Siete escenas destacadas del cuento sobre Nena Daconte y Billy Sánchez escrito por Gabriel García Márquez.
“El rastro de tu sangre en la nieve” es uno de los doce cuentos peregrinos que Gabriel García Márquez escribió entre 1976 y 1982 sobre los sucesos extraños que les ocurrían a los latinoamericanos en Europa. Según cuenta Gerald Martin, biógrafo oficial del escritor colombiano, el drama de amor contrariado entre Nena Daconte y Billy Sánchez de Ávila y su desenlace fatal en París está inspirado en un romance real que García Márquez mantuvo con la actriz española Tachia Quintana. Aquello fue en 1956, durante los años de bohemios de Gabo en la capital francesa. El entonces autor de La hojarasca sufría el desempleo y la falta de dinero en una ciudad donde se sentía perdido y consumido por la incertidumbre.
“El rastro de tu sangre en la nieve”, escrito veinte años después de su estadía en París, es un relato codificado de esa relación intensa que incluyó nueve meses de discusiones y un aborto. Fue publicado el 6 de septiembre de 1980 en el Magazín Dominical del periódico El Espectador y fue incluido luego en el libro Doce cuentos peregrinos en 1992.
En el Centro Gabo hemos seleccionado siete escenas destacadas de este cuento que todavía sigue conmoviendo el corazón de sus lectores. Las compartimos contigo:
El encuentro violento entre Nena Daconte y Billy Sánchez en una caseta de las playas de Marbella en Cartagena.
Se había desnudado por completo para ponerse el traje de baño cuando empezó la estampida de pánico y los gritos de abordaje en las casetas vecinas, pero no entendió lo que ocurría hasta que la aldaba de su puerta saltó en astillas y vio parado frente a ella al bandolero más hermoso que se podía concebir. Lo único que llevaba puesto era un calzoncillo lineal de falsa piel de leopardo, y tenía el cuerpo apacible y elástico y el color dorado de la gente de mar. En el puño derecho, donde tenía una esclava metálica de gladiador romano, llevaba enrollada una cadena de hierro que le servía de arma mortal, y tenía colgada del cuello una medalla sin santo que palpitaba en silencio con el susto del corazón. Habían estado juntos en la escuela primaria y habían roto muchas piñatas en las fiestas de cumpleaños, pues ambos pertenecían a la estirpe provinciana que manejaba a su arbitrio el destino de la ciudad desde los tiempos de la Colonia, pero habían dejado de verse tantos años que no se reconocieron a primera vista. Nena Daconte permaneció de pie, inmóvil, sin hacer nada por ocultar su desnudez intensa. Billy Sánchez cumplió entonces con su rito pueril: se bajó el calzoncillo de leopardo y le mostró su respetable animal erguido. Ella lo miró de frente y sin asombro.
– Los he visto más grandes y más firmes –dijo, dominando el terror–, de modo que piensa bien lo que vas a hacer, porque conmigo te tienes que comportar mejor que un negro.
En realidad, Nena Daconte no sólo era virgen sino que nunca hasta entonces había visto un hombre desnudo, pero el desafío le resultó eficaz.
El saxofón de Nena Daconte que sonaba como un buque y la forma sensual como ella lo tocaba hasta el punto de escandalizar a su mamá.
La terraza de baldosas ajedrezadas donde Nena Daconte tocaba el saxofón era un remanso en el calor de las cuatro, y daba a un patio de sombras grandes con palos de mango y matas de guineo, bajo los cuales había una tumba con una losa sin nombre, anterior a la casa y a la memoria de la familia. Aun los menos entendidos en música pensaban que el sonido del saxofón era anacrónico en una casa de tanta alcurnia. “Suena como un buque”, había dicho la abuela de Nena Daconte cuando lo oyó por primera vez. Su madre había tratado en vano de que lo tocara de otro modo, y no como ella lo hacía por comodidad, con la falda recogida hasta los muslos y las rodillas separadas, y con una sensualidad que no le parecía esencial para la música. “No me importa qué instrumento toques” –le decía– “con tal de que lo toques con las piernas cerradas”. Pero fueron esos aires de adioses de buques y ese encarnizamiento de amor los que le permitieron a Nena Daconte romper la cáscara amarga de Billy Sánchez.
Cuando Nena Daconte y Billy Sánchez llegan a Madrid a pasar su luna de miel son recibidos, entre otros agasajos, con un ramo de rosas rojas con el que Nena Daconte se pincha un dedo. Ella disimula el accidente con un comentario ingenioso.
La misión diplomática de su país los recibió en el salón oficial. El embajador y su esposa no sólo eran amigos desde siempre de la familia de ambos, sino que él era el médico que había asistido al nacimiento de Nena Daconte, y la esperó con un ramo de rosas tan radiantes y frescas, que hasta las gotas de rocío parecían artificiales. Ella los saludó a ambos con besos de burla, incómoda con su condición un poco prematura de recién casada, y luego recibió las rosas. Al cogerlas se pinchó el dedo con una espina del tallo, pero sorteó el percance con un recurso encantador.
– Lo hice adrede –dijo– para que se fijaran en mi anillo.
En efecto, la misión diplomática en pleno admiró el esplendor del anillo, calculando que debía costar una fortuna no tanto por la clase de los diamantes como por su antigüedad bien conservada. Pero nadie advirtió que el dedo empezaba a sangrar.
Durante su viaje a París, antes de llegar a Orleans, Billy Sánchez le propone a Nena Daconte hacer el amor en la nieve y ella declina su proposición con una fórmula matrimonial.
– Ahora mismo estaba pensando que debe ser del carajo tirar en la nieve –dijo–. Aquí mismo, si quieres.
Nena Daconte lo pensó en serio. Al borde de la carretera, la nieve bajo la luna tenía un aspecto mullido y cálido, pero a medida que se acercaban a los suburbios de París el tráfico era más intenso, y había núcleos de fábricas iluminadas y numerosos obreros en bicicleta. De no haber sido invierno, estarían ya en pleno día.
– Ya será mejor esperar hasta París –dijo Nena Daconte–. Bien calienticos y en una cama con sábanas limpias, como la gente casada.
– Es la primera vez que me fallas – dijo él.
– Claro –replicó ella–. Es la primera vez que somos casados.
El momento en que Billy Sánchez se separa de su esposa en un hospital de París. No sabe que ya nunca más volverá a verla, ni viva ni muerta.
Billy Sánchez le llevó el bolso y le apretó la mano izquierda donde entonces llevaba el anillo de bodas, y la sintió lánguida y fría, y sus labios habían perdido el color. Permaneció a su lado, con la mano en la suya, hasta que llegó el médico de turno y le hizo un examen rápido al anular herido. Era un hombre muy joven, con la piel del color del cobre antiguo y la cabeza pelada. Nena Daconte no le prestó atención sino que dirigió a su marido una sonrisa lívida.
– No te asustes –le dijo, con su humor invencible–. Lo único que puede suceder es que este caníbal me corte la mano para comérsela.
El médico concluyó el examen, y entonces los sorprendió con un castellano muy correcto aunque con raro acento asiático.
– No, muchachos –dijo–. Este caníbal prefiere morirse de hambre antes que cortar una mano tan bella.
Ellos se ofuscaron pero el médico los tranquilizó con un gesto amable. Luego ordenó que se llevaran la camilla, y Billy Sánchez quiso seguir con ella cogido de la mano de su mujer. El médico lo detuvo por el brazo.
– Usted no –le dijo–. Va para cuidados intensivos.
Mientras Billy Sánchez espera que sea martes para poder visitar a su esposa en el hospital tiene que enfrentarse a las costumbres y normas extrañas de París. La más complicada: los criterios para aparcar.
Cuando volvió al hotel para acostarse, encontró su coche solo en una acera y todos los demás en la acera de enfrente, y tenía puesta la noticia de una multa en el parabrisas. Al portero del Hotel Nicole le costó trabajo explicarle que en los días impares del mes se podía estacionar en la acera de números impares, y al día siguiente en la acera contraria. Tantas artimañas racionalistas resultaban incomprensibles para un Sánchez de Ávila de los más acendrados que apenas dos años antes se había metido en un cine de barrio con el automóvil oficial del alcalde mayor, y había causado estragos de muerte ante los policías impávidos. Entendió menos todavía cuando el portero del hotel le aconsejó que pagara la multa, pero que no cambiara el coche de lugar a esa hora, porque tendría que cambiarlo otra vez a las doce de la noche.
Esta es, quizá, la escena más trágica del cuento. El lector asiste al momento en que Billy Sánchez se entera que su esposa ha muerto varios días atrás, y que además ha sido velada y enterrada mientras él creía que la esperaba en un hotel ubicado a la vuelta del hospital.
El médico levantó sus ojos desolados, pensó un instante, y entonces lo reconoció.
– ¡Pero dónde diablos se había metido usted! –dijo.
Billy Sánchez se quedó perplejo.
– En el hotel –dijo–. Aquí a la vuelta.
Entonces lo supo. Nena Daconte había muerto desangrada a las 7:10 de la noche del jueves 9 de enero, después de setenta horas de esfuerzos inútiles de los especialistas mejor calificados de Francia. Hasta el último instante había estado lúcida y serena, y dio instrucciones para que buscaran a su marido en el hotel Plaza Athenée, tenían una habitación reservada, y dio los datos para que se pusieran en contacto con sus padres. La embajada había sido informada el viernes por un cable urgente de su cancillería, cuando ya los padres de Nena Daconte volaban hacia París. El embajador en persona se encargó de los trámites de embalsamamiento y los funerales, y permaneció en contacto con la Prefectura de Policía de París para localizar a Billy Sánchez. Un llamado urgente con sus datos personales fue transmitido desde la noche del viernes hasta la tarde del domingo a través de la radio y la televisión, y durante esas 40 horas fue el hombre más buscado de Francia. Su retrato, encontrado en el bolso de Nena Daconte, estaba expuesto por todas partes. Tres Bentleys convertibles del mismo modelo habían sido localizados, pero ninguno era el suyo.
Los padres de Nena Daconte habían llegado el sábado al mediodía, y velaron el cadáver en la capilla del hospital esperando hasta última hora encontrar a Billy Sánchez. También los padres de éste habían sido informados, y estuvieron listos para volar a París, pero al final desistieron por una confusión de telegramas. Los funerales tuvieron lugar el domingo a las dos de la tarde, a sólo doscientos metros del sórdido cuarto del hotel donde Billy Sánchez agonizaba de soledad por el amor de Nena Daconte.
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