Sun, 07/06/2025 - 04:00
La gran diferencia entre Gabriel García Márquez y los demás era que cuando tenía una pesadilla su mayor deseo no era despertar sino escribir. Quienes durmieron alguna vez a su lado y lo escucharon gritar despavorido por las imágenes de un mal sueño aprendieron con el tiempo que no debían interrumpirlo. Sabían, o acabarían por saberlo, que cada horror en la mente de Gabo iba a ser un nuevo cuento.
Eso sintió Domingo Manuel Vega la noche en que encontró al joven escritor dando tumbos en la cama.
– ¿Qué te pasa? –le preguntó. Desde febrero de ese año, es decir 1947, compartían la misma habitación en una pensión para estudiantes universitarios de la Calle del Florián en el centro de Bogotá.
– Es que un fauno se subió en el tranvía –respondió García Márquez con los ojos cerrados.
– Estoy seguro de que te quedaste dormido y tuviste una pesadilla –dijo Vega. Para entonces ya poseía el característico sentido común de un estudiante de medicina–. Probablemente hiciste una mala digestión. Aunque si se trata del tema de tu próximo cuento, me parece algo fantástico.
García Márquez observó en silencio a su compañero por unos instantes, dio media vuelta y siguió pensando. Como todos los domingos en esa época, se había embarcado en el tranvía de la ciudad por cinco centavos y había escogido un asiento en el fondo del vagón para leer desde la mañana hasta al anochecer. Eran –así los llamó– sus “solitarios festivales poéticos”. Leía versos de amor mientras paseaba de la Plaza de Bolívar a la Avenida Chile y viceversa. Esa noche, en el último servicio de la jornada, vio que un fauno subió al tranvía en la estación de Chapinero. Iba vestido con un traje negro formal, lucía dos cuernos estilizados y su pelambre de chivo mitológico exhalaba un vago olor a agua de lavanda. “Parecía un señor canciller que regresara de un funeral”, escribió Gabo en un artículo para El País de España treinta y cuatro años después. Salvo el escritor, ninguno de los pasajeros se asombró por la presencia del fauno. Por esta razón, García Márquez creyó al principio que se trataba de uno de los tantos hombres disfrazados que cada fin de semana entraban en los parques de niños a vender baratijas. Pero aquella suposición se desmoronó cuando el fauno se sentó cerca y despidió un auténtico olor a animal montuno. Antes de la Calle 26, la calle del cementerio, la criatura bajó del tranvía y se perdió para siempre en la oscuridad.
El lunes por la mañana García Márquez seguía sin resolver el misterio. “Empecé por admitir que me había dormido por el cansancio del día y tuve un sueño tan nítido que no podía separarlo de la realidad”, confiesa en sus memorias, Vivir para contarla. En el fondo le importaba muy poco si aquello había ocurrido de verdad. Lo esencial, aseguraba, era que había vivido una experiencia maravillosa, imaginaria o no, y que esa experiencia tenía el atractivo suficiente para ser contada. Así que faltó a las clases de Derecho, tomó prestada la máquina de escribir de Domingo Manuel Vega y redactó de un tirón el cuento de un fauno que se sube a un tranvía. Durante varios días mantuvo el borrador bajo su almohada y le hizo correcciones a la hora de dormir. Cuando sintió que el cuento estaba completo, lo envió junto con una carta a Jaime Posadas, el director del Suplemento Literario de El Tiempo. Se tenía confianza, después de todo ya había publicado dos cuentos en la página cultural Fin de Semana de El Espectador: “La tercera resignación”, el 13 de septiembre, y “Eva está dentro de su gato”, el 25 de octubre. Sin embargo, la carta no fue contestada y el cuento jamás fue publicado. Su única copia se quemó un par de meses más tarde, el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron al político liberal Jorge Eliécer Gaitán y Bogotá entera ardió en llamas.
Fue su primer cuento inspirado en una pesadilla. Ya vendrían más, justo en ese período que los historiadores bautizaron La Violencia en el que una Colombia despierta sufrió sus propios horrores sin tener que soñarlos.
Sat, 07/05/2025 - 01:39
La infancia de Gabriel García Márquez en Aracataca, Magdalena, estuvo poblada de fantasmas. Eran espectros que salían al encuentro del futuro escritor en las horas más pavorosas de la noche. En la casa de sus abuelos maternos algunas habitaciones tenían sus propias apariciones y se convertían en territorio prohibido para los niños. En el cuarto del hospital, por ejemplo, penaba el alma de la tía Petra –muerta cuando Gabriel tenía dos años– y se aparecía cantando romanzas tristes inventadas por ella misma.
Otro fantasma con el que García Márquez convivió fue el de un niño que mataron de un tiro en una cantina del pueblo por derramarle el trago a un forastero. El coronel Nicolás Márquez siempre le recordaba ese asesinato a su nieto cada vez que lo llevaba a una cantina a tomar un refresco.
En Vivir para contarla, Gabo cuenta que su abuela Tranquilina Iguarán alimentaba con sus supersticiones los miedos entre los más pequeños de la casa. “Era la mujer más crédula e impresionable que conocí jamás por el espanto que le causaban los misterios de la vida diaria”, relata el escritor, “veía que los mecedores se mecían solos, que el fantasma de la fiebre puerperal se había metido en las alcobas de las parturientas, que el olor de los jazmines del jardín era como un fantasma invisible, que un cordón tirado al azar en el suelo tenía la forma de los números que podían ser el premio mayor de la lotería, que un pájaro sin ojos se había extraviado dentro del comedor y sólo pudieron espantarlo con La Magnífica cantada”.
Este universo paranormal fue determinante en la obra literaria y periodística de García Márquez donde los espíritus se pasean como personajes cotidianos del diario vivir. Desde el Centro Gabo hemos seleccionado cinco historias del autor colombiano protagonizadas por fantasmas (también te recomendamos 5 historias de terror de Gabriel García Márquez para leer en Halloween). Las compartimos contigo:
Una mirada literaria y antropológica del diablo en dos artículos del escritor colombiano.
Una compilación de artículos escritos por García Márquez sobre seis artistas plásticos colombianos.
Sat, 07/05/2025 - 01:39
Entre las historias que existen en los libros de Gabriel García Márquez, ninguna habla tanto de sus relaciones afectivas como las que se esconden en sus dedicatorias. Breves y sutiles, casi siempre anteriores a los profundos epígrafes, estas dedicatorias enseñan un mundo oculto de amores y amistades que influyeron en la construcción de los cuentos y novelas del escritor colombiano.
“Nunca pienso que vaya a dedicar un libro” confesó Gabo en una entrevista de Caracol Radio en mayo de 1991. Sin embargo, también agregó que poco después de terminar sus historias acababa añadiendo los nombres de sus seres queridos. “A última hora, por alguna razón y por algún motivo de gratitud o alguna relación entre ese libro y ciertas personas”.
En el Centro Gabo hemos investigado los relatos que hubo tras cada una de las dedicatorias que hizo García Márquez en sus libros. Los compartimos contigo:
Diez frases para aproximarse a los integrantes de la familia Buendía y su carácter en Cien años de soledad.
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