Orlando Oliveros Acosta
Vie, 04/17/2020 - 13:05
Gabriel García Márquez nunca fue muy devoto a las apuestas, pero tenía las únicas bibliotecas del mundo donde los diccionarios eran gallos de pelea. Los compraba en las librerías, todavía mansos por el letargo de los estantes y las vitrinas, y se los llevaba a su cuarto de estudio para que fueran adquiriendo sus aires de reyerta. Sobre su escritorio, al lado de la computadora y de los borradores impresos de sus novelas, los diccionarios más curtidos se enterraban sus definiciones unos a otros como si fueran espuelas.
“Los tengo ahí para que se peguen entre ellos” confesó Gabo a sus estudiantes durante un taller de periodismo en 1998. Con su primo, el poeta José Luis Díaz-Granados, fue aún más explícito sobre aquel extraño pasatiempo: “Soy un diccionarero”, le dijo.
Este oficio de buscapleitos léxicos consistía en cotejar los significados que cada uno de sus diccionarios le daban a una misma palabra. Por ejemplo, la palabra “día”. El escritor colombiano descubrió en 1982 que el Diccionario de uso del español actual de María Moliner lo definía como si Nicolás Copérnico jamás hubiera existido: “Espacio de tiempo que tarda el Sol en dar una vuelta completa alrededor de la Tierra”. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, por su parte, también parecía decantarse por aquel geocentrismo anacrónico: “Tiempo que el Sol emplea en dar, aparentemente, una vuelta a la Tierra”. Fue el Petit Larousse, con su modestia de gallito de bolsillo, el que ganó esa vez la contienda entre tantos tomos insignes. Su definición de “día” era: “Tiempo que tarda la Tierra en dar la vuelta sobre sí misma”.
A su obsesión por fomentar trifulcas entre los diccionarios, García Márquez la llamó “una venganza contra el destino”. En su niñez, cuando vivía en Aracataca con sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Márquez le enseñó que los diccionarios lo sabían todo y que no se equivocaban nunca. Gabo tendría unos cinco años la tarde en que fue con el coronel a un circo itinerante que había llegado al pueblo. No se impresionaron con los elefantes ni las mujeres decapitadas, sino con un mamífero de cuatro patas que tenía en la espalda una giba redonda y peluda.
— Es un camello —le dijo el coronel a su nieto.
— Perdone, coronel —intervino alguien que estaba cerca— pero eso es un dromedario.
Cuando el coronel regresó a su casa, lo primero que hizo fue buscar las diferencias entre un dromedario y un camello en un diccionario antiquísimo que tenía en su oficina. Fue después de eso que le comentó a su nieto la infalibilidad y omnisciencia de los diccionarios. Desde esa noche, García Márquez creció con el hábito de averiguar el mundo en aquellos libros repletos de acepciones organizadas en orden alfabético. Sin embargo, en algún momento de su carrera como escritor, esa devoción heredada del abuelo fue sustituida por una idea contraria: los diccionarios también se equivocan. Por eso había que foguearlos, meterlos en la gallera de las comparaciones para aprovechar lo que servía y descartar lo que no.
Así fue como Gabriel García Márquez se convirtió en eso que él llamó un diccionarero. Tenía un diccionario de ángeles y otro de aviación. Cuando quería saber cuáles eran los métodos anticonceptivos en el Antiguo Egipto o el origen de los objetos domésticos más insospechados como los anteojos o la máquina de lavar, consultaba el catálogo ¿Desde cuándo? escrito por el francés Pierre Germa. Cuando quería asesinar a uno de sus personajes y no sabía cómo, se instruía en las páginas del Writers Complete Crime Reference Book de Martin Roth. Una de las frases que dice el obispo en la novela Del amor y otros demonios, “Tenemos pruebas a manta de Dios”, sólo fue posible gracias al Diccionario de autoridades que el escritor colombiano compró para que sus personajes hablaran el castellano del siglo XVIII.
Aunque el 18 de mayo de 1982 publicó una columna en El País de España donde declaraba que su mayor placer era “encontrar las imbecilidades de los diccionarios”, su admiración por los diccionarios que valían la pena se mantuvo intacta. Tanto así que en 1997 prologó una edición del mencionado Diccionario de uso del español actual de María Moliner. No obstante, su verdadera incursión en el universo enciclopédico ocurrió en diciembre de 1987, cuando promovió desde la Fundación del nuevo Cine Latinoamericano la creación de un diccionario que tuviera toda la terminología cinematográfica en lengua castellana. Era una empresa tremenda, apenas semejante a la de José Arcadio Buendía y su máquina de la memoria en Cien años de soledad. Con ella García Márquez pretendía que los cineastas de América Latina trabajaran juntos y se comprendieran a pesar de los modismos de sus países de procedencia.
— Uno está filmando en Colombia una coproducción con Cuba, o una coproducción con Brasil. De pronto el director da una orden y el camarógrafo o el asistente, que son de otro país, no saben qué se está diciendo —le contó a la periodista cubana Lídice Valenzuela en 1987—. Sencillamente no entienden. A veces hasta se producen malos entendidos que afectan el trabajo.
Al final, las relaciones que mantuvo Gabo con los diccionarios fueron de complicidad. Jamás, sin embargo, dio el brazo a torcer si alguno de ellos le corregía una palabra que él deseaba publicar. “Tengo fuertes discusiones con el diccionario”, le dijo al periodista colombiano Daniel Samper Pizano en una entrevista de 1988 para Cambio 16, “pero por lo general termino ganando yo o haciendo mi voluntad”.
Esa voluntad podía inventar nuevas palabras si era necesario. “Condolientes”, por ejemplo. García Márquez la incluyó en El general en su laberinto cuando advirtió que en el diccionario de la Real Academia Española no existía una palabra para nombrar a aquellas personas que ofrecían sus condolencias. Existía el verbo “condoler” y el sustantivo “doliente” para la gente que recibía el pésame, pero no había uno para la que lo daba.
Libre de ataduras gramaticales, siguió escribiendo “mecedor” en sus relatos aunque sus gallos de pelea sugirieran “mecedora”. Incluso en 1997 se atrevió a proponer varias reformas al español, una de las cuales implicaba “jubilar la ortografía”. Aquello sucedió durante el I Congreso Internacional de la Lengua en Zacatecas. Gabo había sido invitado para inaugurar el evento. Lo hizo con un discurso que tituló “Botella al mar para el dios de las palabras”. Vestido como un académico más, con saco y corbata, sugirió que se firmara un tratado de límites entre la “G” y la “J”, que concretáramos bien el cuento de la “B” y la “V” y que elimináramos sin compasión la “H” rupestre que veníamos usando por nostalgia desde la Edad Media. Atrás quedaba el joven columnista de El Heraldo que en 1950 defendía la letra “X” por sus silencios oportunos y su apariencia de mujer que está abierta de brazos y piernas y despide a los barcos en los muelles con su adiós de dos pañuelos.
En la vida abundan las ironías. Es así como la realidad nos recuerda que el mundo sufre con los mismos privilegios estéticos de las novelas. En el 2005, veintidós academias de la lengua española elaboraron un diccionario para resolver problemas fonográficos, semánticos, morfológicos y sintácticos del castellano. Lo llamaron Diccionario Panhispánico de Dudas. Entre las numerosas palabras que lo componen, casi cien son ilustradas con fragmentos de la obra de Gabriel García Márquez. Este fue el gallo que dio la estocada perfecta. Ahora si al escritor se le ocurría ponerlo a pelear en la gallera tendría que apostar contra sus propias letras.
En la Fundación Gabo, compartimos contigo 82 palabras de este Diccionario Panhispánico de Dudas donde está presente la narrativa garciamarqueana.
‘Acción de acechar (observar o esperar cautelosamente con algún propósito)’: «Sometida a la vigilancia del padre y a la acechanza viciosa de las monjas, apenas si lograba completar medio folio del cuaderno escolar encerrada en los baños» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Adivinar o resolver correctamente [algo]’, ‘alcanzar algo o a alguien con un disparo o un golpe’, ‘tener acierto o tino en algo’ y ‘encontrar lo que se busca’.
Cuando significa ‘alcanzar algo o a alguien con un disparo o un golpe’, lo normal es usarlo como intransitivo, con un complemento precedido de a, que expresa la persona o cosa alcanzada, y que a menudo va representado, concurrentemente o no, por el pronombre de dativo le(s): «Le había enseñado unas palabras mágicas para acertarle a un pájaro con una piedra» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Acobardar(se)’: «La violencia policial que arrasaba pueblos enteros en el interior del país para acoquinar a la oposición» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
De acuerdo con. Locución preposicional que significa ‘según o conforme a’: «El agente, de acuerdo con el sumario, se llamaba Leandro Pornoy» (García Márquez. Crónica de una muerte anunciada [Colombia. 1981]).
‘Agarrar(se) o asir(se) fuertemente’. Cuando quiere especificarse la parte por la que se toma el objeto o la persona asidos, se emplean las preposiciones de o por. Como pronominal, lleva un complemento con a o, menos frecuentemente, de: «Sus esposas marchitas tenían que aferrarse de su brazo para no tropezar» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Dicho de un hidroavión o de un vehículo espacial, ‘posarse en el agua’. El español dispone de otros verbos con el mismo sentido e igualmente aceptables, como amarizar y acuatizar: «La ensenada de Manzanillo, donde acuatizaban los hidroaviones» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Debe evitarse la identificación del nombre de este continente con los Estados Unidos de América, uso abusivo que se da sobre todo en España.
No existe razón alguna para censurar el plural las Américas, que tiene larga tradición en español y resulta una denominación expresiva válida, alusiva a las distintas áreas o subcontinentes (América del Norte, Centroamérica y América del Sur): «La iglesia de San Pedro Claver, el primer santo de las Américas» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). Este plural expresivo está también presente en la locución hacer las Américas, usada en España con el sentido de ‘hacer fortuna en América’.
Coloquialmente, ‘adrede, con intención deliberada’: «La ventana parecía hecha aposta para amores contrariados» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). Es preferible esta forma, hoy mayoritaria, a la grafía en dos palabras a posta.
‘Persona que aprende un arte u oficio’. Por su terminación, es común en cuanto al género (el/la). Pero se usa también, incluso en el nivel culto, el femenino específico aprendiza: «La antigua aprendiza de reina tuvo libertad para seleccionar a los comensales» (García Márquez. Cien años de soledad [Colombia. 1967]).
‘Instrumento musical de cuerda’. La variante harpa, que conserva la h- etimológica, ha caído en desuso y debe evitarse.
Es voz femenina. Al comenzar por /a/ tónica, exige el uso de la forma el del artículo si entre ambos elementos no se interpone otra palabra, pero los adjetivos deben ir en forma femenina: «Así fue como trajeron de Viena el arpa magnífica» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Verbo irregular: se conjuga como acertar.
Cuando significa ‘situar(se) o apoyar(se) en un determinado lugar’, se construye con un complemento precedido de en o sobre, y puede ser transitivo; o intransitivo, tanto pronominal como no pronominal: (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Abstención de la asistencia a un trabajo o de la realización de un deber’. Esta forma, derivada del adjetivo ausente, es la usada con preferencia en el español americano: «A pesar de mi ausentismo crónico [...], aprobé las materias fáciles del primer año» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
‘Flor blanca del naranjo y otros cítricos’: «Las jaulas cubiertas con trapos parecían fantasmas dormidos bajo el olor caliente de los azahares nuevos» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). No debe confundirse con azar, voz de sentido muy diferente.
‘Grosero o tosco’: «Pedro Vicario estaba en la puerta, [...] con el cuchillo basto que él mismo había fabricado con una hoja de segueta» (García Márquez. Crónica de una muerte anunciada [Colombia. 1981]). No debe confundirse con vasto.
Adverbio que significa ‘con el vientre hacia el suelo’: «Estaba llorando de rabia en el dormitorio, tirada bocabajo en la cama» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Adverbio que significa ‘con la espalda hacia el suelo’; ‘con la abertura o boca hacia arriba’: «Se quitó el sombrero, lo puso bocarriba en el muelle por si quisieran echarle una moneda» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Adaptación gráfica propuesta para la voz inglesa brandy, que se usa en español para designar, por razones legales, el coñac elaborado fuera de Francia. Su plural es brandis: «Se habían tomado tres brandis cada uno» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). No es válido el plural brandys, que no es ni inglés ni español.
Caer en (la) cuenta. ‘Darse cuenta de algo’. Esta locución verbal va siempre seguida de un complemento introducido por de: «Luego cayó en la cuenta de su error» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Cal y canto. Locución nominal masculina que significa ‘mezcla de piedras y argamasa para construir muros’. Es también válida la grafía simple calicanto, frecuente en el español de América: «Se había abierto una grieta en el muro de calicanto del fondo» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
Aunque en el español antiguo, al igual que en latín, se documenta su uso indistinto en ambos géneros, en el español actual es voz masculina o femenina dependiendo de sus acepciones:
Se usa en ambos géneros cuando significa ‘parte más profunda y limpia de la entrada de un puerto’: «El transatlántico de los jueves, [...] que casi podía tocarse con las manos cuando pasaba por el canal del puerto» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
En la lengua culta formal, este verbo es intransitivo en todas sus acepciones:
Dicho de algo, ‘terminarse o dejar de producirse’: «El viento cesó de pronto» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Trabajar con otro o ayudarlo en la realización de una obra’. En el español general culto es intransitivo y suele llevar un complemento introducido por con, que expresa la persona con quien se colabora: «Los editores [...] le pedían que siguiera colaborando con ellos» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
Cuando significa ‘ira’, es femenino. Es masculino cuando designa cierta enfermedad epidémica: «Uno de los niños contrajo el cólera y se recuperó muy pronto» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Forma tradicional española del nombre de esta ciudad de Alemania: «La iglesia parroquial [...] era una versión de bolsillo de la catedral de Colonia» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). No debe usarse en español la forma alemana Köln, ni la grafía Kolonia, solo válida como nombre de una de las principales ciudades de Micronesia.
(De) color (de). La fórmula completa ha quedado fosilizada en la expresión de color de rosa, que, además de su sentido recto, tiene el figurado de ‘halagüeño o feliz’. Fuera de esta expresión, se emplea muy raramente de color de, fórmula que exige siempre que el sustantivo que sigue no sea de los que designan únicamente un color, sino de aquellos que designan primariamente una flor, un fruto, una sustancia o un objeto que tienen ese color característico: «El cabello corto le sentaba bien, [...] pero ya no era de color de miel, sino de aluminio» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Reconocer y declarar [una culpa o algo que se mantenía oculto o en secreto]’; dicho de un sacerdote, ‘oír la confesión [de un penitente]’; ‘manifestar culpas o secretos ante alguien’ y ‘reconocer y declarar ser algo, o estar de una determinada manera’. Verbo irregular: se conjuga como acertar.
Cuando significa ‘manifestar culpas o secretos ante alguien’ se construye como intransitivo pronominal: «Florentino Ariza se confesó con su madre» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Persona a la que otra confía sus secretos’ y ‘espía’. Por su terminación, es común en cuanto al género, y así se usa mayoritariamente en el habla culta (el/la confidente): «La viuda solitaria que en un tiempo fue la confidente de sus amores reprimidos» (García Márquez. Cien años de soledad [Colombia. 1967]). Se desaconseja el femenino confidenta, que tuvo cierto uso en el siglo xix, pero que no se ha consolidado en el nivel culto.
‘Que está al lado’. El complemento va introducido por a: «Vivía en el cuarto contiguo a la oficina» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). Debe evitarse introducir este complemento con de.
Al contrario. ‘Al revés o de manera opuesta’. El término de referencia puede ir introducido por de o que: «Al contrario de las otras alumnas, [...] Fermina Daza iba siempre con la tía soltera» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Arrepentimiento’: «Hizo ante su confesor un acto de contrición profunda» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). No es correcta la grafía contricción ni la pronunciación correspondiente [kontriksión, kontrikzión].
‘Gasto que ocasiona algo’: «El costo moral del empleo era más peligroso para mí que el costo político» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). Este es el término usado mayoritariamente en el español de América, mientras que en España se usa más, con este sentido, el sinónimo coste.
Con el sentido de ‘responder proporcionalmente a la atención o el trato recibidos’, es normalmente intransitivo y lleva un complemento introducido por a o un pronombre de dativo referido a la persona a quien se corresponde: «Fermina no le correspondió [a Hildebranda] con ningún comentario» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Palabra tónica que, a diferencia de cual, se escribe con tilde. Su plural es cuáles. Deben evitarse las formas populares o rurales cuálo(s), cuála(s), impropias del habla culta. Presenta los siguientes valores:
(…)
Antepuesto a un sustantivo, funciona como adjetivo interrogativo. En ese caso equivale a qué, y su uso es mucho más frecuente en América que en España: «Oyó hablar a las primas con naturalidad de cuáles parejas de la familia seguían haciendo el amor» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Aun cuando. Locución conjuntiva concesiva equivalente a aunque: «Aun cuando no era tiempo de espárragos, había que encontrarlos a cualquier precio» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). En esta locución la palabra aun se escribe sin tilde. Es, pues, incorrecta la grafía aún cuando.
Como palabra átona, que debe escribirse sin tilde a diferencia de cuánto, presenta los valores siguientes:
(…)
La forma cuanto, sin variación de género ni de número, funciona como adverbio relativo de cantidad, con sentido equivalente a todo lo que: «Le aconsejó que llorara cuanto quisiera» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Cuando el complemento es un infinitivo o una oración subordinada introducida por que, significa ‘procurar que se lleve a cabo la acción expresada por el verbo subordinado’. En ambos casos el complemento debe ir precedido de la preposición de: «Cuando salía, [...] cuidando de que no lo viera ni su cochero, le daba la plata para los gastos» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
El nombre de esta isla de las Antillas neerlandesas tiene dos grafías válidas en español: Curazao y Curasao. La primera es mayoritaria en la escritura, tanto en España como en América: «Las primeras goletas de Curazao zarpaban a hurtadillas» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
Dar la casualidad, dar la impresión. Ambas locuciones se construyen seguidas de un complemento precedido de la preposición de, que normalmente está constituido por una oración subordinada introducida por la conjunción que: «A veces daba la impresión de que también ella se olvidaba de quién era» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). Debe evitarse, en el habla esmerada, la supresión en estos casos de la preposición de: dio la casualidad que..., daba la impresión que...
Cuando significa ‘tomar algo como desayuno’, hoy se usa normalmente como transitivo, pero aún pervive el antiguo uso intransitivo, normalmente pronominal, en el que lo que se desayuna se expresa mediante un complemento precedido de con: «Desayunaba con un guiso de hígado» (García Márquez. Crónica de una muerte anunciada [Colombia. 1981]).
‘Inquietud o desasosiego’. Es voz femenina: «Padeció por primera vez la desazón del regreso» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Abandonar [una idea o propósito]’. En el uso general culto es intransitivo no pronominal y lleva un complemento con de: «Pensó escribirle, pero luego desistió del propósito» (García Márquez. Crónica de una muerte anunciada [Colombia. 1981]).
Como transitivo, ‘hacer menor’ y, como intransitivo, pronominal o no, ‘hacerse menor’. Verbo irregular: se conjuga como construir. Su participio, disminuido, se escribe sin tilde.
Como intransitivo lo normal es usarlo como no pronominal: «Su poder de concentración disminuía año tras año» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Puede ir precedido de las preposiciones a, de, desde, en, hacia, hasta, para y por, con las que se indican distintas relaciones de lugar (destino, origen, situación, dirección, tránsito: «Su decisión entreabrió una puerta por donde cabía el mundo entero» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
En la lengua general, se usa, básicamente, con los sentidos siguientes:
(…)
‘Empapar’: «Le taparon la cara con un pañuelo embebido en un líquido glacial» (García Márquez. Cien años de soledad [Colombia. 1967]). Como se ve en el último ejemplo, cuando el sujeto no es el líquido, este se expresa normalmente mediante un complemento introducido por la preposición en, aunque también se admite el uso de con o de.
Como transitivo, ‘causar una enfermedad’. Como intransitivo, ‘contraer una enfermedad’; en este caso, en América, se prefiere el uso como pronominal (enfermarse): «No se les veía volverse viejas, ni enfermarse ni morir» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). Mientras que en España lo normal es el uso no pronominal.
Enseñar a+ infinitivo. ‘Hacer que alguien aprenda a hacer lo que el infinitivo expresa’. En este caso, el complemento de persona puede considerarse indirecto (uso mayoritario) o directo (minoritario, pero también válido): «Desde que lo enseñó a leer, su madre le compraba los libros» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Torcedura violenta de una articulación’, ‘quiebro’ y ‘gesto con que se demuestra disgusto o desdén’. Es voz masculina en todas sus acepciones: «Lo dejó caer con un esguince de menosprecio» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). La variante desguince es hoy inusitada.
Como intransitivo pronominal, significa ‘alegrarse’ y lleva un complemento con de o por que expresa el motivo: «Se felicitó por haber tomado la decisión justa» (García Márquez. Crónica de una muerte anunciada [Colombia. 1981]).
‘Conjunto de los datos identificativos de un individuo’ y, en especial, ‘procedencia de una persona respecto de unos determinados padres’: «Florentino Ariza se quedó con el único apellido de su madre, si bien su verdadera filiación fue siempre de dominio público» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
La expresión francesa marron glacé puede sustituirse por su equivalente español castaña confitada: «Llevaba galletitas inglesas para el té, castañas confitadas, aceitunas griegas, pequeñas delicias de salón que encontraba en los transatlánticos» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Se escribe con inicial mayúscula cuando significa ‘conjunto de las personas que gobiernan un Estado, formado por el presidente y sus ministros’, tanto en singular como en plural. Se escribe con minúscula en el resto de sus acepciones: «Su padre delegó en ella los poderes para el gobierno de la casa» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Nombre de la isla europea que comprende los territorios de Inglaterra, Gales y Escocia. Dado que su territorio abarca la mayor parte del Reino Unido, suele utilizarse frecuentemente como nombre alternativo de este país. Aunque en la actualidad aparece preferentemente sin artículo, su uso con artículo es tradicional e igualmente correcto: «El ministro de la Gran Bretaña había sobrevivido a la odisea con un estoicismo ejemplar» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). Su gentilicio, británico, lo es también del topónimo Reino Unido.
‘Facultad de hablar’ y ‘manera de hablar’. Es voz femenina. Al comenzar por /a/ tónica, exige el uso de la forma el del artículo si entre ambos elementos no se interpone otra palabra, pero los adjetivos deben ir en forma femenina: «Todo él era un tributo a la ordinariez: la panza innoble, el habla enfática» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
54. Imprimir
‘Marcar sobre papel u otra materia [un texto, un dibujo, etc.] por medios mecánicos o electrónicos’ y ‘dar a alguien o algo [un determinado carácter, estilo, etc.]’. Tiene dos participios: el regular imprimido y el irregular impreso. Aunque existe hoy una clara tendencia, más acusada en América que en España, a preferir el uso de la forma irregular impreso, ambos participios pueden utilizarse indistintamente en la formación de los tiempos compuestos y de la pasiva perifrástica: «Habían impreso en su lugar billetes de a cien» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). En función adjetiva se prefiere en todo el ámbito hispánico la forma irregular impreso.
55. Inclusive
Adverbio que propia y originariamente significa, pospuesto a un sustantivo, ‘incluyendo entre lo considerado lo que designa dicho sustantivo’.
(…)
Posteriormente comenzó a emplearse también con el mismo valor de adición enfática que el adverbio incluso, uso que no cabe rechazar, pues tiene ya tradición en nuestro idioma y se documenta en escritores de prestigio. «Fue inflexible inclusive con el ministro británico» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
56. Instar
‘Pedir con apremio [a alguien] que haga algo’. Como otros verbos de influencia, lleva un complemento directo de persona y un complemento con a: «Lo instó a que dijera lo que quería decir» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
En la lengua general es transitivo cuando significa ‘llevar a cabo [una partida o un partido]’: «Se sentó a la mesa del viudo de Xius a jugar una partida de dominó» (García Márquez. Crónica de una muerte anunciada [Colombia. 1981]).
‘Linotipia o máquina de componer’. Es sustantivo masculino: «El silencio abrupto que mi entrada provocó en los linotipos y las máquinas de escribir se me anudó en la garganta» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). A veces, por influjo del género de máquina y de su sinónimo linotipia, se usa también en femenino.
Como transitivo, se construye de formas diversas según su significado:
(…)
Significa ‘enviar [a alguien] a un lugar o remitir [algo] a alguien’. Con el sentido específico de ‘enviar [a alguien] a que haga algo’, además del complemento directo de persona, lleva un infinitivo o una subordinada introducida por que, precedidos, en este caso, de la preposición a.
En el español de España se mantiene la distinción entre ambos sentidos, de manera que cuando mandar significa ‘ordenar [hacer algo]’, el infinitivo o la subordinada con que no van precedidos de la preposición a, mientras que esta preposición es obligatoria cuando mandar significa ‘enviar [a alguien] a que haga algo’: Le mandaron estudiar [= le ordenaron que estudiara] y Lo mandaron a estudiar [= lo enviaron a algún lugar para que estudiara].
En el español de América, sin embargo, se cruzan ambas construcciones, de manera que también con el sentido de ‘ordenar’ aparece frecuentemente la preposición a ante el infinitivo o la subordinada con que: «Mandó a construir debajo del mango una percha con un recipiente para el agua» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Adverbio comparativo que denota inferioridad. Normalmente precede a adjetivos o adverbios: No he visto hombre menos prudente en mi vida; Ahora llueve menos intensamente. Cuando modifica a un sustantivo, menos funciona como adjetivo: Cada vez va menos gente al teatro; Hoy hace menos calor. También puede funcionar como pronombre: Ya queda menos para las vacaciones. Cuando la comparación es expresa, el segundo término va introducido por la conjunción que, o por la preposición de, si se trata de una oración de relativo sin antecedente expreso que denota, no una entidad distinta, sino grado o cantidad en relación con la magnitud que se compara: «El susto me duró menos de lo que yo esperaba» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
En su acepción habitual de ‘decir algo que no es cierto con intención de engañar’, se emplea normalmente como intransitivo, de modo que el complemento que indica la persona a quien se miente es indirecto: «Florentino Ariza le mintió» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Temor’. El complemento que expresa la causa del miedo puede ir introducido por a o de: «El miedo de la muerte me despertaba a cualquier hora de la noche» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
En español, el nombre de este río de los Estados Unidos de América y del estado homónimo se usa con dos acentuaciones, ambas válidas. En épocas pasadas fue más frecuente la aguda Misisipí, aún vigente, pero hoy es mayoritaria la llana Misisipi, que coincide con la pronunciación del étimo inglés: «Con mi fiebre de cuarenta grados por las sagas del Misisipí, empezaba a verle las costuras a la novela vernácula» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
‘Multitud de muertes causadas por epidemia, guerra o cataclismo’: «La epidemia de cólera morbo [...] había causado en once semanas la más grande mortandad de nuestra historia» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). No debe confundirse con mortalidad (‘defunciones en una población y período determinados’).
‘Día en que se celebra el nacimiento de Jesús’ y ‘tiempo comprendido entre ese día y el día de Reyes’. Con el segundo sentido se usa frecuentemente en plural: «Por Navidades llegó de vacaciones la plana mayor de El Espectador» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). En ambos casos se escribe con mayúscula.
Forma tradicional española del nombre de esta ciudad del estado de Luisiana (Estados Unidos): «Esperó a que su hija Ofelia viniera de Nueva Orleans» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). Es incorrecto escribir Orleans con tilde (Orleáns), pues las palabras agudas terminadas en -s precedida de otra consonante no la llevan. No debe usarse en español la forma inglesa New Orleans.
‘Ave gallinácea cuyo macho tiene una cola de espléndido plumaje’. Su plural es pavos reales. En gran parte de América, el primer elemento tiende a pronunciarse átono, por lo que se escribe a menudo con la grafía simple pavorreal (pl. pavorreales), fusión gráfica ya asentada en otros casos similares como camposanto, guardiamarina, padrenuestro, caradura, etc.: «Los pavorreales eran heraldos de muerte» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Prenda de vestir femenina usada en la antigua Grecia’: «Llevaba una túnica de hilo con muchos pliegues que le caían desde los hombros como un peplo» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). De su étimo latino peplum deriva también la voz péplum.
Dicho de persona, ‘mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o en una opinión’. Es intransitivo y se construye con un complemento introducido por en: «Él [...] perseveró en sus asedios casi diarios» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Dirigir un buque, un automóvil, un avión, etc.’. Esta forma es la única usada en España, mientras que en el español de América se usa con preferencia o en exclusiva la variante pilotear: «Desde un avión elemental piloteado por el norteamericano William Knox Martin» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
‘Quitar las arrugas [a algo, especialmente ropa] utilizando la plancha u otro utensilio adecuado’. En algunos países de América, especialmente en Colombia, se emplea también la variante aplanchar: «Devolvían las camisas más limpias que si fueran nuevas, con los cuellos y los puños como hostias recién aplanchadas» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Como adjetivo significa ‘que puede ser o suceder, o que puede realizarse’: «La única explicación posible de su degradación era el rencor» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Como transitivo, ‘preceptuar u ordenar [algo]; y como intransitivo, dicho de un derecho, de una acción o de una responsabilidad, ‘extinguirse’. Solo es irregular en el participio, que tiene dos formas: prescrito y prescripto. La forma usada en la mayor parte del mundo hispánico es prescrito; pero en algunas zonas de América, especialmente en la Argentina y el Uruguay, sigue en pleno uso la grafía etimológica prescripto. Sin embargo, el adjetivo derivado prescriptible conserva la -p- en todo el ámbito hispánico.
El sustantivo que corresponde a prescribir es prescripción: «El tío se retiró contra su voluntad, por prescripción médica» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
Cuando significa ‘establecer o tener relación con una persona o cosa’, el complemento va precedido de la preposición con: «Nunca relacionó el alboroto distante con la llegada del obispo» (García Márquez. Crónica de una muerte anunciada [Colombia. 1981]).
Reprobar[a alguien] en una prueba o materia. Aquí la persona que no supera la prueba o materia se expresa mediante un complemento directo. Puede llevar además un complemento precedido de en, que denota la materia o la prueba en la que la persona ha sido reprobada: «Estaba a punto de ser reprobada en los exámenes finales» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Explorar mediante una sonda o instrumento adecuado [un medio] para averiguar sus características, su profundidad, etc.’: «Navegaba despacio para sondear el fondo del río» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]). Con este mismo sentido se usa también, aunque menos, el verbo sondar.
Dar otener tiempo. Ambas construcciones se emplean para expresar la noción de ‘ser suficiente el tiempo de que se dispone, para hacer algo’ y van siempre seguidas de un infinitivo o un nombre de acción precedidos de preposición. La primera, dar tiempo, se construye siempre en tercera persona del singular y el complemento que la sigue va introducido por las preposiciones a o de: «Ni siquiera le dio tiempo de quitarse la camisa de dormir» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]); la segunda, tener tiempo, lleva sujeto personal, de manera que se conjuga en todas las personas y su complemento va introducido por las preposiciones de o para: «Aún no habían tenido tiempo de cambiarse de ropa» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Género de enfermedades infecciosas graves caracterizadas por fiebres altas’. Esta es la forma mayoritariamente usada en todo el ámbito hispánico. Es invariable en plural. En algunos países de América, especialmente en México y Colombia, esta forma convive con la variante tifo: «El tifo se llevó a Margarita María Miniata» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]).
‘Felino asiático de gran tamaño’ y, en varios países de América, ‘felino americano denominado jaguar en otras zonas’. Para designar específicamente al animal hembra, se utiliza, en la lengua general, el femenino tigresa, aunque en algunos países americanos es normal el femenino tigra: «Él no se atrevió a consolarla, sabiendo que habría sido como consolar una tigra atravesada por una lanza» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
En torno. ‘Alrededor’. Es locución adverbial y puede llevar un complemento precedido de a o, menos frecuentemente, de. En esta locución, el sustantivo torno puede ir seguido o, más raramente, precedido de un posesivo: «Miró en torno suyo para asegurarse de que no le faltaba saludar a nadie» (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera [Colombia. 1985]).
‘Baile de origen alemán que se baila en pareja’ y ‘música de este baile’. En algunos países de América, especialmente en el Perú, Colombia, el Ecuador y Venezuela, se emplea también la forma valse (coincidente con la grafía francesa), a menudo en referencia a una pieza musical bailable derivada del vals europeo: «Su tarjeta de presentación en sociedad había sido “Cuando el baile se acabó”, un valse de un romanticismo agotador» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). El plural de ambas formas es valses. No debe usarse en español la grafía inglesa waltz.
De una buena vez. ‘Por fin o definitivamente’. Es calco de la locución francesa une bonne fois y su uso está bastante más extendido en América que en España: «La tía Francisca trató de convencerla de que capitulara de una buena vez antes de que fuera demasiado tarde» (García Márquez. Vivir para contarla [Colombia. 2002]). Son equivalentes y más recomendables otras locuciones más usuales o más propiamente españolas, como de una vez, de una vez para siempre o de una vez por todas, esta última también procedente del francés (une fois pour toutes), pero más asentada en el uso que de una buena vez.
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