Mi Gabo de cartón

Viajando en un tren en Tokio tuve la emocion de ver a Gabo al fondo de un vagón, pero no era real.
Por:
Virginia Berges Rib

De 1989 al 1991 tuve la fortuna de vivir en Japón como estudiante becada. La experiencia fue inigualable: ¡una dominicana en Tokio! ¡Todo era real maravilloso a la manera asiática! Entre periodos de exaltados descubrimientos y de insufrible nostalgia por el Caribe, a veces pensaba que perdería el juicio.

Una mañana, dentro del congestionado metro a Shibuya, advertí al fondo del vagón el rostro y la silueta de Gabriel García Márquez, apenas visible entre las cabezas de docenas de rostros japoneses. ¡Mi Gabo! Presa de una emoción incontenible, la emoción de quien descubre a su héroe, a su amado, a su esencia latinoamericana, me adelanté a empujones para ir a abrazarlo. Fue una reacción visceral, instintiva, fuertísima.

Tras un último empellón a una pareja de japoneses, ahí estaba cara a cara, cuerpo a cuerpo con un Gabo … ¡de cartón! Una fotografía tamaño humano con que se promocionaba su conferencia o conferencias recientemente finalizadas, y de las cuales no tuve noticias. Me sentí desolada, pero al mismo tiempo liberada de una duda que atormentó mi corazón mientras avanzaba a su encuentro. Su presencia no fue una alucinación causada por mi nostalgia. Ese Gabo de cartón que no llegué a abrazar fue el Gabo real que atestiguó mi cordura.

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