El 5 de junio del presente año me encontraba cursando un intercambio académico en la Ciudad de México, cuando Centro Gabo anunciaba que se cumplían 52 años desde el día en que la Editorial Sudamericana, en Buenos Aires, extendía al mercado los primeros 7.940 ejemplares de Cien Años de Soledad.
Desde que leí la noticia me invadió una profunda nostalgia al recordar el impacto de la vida y obra de Gabriel García Márquez en mi vida. Recuerdo muy bien la primera vez que la leí, acostada en la hamaca debajo del palo de mango del patio de mi casa en Sahagún, Córdoba. Eran unas vacaciones de mitad de año y yo me dispuse a empezar a leer cuando me invadió la magia de la historia y de cada personaje. Encontraba similitudes entre Úrsula Iguarán y mi abuela, la matrona inquebrantable y columna vertebral de mi familia. Me encontré estupefacta entre las coincidencias de las anteriores obras del maestro y el libro que ahora leía.
En ese 5 de junio, mientras estaba sentada trabajando en el Colegio de México y leyendo la noticia, me encontré masticando todos esos pequeños y grandes momentos que la lectura de Cien Años de Soledad me regaló, y decidí ir a visitar la casa del maestro en Fuego 144 en la Ciudad de México porque para mi era muy importante estar allí y sentir la presencia de la persona que más me inspira. Y así lo hice: fui, llegué y empecé a reparar cada pared y ventana intentando encontrar un resquicio de la vida de Gabo. No me di cuenta que había una cámara en la puerta de la casa. Para mi sorpresa salió a mi encuentro un señor alto, de camisa y amable que también se sorprendió con mi presencia.
fui, llegué y empecé a reparar cada pared y ventana intentando encontrar un resquicio de la vida de Gabo. No me di cuenta que había una cámara en la puerta de la casa
Yo me identifiqué y le expliqué por qué estaba allí. Él me dijo que era Genovevo Quirós, mayordomo del maestro los últimos 20 años de su vida, amigo incondicional y empleado fiel. Yo no podía creer lo que me estaba pasando, estaba conmocionada hasta las lágrimas. Genovevo me contó historias del maestro, me mostró cientos de fotos de Gabo, de su casa, de su familia, de su biblioteca, muchas confidencias; yo no concebía la realidad de lo que me estaba sucediendo. Me sacó de mi error al creer que la primera portada de Cien Años de Soledad fue la de los dados, la primera fue la del barco y las flores amarillas. Así mismo, me contó sobre el destino y paradero de los restos del maestro, de su premio Nobel y de sus objetos más preciados, como lo fue su máquina de escribir.
En este momento pienso que él se comportó conmigo de esa manera porque se conmovió también de ver lo conmovida que estaba, y por esa razón se animó a contarme y mostrarme lo que él conoce. Me dio la mano y me dijo que no llorara, que a Gabito no le gustaba que nadie llorara cuando lo conocía. Pero, ¿cómo no iba a llorar si estaba allí, justo donde vivió y murió el hombre que escribió el Otoño del Patriarca? No podía reaccionar de otra manera, fue una de las mejores experiencias de mi vida y recomiendo a todos mis amigos que tengan la oportunidad de visitar Fuego 144 y respirar el aire que una vez respiró el hombre que leo, admiro y quiero con todo mi corazón.
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