“La mujer que llegaba a las seis”, una historia que García Márquez escribió para cumplir un reto de Alfonso Fuenmayor.
En diciembre de 1949 Gabriel García Márquez se trasladó de Cartagena a Barranquilla con el propósito de dar rienda suelta a su carrera como escritor. Moderna y cosmopolita, la capital del departamento del Atlántico se le presentó como un escenario ideal para llevar a cabo su sueño literario. Además, allí vivía un grupo de amigos -el célebre Grupo de Barranquilla- en cuyas tertulias García Márquez aprendería a disfrutar de la obra de Virginia Woolf, William Faulkner y Ernest Hemingway, maestros que luego fueron determinantes para su estilo narrativo. Dieciocho años después, varios de estos amigos fueron representados en Cien años de soledad. El librero y dramaturgo Ramón Vinyes, por ejemplo, fue el modelo para el “sabio catalán” de la novela. Otros compañeros de copas y letras como Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor aparecen con nombre propio en el libro y entablan una profunda amistad con Aureliano Babilonia, una especie de alter ego del autor.
“Barranquilla me permitió ser escritor. Tenía la población inmigrante más elevada de Colombia -árabes, chinos, etcétera-. Era como Córdoba en la Edad Media. Una ciudad abierta, llena de personas inteligentes a las que les importaba un carajo ser inteligentes”, le dijo García Márquez en 1993 a Gerald Martin, su biógrafo.
García Márquez, que por entonces tenía veintidós años, se hospedó en un burdel del centro de la ciudad llamado Residencias New York. Su habitación medía 3 metros cuadrados y costaba un peso con cincuenta centavos la noche, que Gabo pagaba con el dinero que recibía en el periódico El Heraldo por su columna “La Jirafa”.
Aquella fue una época bohemia llena conversaciones, música, alcohol e historias. También hubo diversos emprendimientos editoriales. El escritor y periodista Alfonso Fuenmayor fundó Crónica, un semanario cultural independiente que se publicó entre el 29 de abril de 1950 y junio de 1951. Fuenmayor, que había sido el responsable de que García Márquez consiguiera trabajo en El Heraldo, asumió el puesto de director de Crónica y nombró a García Márquez como jefe de redacción. Un día de 1950, preocupado por el contenido del próximo número del semanario, Fuenmayor retó a su amigo: le dijo que no sería capaz de crear un relato de temática policial. Gabo respondió al reto escribiendo “La mujer que llegaba a las seis”, un cuento magistral sobre una prostituta que asesina a un cliente y que luego entra a un restaurante para inventar una coartada.
El texto fue publicado el 24 de junio de ese año. En él se advierte la influencia de Hemingway, en especial la del cuento “Los asesinos”. La trama se inspiró en un suceso que García Márquez vivió junto al pintor Alejandro Obregón en Barranquilla. Obregón estaba buscando a una modelo que posara desnuda y García Márquez y otros amigos del Grupo de Barranquilla le consiguieron a una prostituta. Aquella mujer sólo impuso una condición por sus servicios: que le escribieran una enigmática carta en su nombre a un marinero de Bristol. Obregón la redactó y la mujer prometió asistir al taller del pintor en la Escuela de Bellas Artes al día siguiente. Sin embargo, jamás llegó.
No cabe duda de que la estancia de García Márquez en las Residencias New York también contribuyó al desarrollo del cuento, pues allí el autor trabó amistad con las prostitutas del burdel y escuchó sus conversaciones a través de las delgadas paredes de la habitación.
“La mujer que llegaba a las seis” fue reescrito y corregido varias veces. Una segunda versión se publicó en el Magazín Dominical de El Espectador el 30 de marzo de 1952. Esta vez, García Márquez acompañó su texto con una nota titulada “Auto-Crítica”, que dirigió inicialmente a su pariente Gonzalo González (periodista en El Espectador) y a Eduardo Zalamea, que escribía en aquel diario bajo el seudónimo Ulises. En la nota, que más bien parecía una carta, García Márquez explicó el origen de su relato, su insatisfacción con el desenlace y la deuda con la prosa breve de Hemingway.
En el Centro Gabo compartimos contigo un fragmento de este documento revelador de los procesos creativos de García Márquez:
Mi querido Gonzalo:
El cuento que te incluyo para DOMINICAL –“La mujer que llegaba a las seis”– es el resultado de una apuesta perdida; un victorioso fracaso. Sucedió que Alfonso Fuenmayor apostó a que yo no podría escribir un cuento de policía. Acepté el reto, hice el plan para el cuento y me decidí a escribirlo. En mitad del camino mi viejo romanticismo interfirió mi inexperiencia policíaca, y entonces el proyecto, la coartada, la investigación y la apuesta se fueron al diablo y dejé el cuento como te lo envío, a medias, lleno de vaguedades y de sugerencias sentimentales. Algunos –¡idiotas!– me han dicho que es un cuento pornográfico. Yo creo, sinceramente, que es el más terrible cuento de amor que yo pueda escribir.
Como no fue escrito para ser publicado, fue preciso someterlo a un proceso de desinfección mediante el cual ha quedado listo para las prensas, sin peligro de que lo censura la sociedad protectora de animales. De allí proviene su principal defecto: los diálogos, en especial los de la mujer, son demasiado correctos. Las palabras son más inteligentes que el personaje. ¿Estamos? En la primera versión, que era privada, repito, eran diálogos de albañal. Se parecía mucho a esa mujer taciturna, caída, que acaba de cometer un crimen por el solo motivo de su propio hastío. Ahora, con la dedetización, la mujer se ha vuelto brillante, perspicaz, falsa tal vez. Pero es así y ni siquiera yo tengo la culpa de que así sea.
Otro reparo: el cuento parece más de Hemingway que de G.G.M. Eso es una calamidad. Pero como el reparo me parece una tontería, y, además, como el cuento me gusta, no veo por qué debo inyectarle mis habituales dosis de pesadilla, sólo para que Hemingway no se dé el lujo de decir que estos indios de pluma y taparrabo escribieron un cuento que parece suyo.
En fin, ese cuento es todo un problema. Hablando en serio, te digo que lo publico sin saber todavía a ciencia cierta si está tan bien como yo creo, o es que me he dejado guiar por un espejismo. Incluso te agradecerías que me dieras tu opinión –privada– y si es posible que lo estudiaras con Ulises, para así formarme de él un concepto más imparcial. Para darle gusto a tu apoltronada pereza, te digo: si sale publicado es porque está bien. Si no, devuélvemelo.
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