Archivo Gabriel García Márquez, Harry Ransom Center
Lectura

15 frases de Gabriel García Márquez sobre los críticos literarios

Un compendio de reflexiones del escritor colombiano en torno a crítica literaria y sus académicos.

Créditos: 
Foto archivo Gabriel García Márquez, Harry Ransom Center
Redacción Centro Gabo

En 1952, poco después de haber concluido La hojarasca, un joven García Márquez le entregaba su primera novela a un agente de la Editorial Losada en Bogotá para que la enviara hasta la sede principal en Argentina. De allá le respondieron con una carta firmada por el crítico Guillermo de la Torre en la cual le decían que el libro era impublicable, razón por la cual le recomendaban a su autor cambiar de oficio. Fue ese uno de los primeros desaires que Gabo tendría con los críticos literarios a lo largo de su vida, un hecho que sin duda determinaría sus espinosas relaciones con la academia.

García Márquez creía que los críticos desempeñaban una labor elitista que obstruía el vínculo directo que debía haber entre el escritor y sus lectores. También pensaba que los críticos, en su afán por resolver todos los misterios de un texto, acaban inventando conjeturas inverosímiles y ridículas. Pocos fueron los estudiosos que merecieron sus elogios, como el uruguayo Ángel Rama (con una investigación sobre la influencia de la música de la Costa Caribe colombiana en la obra garciamarqueana) y el alemán Ernesto Volkening (que teorizó sobre el papel de los personajes femeninos en las historias de Gabo).

Compartimos contigo quince reflexiones del Premio Nobel de Literatura colombiano sobre los críticos literarios y la naturaleza de su oficio:     

 

1. Una forma del intelectualismo

 

Para mí los críticos son el mayor ejemplo de intelectualismo. En primer lugar, tienen una teoría de lo que debe ser un escritor. Tratan de que el escritor cumpla con ese modelo y, si no lo hace, tratan de meterlo dentro de él por la fuerza.

 

“Gabriel García Márquez”.

The Paris Review, 1981.

 

2. Buscadores de caprichos

 

Los críticos, al contrario de los novelistas, no encuentran en los libros lo que pueden, sino lo que quieren.

 

El olor de la guayaba, 1982.

 

3. Una élite restrictiva y privilegiada

 

Toda buena literatura puede llegar muy lejos, lo que pasa es que hay una tendencia en los críticos y en los intelectuales en general a constituirse en élites privilegiadas y a decir «la literatura es para nosotros, no para las masas». Eso no es cierto, a la gente le gusta la literatura y la comprende mucho mejor de lo que parece. Probablemente a otro nivel, porque hay distintos niveles de aceptación.

 

“Estoy tan metido en la política que siento nostalgia de la literatura”.

El Viejo Topo, 1979.

 

4. Intermediarios innecesarios

 

No tengo interés en lo que los críticos piensan de mí, y tampoco he leído críticas desde hace muchos años. Los críticos se han arrogado la tarea de ser intermediarios entre el autor y el lector. Yo siempre he tratado de ser muy claro y preciso cuando escribo: intento llegar directamente al lector sin tener que pasar por el crítico.

 

“Gabriel García Márquez”.

The Paris Review, 1981.

 

5. Un trabajo parasitario

 

Tengo un concepto probablemente injusto de la crítica: creo que es una actividad puramente parasitaria.

 

“García Márquez al  banquillo”.

Revista Seuil, 1975.

 

6. Corriendo el riesgo de decir tonterías

 

Me disgustan los críticos porque, en general, con una investidura de pontífices y sin darse cuenta de que una novela como Cien años de soledad carece por completo de seriedad y está llena de señas a los amigos más íntimos, señas que solo ellos pueden descubrir, asumen la responsabilidad de descifrar todas las adivinanzas del libro corriendo el riesgo de decir grandes tonterías. Recuerdo, por ejemplo, que algún crítico creyó descubrir claves importantes de la novela al encontrarse con que un personaje, Gabriel, se lleva a París las obras completas de Rabelais. A partir de este hallazgo todas las desmesuras y todos los excesos pantagruélicos de los personajes se explicarían, según él, por esta influencia literaria. En realidad, aquella alusión a Rabelais fue puesta por mí como una cáscara de banano que muchos críticos pisaron.

 

El olor de la guayaba, 1982.

 

7. Los profesionales de la lectura

 

Hay varias clases de lectura en toda novela. Una, la del lector que se compromete inmediatamente y llora o se alegra. Otra, la del crítico, que es una lectura digamos profesional. Otra, la lectura del novelista: aunque uno no quiera hay algo en el interior de uno que voltea la novela al revés y la va desarmando, le saca tuercas, tornillos, resortes… pone esas piezas encima de la mesa. Solo así uno se da cuenta cómo está escrita esa novela. Es una lectura, digamos, técnica. Hay otra lectura que tiene que ser necesariamente muy a fondo; la del traductor: él no puede equivocarse ni un matiz.

 

“María es un texto sagrado…”.

El Tiempo, marzo de 1990.

 

8. Dudosos descifradores

 

En toda novela se descifran problemas de la vida, del ser humano. Ahora, yo no soy muy partidario de que este trabajo lo hagan los críticos; yo creo que eso debe ser una relación directa entre el escritor y el lector. Los críticos se interponen entre el escritor y el lector para tratar de ayudarlos en su tarea, pero yo tengo muchas dudas en cuanto a la capacidad del crítico como descifrador de lo cifrado.

 

“Estoy tan metido en la política que siento nostalgia de la literatura”.

El Viejo Topo, 1979.

 

9. Por la defensa del subconsciente

 

Yo le tengo mucho terror a leer la crítica que se hace de mis libros y los estudios que se hacen ahora sobre mí, por temor a que me descubran, me pongan sobre la mesa todo el trabajo subconsciente que hay en mi obra, me lo vuelvan consciente y me jodan.

 

Encuentro con García Márquez, 1989.

 

10. Gente demasiada seria…

 

Los críticos son hombres muy serios y la seriedad dejó de interesarme hace mucho tiempo. Más bien me divierte verlos patinando en la oscuridad.

 

“Conversaciones con Gabriel García Márquez”.

Revista Nacional de Cultura, septiembre de 1968.

 

11. Racionalizadores de la inventiva

 

Prefiero no leer las críticas que tratan de explicar o de racionalizar mis libros. Y lo prefiero porque creo que ese aspecto inconsciente de la creación es mejor dejarlo así. No me gusta que me den las claves de mis obsesiones. El trabajo literario es, en sí, de inventiva, de tanteo, es una búsqueda en la oscuridad en la que unas veces aciertas y otras no. Yo siempre temo que un trabajo racional de investigación en ese sentido lo estropee todo.

 

“Estoy tan metido en la política que siento nostalgia de la literatura”.

El Viejo Topo, 1979.

 

12. Sembradores de dudas

 

Los críticos siempre dejan una pizca de inseguridad en los escritores. Incluso el más serio y generoso de los críticos puede desviarse por un camino que te hace pensar que quizá cometiste un error.

 

“Artes visuales, la poetización del espacio y la escritura:

una entrevista con Gabriel García Márquez”.

Universidad de Colorado, octubre de 1987.

 

13. En busca de las cinco patas al gato

 

Cien años de soledadestá escrita con todos los trucos de la vida y con todos los trucos del oficio. Eso no lo ha sabido ver ningún crítico. Los críticos tratan de solemnizar y de encontrarle el pelo al huevo a una novela que dice muchas menos cosas de lo que ellos pretenden. Sus claves son simples, yo diría que elementales, con constantes guiños a mis amigos y conocidos, una complicidad que solo ellos pueden entender.

 

“García Márquez: ‘odio Cien años de Soledad’”.

El Semanal, septiembre de 1991.

 

14. Un filtro entre el autor y el lector

 

No recuerdo un crítico, ni bueno ni malo, que no me haya tratado bien. Más aún, son los críticos quienes más han hecho que se conozcan mis libros, aunque no haya sido mediante una actividad específicamente crítica, sino más bien publicitaria. A pesar de eso, sigo creyendo que las relaciones entre el autor y el lector no deben pasar a través de ningún filtro. No sería honrado que cambiara mi opinión sobre los críticos solamente porque me son favorables.

 

“Gabriel García Márquez”.

Ínsula, junio de 1968.

 

15. El gallo que sólo es el gallo

 

Un hijo mío estudió en Méjico, en un colegio inglés. En ese colegio recibían los cuestionarios sellados en Inglaterra. Y un profesor inglés elaboró un cuestionario y le tocó a mi hijo: «¿Cuál es el símbolo del gallo en El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez?». Entonces, mi hijo con la mayor modestia y diciendo la pura verdad, dijo: «De acuerdo con conversaciones que yo he tenido con el autor, el gallo no es sino un gallo». Y lo rajaron. Le escribí una carta al profesor, y la explicación que me dio fue que lo había rajado no por la respuesta, sino porque creyó que se estaba burlando de él porque no sabía que era hijo mío. La verdad es esa. El gallo no significa más que el gallo. Se ha dicho que el gallo es el símbolo de las luchas del pueblo, del retraso, en fin, de una serie de cosas. Para mí es un gallo que tenía el coronel. Inclusive, en una primera versión de El coronel no tiene quien le escriba (la escribí once veces, es decir once borradores), tratando de mejorarlo cada vez, y, sobre todo, tratando de reducirlo para que fuera muy conciso, el coronel ya no soportaba la situación en que se encontraba, y entonces le tuerce el pescuezo al gallo, se hace un sancocho de gallo y se queda tranquilo.

 

“García Márquez: el gallo no es más que el gallo”.

Pluma, abril de 1985.

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