Entrevista con la periodista colombiana Mábel Lara.
Cuando uno se acerca a Mábel Lara (Puerto Tejada, 1980) lo primero que advierte son sus crespos. Hebras castañas claras y oscuras que caen desde su cabeza con forma de tirabuzón. Lo segundo es su sonrisa, siempre tan recurrente como espontánea. Esta impresión sería completamente banal sino fuera porque Mábel Lara asume que su cabello y su sonrisa son armas para combatir los estereotipos de la televisión colombiana. “En un país como el nuestro, el pelo crespo es visto como desordenado, sin clase, un poco ordinario”, dijo en una entrevista concedida a la BBC y El Tiempo en mayo. “Pero hay que empezar a cambiar; si las niñas en Chocó o en Cali cuando me ven dicen ‘¡es como yo! ¡no me voy a volver a alisar mi pelo!’, está bien, para mí es un triunfo”.
La periodista recuerda que, antes de llegar a la televisión nacional, fue rechazada en un casting de 90 Minutos –noticiero del Pacífico– porque sonreía demasiado. Luego, en Bogotá, algunas vestuaristas renegaban de sus atuendos amarillos y los estilistas se quejaban cuando la peinaban (“esto se demora mucho”, decían). Un día llegó a los estudios de Noticias Uno con su cabello sin cepillar y decidió que, en adelante, así era como iba a presentar las noticias. “Represento al provincianismo, me puse mis colores, marqué ese estilo y la gente de la Costa Caribe se identificó” comentó al respecto en una entrevista para El País, el diario caleño en el que cada quince días publica una columna de opinión.
Esta actitud del trópico que poco se amolda a la rigidez de los andes, Mábel Lara la resumió en su cuenta de Twitter en un trino de sesenta caracteres: “Yo tan Gabriel García Márquez y vos tan Mario Vargas Llosa”.
Gabo es provincia y fue, en algún momento de su vida, anti-establecimiento. Su imagen también remite a la democracia y a las ideas liberales, especialmente a la libertad de expresión. Vargas Llosa es todo lo contrario, pues con el paso del tiempo se ha convertido en un representante del establecimiento (lo cual no quiere decir que sea, en principio, algo malo). Yo sueño y me identifico con el Gabo mitológico, el Gabo del Caribe y la provincia, el escritor que nos retrató a todos en Macondo y en la forma de asumir este país.
El ejemplo de Gabo consiste en entender al periodismo como un oficio que está más allá de una profesión y de la idea de recibir un cartón que, entre otras cosas, no es obligatorio, pues la Corte Constitucional dijo que no requeríamos de una profesionalización para estar en este trabajo que ejercemos todos los días. Creo profundamente en la intención de Gabo de invitarnos a reflexionar sobre el día a día del periodista y la importancia de contar historias para la gente. Muchas facultades de Comunicación Social no les están advirtiendo a sus estudiantes de la crisis que estamos viviendo en los medios de comunicación. Los periodistas hemos sido demasiado pretensiosos pensando que somos los conocedores de la verdad. Hace falta un mea culpa en el gremio. Estoy convencida de que si alguien quiere ser periodista debe entender primero que esto es de vocación. Si cree que esto es simplemente una profesión que cuando se gradúe va a trabajar de una y que va a ser súper fácil, es mejor que no lo estudie.
Ésa frase que citas es mi frase de cabecera. Cuando las personas se convierten en figuras públicas tienen que entender que sus vidas están expuestas. Todo aquel que se encuentra en las esferas del poder político en un país como Colombia debería saberlo. Las relaciones familiares, el pago de los impuestos o el pago de la administración del lugar de residencia son, en una figura pública, objeto de investigaciones. Sin embargo, yo sí creo que hay una vida íntima que constituye el círculo más diminuto de los seres humanos y que tiene que ver con los seres queridos que nos rodean, la forma de dormir o cepillarnos los dientes, incluso los traguitos que de pronto nos tomamos de más. Esta información el periodista no tiene por qué contarla, a menos que se demuestre que la vida íntima influye directamente en el quehacer público de la persona investigada. Ahí hay una gran diferencia que, desde la ética, los periodistas tenemos que abordar. Existen tres vidas: la pública, la privada y la vida que hay que respetar.
Por supuesto. Aunque creo que el pilar, la nuez de todo, debe ser siempre la ética. La ética es inherente a cualquier oficio bien hecho. Los periodistas, por ejemplo, debemos tener claro ese principio de Gabo que dice que jamás podemos alejarnos de nuestro deber ser. Los periodistas brindamos un servicio público y, por lo tanto, estamos obligados a procurar espacios de reflexión, de control político y económico. Estamos obligados a ser aliados de los más desfavorecidos, a tender nuestras manos al tiempo que evitamos ser aliados del poder.
Bueno, las redes sociales y las tecnologías digitales nos están trasformando. Valdría la pena preguntarse hasta qué punto la libreta de notas sigue sirviéndonos y cuáles son los retos de la ética periodística en estos nuevos tiempos. Pero, en definitiva, la ética es la esencia del periodismo. Y eso no va a cambiar nunca.
Yo no estudié presentación, estudié periodismo, y ahí está la respuesta. Me siento una contadora de historias que me tocó el rol de estar frente a una cámara, pero sigo siendo periodista. Sigo añorando tocar las fibras más internas de la sociedad y hacer reportería. Soy una periodista que cuenta noticias. Sé que eso se transformó mucho en Colombia y en América Latina donde, para bien o para mal, las mujeres más bellas, sobre todo nuestras reinas de belleza, se empezaron a aparecer en las pantallas. Algunos piensan que eso banalizó el oficio del periodismo y de la comunicación social. Yo prefiero aplaudir a quienes han hecho una carrera respetuosa desde ese espacio. El periodismo es el trabajo por la gente y para la gente. Así esté bien arreglada y maquillada frente a una cámara, continúo sintiéndome una periodista y eso la gente lo nota. A la gente no se le engaña, sabe cuándo conoces de un tema y cuándo no, cuándo tienes credibilidad y cuándo careces de ella. Yo me he ganado su confianza. De modo que soy una contadora de historias, pero también una presentadora que entona bien las palabras y una buena lectora de teleprónter. Periodista, al fin.
No, pero creo que estamos en la sala de urgencias. Todavía no hemos muerto, aunque andamos críticos. Pese a este diagnóstico, me parece que en momentos como este es cuando es más interesante ejercer el periodismo. Es la metáfora del coladero: ahora es cuando se ve quiénes son los que resisten y permanecen. A pesar de los embates y ataques que hemos sufrido, algunos han ido cambiando el modelo económico para hacer periodismo. Vivimos una coyuntura interesante y perfecta para que la gente pueda escoger a los mejores periodistas. Es un momento de reflexión en el que quienes no son buenos se van y sobreviven aquellos colegas que hacen bien su trabajo.
Cuando la gente lo castiga. Es el castigo más doloroso que inflige una audiencia y se da cuando no reconoce que el periodista es un buen trabajador. Mejor dicho: cuando la audiencia decide que ya no le va a creer. Esa es la muerte del periodista, una forma terrible de desahuciarlo.
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