Mariposas

Tus esquelitas fúnebres

En memoria del escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927-1914)
Orlando Oliveros Acosta

Ha muerto un grande de la literatura universal. Cuando eso ocurre los libros se convierten en el único epitafio digno de confianza. Cada novela escrita por Gabriel García Márquez, cada cuento o crónica periodística se convierten en su propia esquelita fúnebre que desde ahora luchará contra el tiempo y el olvido.

En la totalidad de su obra Gabo no hizo otra cosa que dejarnos expuesto nuestro encanto cotidiano, el material literario del que están hechas todas las vidas, hasta las más simples. Y es que nosotros los seres humanos somos gente mágica, alimentamos cada rutina con toda clase de agüeros y curiosidades poéticas. Bastaría con ver que hay personas que ponen una mata de sábila detrás de la puerta de su casa para atraer la abundancia, que existen mujeres que sólo se cortan el cabello durante los cuartos crecientes y que aún hay cucarrones que pronostican las visitas cuando revolotean por las habitaciones. Habría que calcular cuántos postres no pudieron hacerse porque la repostera tenía la regla y cuántas muertes no fueron producto de la premonición lúgubre de una mariposa negra posada en el cielorraso de la sala. La verdad es que todavía somos esa clase de campesinos que, como dijo Luis Carlos López, se persignan cuando truena.

Recuerdo que en El Difícil, el pueblo donde me crié, los habitantes estaban convencidos de que en la casa donde estuviera sembrado un palo de tamarindo se moría primero el hombre que la mujer. Un día, por esa misma razón, los maridos comenzaron a talar los palos de tamarindos de sus patios para vivir más tiempo que sus esposas en un capricho por demostrar la fortaleza vital del sexo masculino. Hoy en día, durante las conversaciones que la familia mantiene por celular con sus antiguos amigos, seguimos preguntando quién sigue vivo y quién ya se fue de este mundo sólo para comprobar si había funcionado el dichoso plan de cortar los tamarindos... ¡Y parece que sí!

Ese es apenas un ejemplo de cómo Macondo es la versión estándar de todos los demás pueblos de la Costa: igual de olvidados, igual de maravillosos, pudriéndose en una ruina colectiva que aceleran los relojes.

Incluso estando en las ciudades presenciamos diariamente eventos de conmovedora poesía. Evoco dos en especial: aquellos domingos donde la sopa es bautizada para que rinda y esas viejas tardes de colegio cuando tenía el bolsillo del pantalón grasoso porque escondía una empanada que no quería que me robaran jugando al tumbalotodo.

Aquellas situaciones asombrosas me dicen que nunca olvidaremos a Gabo. Su obra resiste en nuestra identidad cultural. Así que no se preocupe, Maestro, usted descanse en paz, que nosotros lo leeremos siempre.

* Orlando Oliveros Acosta: Escritor. Gestor de contenidos del Centro Internacional para el Legado de Gabriel García Márquez. Columnista de opinión del periódico El Universal y Caracol Radio.

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