Tenía ya 12 años cuando encontré Crónica de una muerte anunciada en el salón de la casa de mi abuela. Una tía mía acababa de comprar el libro para leerlo durante un viaje pero yo quería terminarlo. Apenas había leído cinco páginas y no quería esperar a su retorno para terminar la historia. Continué con la lectura sin prisas, resignado a esperar al retorno de mi familiar para terminar la historia. Ese día me olvidé del hambre, de jugar con mis primos y del hambre nuevamente a la hora de la cena. Terminé la lectura casi sin proponérmelo y descubrí mi pasión por Gabo. Mis familiares siguieron prestándome libros, siempre que los termine en máximo una semana. Así disfruté de varias novelas de Gabo, aunque no permitieron que dejara de comer un día entero entretenido por lo que leía.
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