La capacidad de reconocer, con asombro y admiración, que pudo mantener el mismo alto nivel excepcional de escritura, artículo tras artículo, columna tras columna, día tras día; de sentir, y el deseo de aspirar, a la frescura de cada texto; de saber que los temas del periodismo son infinitos y que el uso del idioma es, junto con el detalle de la reportería, lo que hace al buen periodista; de recordar que el periodismo de un gran escritor se deleita, se disfruta. Y, de que su periodismo, casi absolutamente todo, y siempre a flor de piel, está empapado por el humor; que su periodismo y su literatura son inseparables, que no existe una falla entre ambos, sino más bien una suerte de encuentro de las aguas, de líneas permeables de contacto, de vasos comunicantes, un sistema de riegos, como en los sistemas acuíferos, con tributarios, afluentes y confluentes, de riachuelos que vienen a alimentar un cauce central, el de Cien años de soledad, el de El otoño del patriarca o, en fin, el de El amor en los tiempos del cólera. Y, que, en un gran trasvase invertido, como de gratitud, esos grandes cauces regresan siempre a nutrir de nuevo a su periodismo. Me deja, a fin de cuentas, el ojo de periodista.
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