arrancó la mejilla de un mordisco espectacular.
Lo extraño, desde luego, no es que la antropofagia se haya convertido en argumento político en el parlamento de la Corea del Sur. Lo extraño es que exista un político tan cándido como Kwak, quien, al ser interrogado en el hospital de Pusán acerca de la actitud pasiva que asumió frente al inusitado ataque, respondió desconcertado: “Creí que el honorable Lee me iba a besar”.
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