Seis reflexiones del escritor colombiano sobre su amigo y compositor de música vallenata Rafael Escalona.
El jueves 23 de marzo de 1950 Gabriel García Márquez se reunió por primera vez con Rafael Escalona para hablar de música vallenata. Habían concertado una cita en el Café Roma de Barranquilla, poco después de que el escritor y periodista Manuel Zapata Olivella le mostrara a Escalona una columna en El Heraldo donde Gabo decía que el joven compositor era considerado como “el intelectual del vallenato”. Esa mañana, García Márquez sorprendió a Escalona desde el principio porque entró al café cantando “El hambre del Liceo”:
Qué tiene Escalona
Qué tiene ese muchacho
dicen las personas cuando lo ven tan flaco,
pero es que no saben el hambre que se pasa
cuando el vallenato se sale de su casa…
Al día siguiente, Gabo publicó una columna describiendo aquel encuentro. “Escalona –lo había dicho ya– es el intelectual de nuestros aires populares, el que se impuso un proceso de maduración hasta alcanzar ese estado de gracia en que su música respira ya el aire de la pura poesía”, escribió. Desde entonces, el escritor y el compositor se mantuvieron en contacto hasta formar una gran amistad.
En varias ocasiones Rafael Escalona invitó a Gabo a la casa de sus padres en Valledupar y juntos, en compañía de Manuel Zapata Olivella, recorrieron los pueblos del Caribe colombiano. Estos viajes fueron el sustrato de muchas de las historias que luego escribiría García Márquez. Un ejemplo de ello es “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada”, relato en que los personajes principales recorren toda La Guajira y donde se pueden apreciar los referentes culturales de la región.
En 1982, cuando Gabo viajó a Suecia a recibir el Premio Nobel de Literatura, Rafael Escalona conformaba la comitiva folclórica que a acompañó al escritor colombiano. Ese mismo año, Escalona compuso un vallenato para homenajear a su amigo, “El vallenato Nobel”, que pronto fue grabado por los Hermanos Zuleta. Su primera estrofa dice:
Gabo te mandó de Estocolmo
un poco de cosas muy lindas
una mariposa amarilla
y muchos pescaditos de oro
En el Centro Gabo hemos seleccionado seis reflexiones de García Márquez sobre Rafael Escalona y la poesía de sus composiciones. Las compartimos contigo:
La música de Escalona está elaborada en la misma materia de los recuerdos, en substancia de hombre estremecido por el diario acontecer de la naturaleza.
“Rafael Escalona”.
Columna de Gabriel García Márquez escrita para El Heraldo, marzo de 1950.
Rafael Escalona es un hombre que no se pone bravo todos los días. Ni por cualquier cosa. El discreto y cordial compositor vallenato se enfrenta a la vida con una filosofía que falla muy pocas veces y que, en su caso particular, ha contribuido a enriquecer notablemente el folklore de la Costa Atlántica. Esa filosofía consiste, sencillamente, en ponerles música a los problemas. Casi todas las composiciones de Escalona son el resultado de una situación difícil. Un problema musicalizado, si se prefiere.
“Un plagio a Escalona”.
Columna de Gabriel García Márquez escrita para El Heraldo, marzo de 1951.
Cuando Escalona compuso “La vieja Sara”, estábamos en una parranda. Rafael no alcanzó a terminarla, porque se la silbó a un acordeonero que estaba por ahí. El tipo agarró música y letra de una sola oída. Fue un viernes o sábado de carnaval. Cuando la parranda se terminó, Escalona iba de Villanueva para Valledupar. En el camino tuvo un accidente. Una cosa leve, pero lo que lo obligó a suspender la parranda de los carnavales. El tipo a quien él le silbó la canción, comenzó a regarla y fue el éxito de las fiestas, en toda la provincia. Cuando Escalona se levantó, ya la canción se le había ido de las manos, ya no tenía control sobre ella, ya estaba en todas partes, y él, que trató de efectuarle algunas correcciones, no pudo hacerlo porque los acordeoneros no le paraban bolas sino a la versión inicial.
“Cuando Escalona me daba de comer”.
Coralibe, abril de 1981.
Escalona es el intelectual de nuestros aires populares, el que se impuso un proceso de maduración hasta alcanzar ese estado de gracia en que su música respira ya el aire de la pura poesía. Es un hombre joven, discreto, de pocas palabras. Casi puede decirse que sólo abre la boca para decir la letra y la melodía de sus propias canciones, como si no tuviera el mundo, para él, un idioma más adecuado y explosivo que el de su música.
“Rafael Escalona”.
Columna de Gabriel García Márquez escrita para El Heraldo, marzo de 1950.
Rafael Escalona, con poco más de 15 años, había hechos sus primeras canciones en el Liceo Celedón de Santa Marta, y ya se vislumbraba como uno de los herederos grandes de la tradición gloriosa de Francisco el Hombre, pero apenas si lo conocían sus compañeros de colegio. Además, los creadores e intérpretes vallenatos eran gente del campo, poetas primitivos que apenas si sabían leer y escribir, y que ignoraban por completo las leyes de la música. Tocaban de oídas el acordeón, que nadie sabía cuándo ni por dónde les había llegado, y las familias encopetadas de la región consideraban que los cantos vallenatos eran cosas de peones descalzos, y si acaso, muy buenas para entretener borrachos, pero no para entrar con la pata en el suelo en las casas decentes. De modo que el joven Rafael Escalona, cuya familia era nada menos que parienta cercana del obispo Celedón, se escandalizó con la noticia de que el muchacho compusiera canciones de jornaleros. Fue tal el escándalo doméstico, que Escalona no se atrevió nunca a aprender a tocar el acordeón, y hasta el día de hoy compone sus canciones silbadas, y tiene que enseñárselas a algún acordeonista amigo para poder oírlas. Sin embargo, la irrupción de un bachiller en el vallenato tradicional le introdujo un ingrediente culto que ha sido decisivo en su evolución. Pero lo más grande de Escalona es haber medido con mano maestra la dosis exacta de ese ingrediente literario. Una gota de más, sin duda, habría terminado por adulterar y pervertir la música más espontánea y auténtica que se conserva en el país.
“Valledupar, la parranda del siglo”.
Columna de Gabriel García Márquez escrita para El Espectador y El País, junio de 1983.
Escalona no ha tenido suerte en sus grabaciones. Abelito Villa canta y se acompaña él mismo con un acordeón inigualable. A todo lo largo del río Cesar, no hay compositor que no lleve, como equipaje insustituible, su acordeón trasnochador y nostálgico. El caso de Escalona es distinto, porque es quizá el único que no conoce la ejecución de instrumento alguno, el único que no se convierte en intérprete de su propia música. Simplemente, canta como lo va dictando el recuerdo y permite que a sus espaldas venga la ancha garganta del pueblo, recogiendo y eternizando sus palabras. Él no se encierra en el laboratorio a resolver sus ideas con instrumentos. Concibe la fórmula, la dicta, y eso le basta para ser el compositor más popular en su propia tierra, y uno de los mejores fuera de ella. De allí que ninguno de los discos que todo el día y toda la noche están girando en el país moliendo la música de Escalona, sea exactamente igual, en cantidad de belleza, a lo que él mismo compuso sin otro propósito que el de arrancarse una espina demasiado punzante para sobrellevarla.
“Rafael Escalona”.
Columna de Gabriel García Márquez escrita para El Heraldo, marzo de 1950.
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