Los árboles mueren de pie. Historias sobre los orígenes de Macondo

Redacción Centro Gabo

Mié, 05/11/2022 - 17:24

Por: Gladys González Arévalo

 

En abril de 2014 partió nuestro Nobel hacia otras dimensiones, a la eternidad. Al árbol de Macondo en abril se le caen las hojas y, como “los árboles que mueren de pie”, el escritor colombiano Gabriel García Márquez murió y sigue de pie, enhiesto en su inmortalidad, erguido en su legado, sigue como los añosos árboles altivos, legendarios, que profundizan sus raíces y sus copas quieren alcanzar las nubes.

Continuará en la memoria cada vez más viva en el corazón de los colombianos y en los admiradores de su obra en el mundo debido a su literatura sin fronteras. Gabriel García Márquez es quizás el autor en lengua castellana más ampliamente leído en todo el mundo y sus obras han sido traducidas a más de cuarenta idiomas. Su creación literaria se prolongará en el tiempo y extenderá sus ramas, se eternizará mientras sigan creciendo los macondos.

 

El símbolo en la geografía garciamarqueana

 

El nombre de Macondo era el de una hacienda próxima a Aracataca. García Márquez lo convirtió en uno de los referentes geográficos literarios más inolvidables. En sus memorias, el escritor relata que el nombre proviene de una hacienda bananera que visitaba con su abuelo Nicolás Márquez a comienzos de los años treinta.

¿Qué es, en realidad, Macondo? ¿Lugar imaginario, árbol, pescado o tribu africana? La primera mención al árbol “Macondo”, según la Biblioteca Virtual, fue hecha por el viajero Alexander von Humboldt, quien vio este árbol en el bosque de macondos de Turbaco (Bolívar, Colombia) en 1801, cuando fue a visitar los volcanes de lodo con Luis de Rieux. Menciona que puede llegar a alcanzar los 35 metros de altura. Los frutos son enormes, con cinco alas, entre rosados y cafés, capaces de volar llevados por el viento.

Palabras parecidas a Macondo existen en varios idiomas africanos y algunas se referían a árboles. Existen varias localidades y pueblos africanos con el nombre de Macondo. También se dice que es voz de origen “chimila”.

Macondo, nos dice la voz de García Márquez en el documental Gabo la magia de lo real, “no es un lugar geográfico, es un estado de ánimo. Es el estado de ánimo que se vive en el Caribe. Los europeos tienen un problema: un cuadro en el que meten la realidad y, lo que no cabe en ese cuadro, no existe. Nosotros los latinoamericanos no tenemos cuadrito y vivimos la vida como viene”.

Carlos Monsiváis, ícono de la literatura mexicana, define así a Macondo: “La prosa de García Márquez es uno de esos hallazgos enormes para cualquier lector. Una vez que uno penetra en ella, no quiere abandonarla. El verdadero Macondo, para mí, es la prosa de García Márquez”.

Carlos Fuentes también nos muestra qué es Macondo. Tras recorrer las páginas de Cien años de soledad en 1967, Fuentes afirmó: “Acabo de leer las primeras 75 cuartillas de Cien años de soledad. Son absolutamente magistrales. Toda la historia ‘ficticia’ coexiste con la historia ‘real’, lo soñado con lo documentado, y gracias a las leyendas, las mentiras, las exageraciones, los mitos, Macondo se convierte en un territorio universal”.

No olvidemos que Macondo tiene muchos antecedentes literarios. Ahí está Comala, de Juan Rulfo, o Santa María, de Juan Carlos Onetti. “Son universos propios, mundos cerrados y a veces asfixiantes que permite a sus creadores darles a sus historias una dimensión mítica”.

Macondo o columna sagrada

 

Otro de los significados u orígenes de la palabra Macondo que adoptó García Márquez como el lugar imaginario de su literatura, y por la valoración que él les da a las culturas indígenas del Caribe, se complementa desde el ángulo de la antropología cultural con un mito Kogui relacionado con Macondo. Y aquí, a la vez, indirectamente, el mito de ese pueblo originario habla de “la casa en el aire” hecha del árbol del mismo nombre. Según el antropólogo y etnólogo austriaco Gerardo Reichel-Dolmatoff, el mito anuncia: “Entonces los padres del mundo encontraron un árbol grande y en el cielo, sobre el mar y sobre el agua, hicieron una casa grande de madera y paja, que llamaron Alnágua”. También el árbol Macondo es un símbolo sagrado para los indígenas de la Sierra Nevada, a donde llegan los mamos para hacer sus rituales y dejar las semillas envueltas en hojas siguiendo la milenaria tradición. Igualmente, el macondo está en la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta.

La inspiración y creación de Macondo surgieron cuando el escritor sintió por primera vez la necesidad de dejar constancia poética del mundo de su infancia, al frente de las ruinas de aquella casa grande y muy triste donde había vivido los primeros años de su vida, y cuando sintió la soledad enorme de América Latina y cuando también comprendió que había llegado el momento de encerrarse con sus fantasmas... para así fundar Macondo.

Macondo es el pretexto de García Márquez para hablar de la vida. Es un viajar por los personajes, por su soledad, por sus sufrimientos. Aunque Macondo no figura en los mapas, lo inventó el nieto de Tranquilina Iguarán: es el pueblo imaginario más famoso de América Latina.

El realismo de García Márquez es mágico precisamente porque es real. “Es muy difícil encontrar en mis novelas algo que no tenga un anclaje en la realidad”, afirmó el escritor en una entrevista. El paralelismo que hay especialmente entre Cien años de soledad y la historia del pueblo de Aracataca es evidente.

Macondo surgió porque el escritor nació en ese pueblecito y no en ningún otro, y esto según los propios testimonios del novelista. De haber crecido en un ámbito diferente, su literatura habría sido otra, temática y formalmente hablando.

Y aunque Macondo no es Aracataca en un sentido estricto, “sí fue elaborado a partir de una idealización poética del autor. El pueblo que el autor tenía en mente cuando escribió Cien años de soledad no existe, porque fue una evocación poética. Pero sin duda tiene de Aracataca algunas cosas: el calor, la historia de la explotación del banano, la modorra de las tres de la tarde”, cuenta el investigador Renson Said. “Aracataca fue la inspiración de Macondo, aunque naturalmente la literatura también tiene su estatuto autónomo o semiautónomo, y Macondo es, a final de cuentas, un lugar de la imaginación”.

 

Macondo, mucho más que una leyenda

 

El nombre de Macondo, le llegó desde muy niño. Como lo dice el mismo García Márquez en Vivir para contarla:

 

     El tren hizo una parada en una estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino que tenía el nombre escrito en el portal: Macondo. Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética. Nunca se lo escuché a nadie ni me pregunté siquiera qué significaba. Lo había usado ya en tres libros como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina. Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyika existe la etnia errante de los makondos y pensé que aquel podría ser el origen de la palabra. Pero nunca lo averigüé ni conocí el árbol, pues muchas veces pregunté por él en la zona bananera y nadie supo decírmelo. Tal vez no existió nunca.

 

Macondo, que aparece por primera vez en el cuento “Un día después del sábado”, publicado en 1954, es un escenario y, al igual que sus habitantes, es una entidad viva que nace, crece y muere.

Luego, en su primera novela titulada La hojarasca, García Márquez crea el ficticio Macondo como el ámbito imaginario en el que se desarrollará la vida de sus personajes. En la introducción de la novela, el lector encuentra a Macondo: “Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir alguna vez, pero no contábamos con su ímpetu”.

Aunque el lugar ficticio lo incluye desde sus primeras obras, es en Cien años de soledad donde “durante la penosa travesía de la sierra” la voz narrativa de la obra funda el mítico Macondo. El Macondo del realismo mágico de García Márquez describe la ubicación y el ámbito geográfico de este universo de la imaginación. Desde el comienzo de la novela empieza a nombrarlo. Así lo describe:

 

     Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.

     (…)

     José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.

 

En esta obra, la más conocida, escrita durante su exilio en México, García Márquez narra en tono épico la historia de Macondo-pueblo que acaba sepultado y destruido por las guerras y el progreso, una historia que se confunde con la historia de sus fundadores, la familia Buendía, a lo largo de cien años.

Este es el contexto del lugar mágico, el ámbito fantástico que García Márquez creó como escenario de algunas de sus novelas, especialmente en Cien años de soledad.

Así como los enormes frutos del árbol de Macondo, con cinco alas, capaces de volar llevados por el viento, también los enormes frutos de Gabriel García Márquez, su obra narrativa, con “enormes alas” ha sido capaz de volar hasta los cinco continentes y, sin duda, hasta los confines donde se siga escuchando la sonora palabra Macondo.

 

 

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