Entrevista con el escritor Juan Gabriel Vásquez sobre la influencia y la vigencia literaria de Gabriel García Márquez y su novela Cien años de soledad.
En sus memorias, el escritor polaco Joseph Conrad cuenta que a los nueve años de edad vivió un episodio muy particular con un mapa de África: mirando las distintas regiones del viejo continente se percató de que había un espacio en blanco que representaba un territorio inexplorado por los cartógrafos. Entonces colocó su dedo índice sobre aquella geografía misteriosa y dijo: “cuando crezca, iré allí”. Varias décadas más tarde, Conrad publicaría su novela El corazón de las tinieblas, en donde el narrador de la historia, Charlie Marlow, repetiría el mismo suceso de niño, sólo que esta vez el mapa en blanco sería reemplazado por un río obscuro e impenetrable.
Este ímpetu hacia lo desconocido es asumido por el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez como un principio cardinal de la novela moderna. Ganador en el 2011 del Premio Alfaguara de Novela con El ruido de las cosas al caer, Vásquez acaba de publicar un libro de ensayos cuyo título se basa fundamentalmente en la ya mencionada anécdota conradiana: Viajes con un mapa en blanco (Alfaguara, 2018). Se trata de una conjunción de ensayos que el colombiano escribió entre 2010 y 2017 en un intento por averiguar “qué es esto que llamamos novela, qué nos hace y cómo lo hace y por qué ha sido importante que lo haga (si es que lo ha sido) y por qué puede ser lamentable que deje de hacerlo (si es que deja de hacerlo)”.
En el segundo piso del Hotel Santa Clara en Cartagena, de noche, sentado en un sillón de mimbre y rodeado por el sonido de los pájaros del trópico que vienen a dormirse entre los bejucos y las palmeras del patio central, Juan Gabriel Vásquez responde tres preguntas.
Cien años de soledad contó nuestra realidad latinoamericana de una manera absolutamente novedosa que no se había hecho nunca antes. Se habían intentado narraciones similares –que son una especie de antecedentes de Cien años de soledad– que buscaron respetar la naturaleza diversa de la identidad latinoamericana en la que lo real convive con nuestras supersticiones, nuestras religiones y nuestra vida de fantasía, pero Cien años de soledad fue el primer libro en el que todas esas distintas maneras de entendernos con nuestra realidad quedaron mezcladas de una forma inextricable, es decir, esta es la primera novela en la que uno siente y vive realmente dentro de una manera de ver el mundo que es idiosincrásica en Latinoamérica y que pertenece a nuestro temperamento.
Eso García Márquez lo logró con una combinación de técnicas literarias, intuiciones humanas y orígenes familiares que dieron como resultado una puerta de entrada hacia una realidad que nunca antes se había explorado y sobre la cual no habíamos tenido siquiera un mapa.
Yo leí Cien años de soledad por primera vez a los 16 años como parte de las lecturas escolares. Recuerdo perfectamente que fue el primero de esos libros que uno lee en plena adolescencia, ya no con la pasión lectora de la niñez sino dentro de un mundo en el que uno empieza a tener otros intereses que ocupan cada vez más espacio y que amenazan la soledad y el silencio que son las condiciones de la lectura. Sin embargo, para mí Cien años de soledad fue el libro que en esa época eliminó la realidad circundante: recuerdo pasar recreos enteros leyéndolo en lugar de estar haciendo todas las cosas que se hacen normalmente en los tiempos libres del colegio. Esa fue una novela absorbente que anuló todo lo que me rodeaba como nunca otra novela lo había hecho desde que leía a Julio Verne a los 10 años de edad.
Pero la compañía que me ha dado Cien años de soledad va mucho más allá de eso, porque también ha habido otras lecturas memorables. Por ejemplo, haber leído Cien años de soledad en la traducción inglesa de Gregory Rabassa durante unas vacaciones cuando tenía 20 años. Ahí comenzaba a darme cuenta de que lo que me interesaba en la vida era leer y escribir y no seguir la carrera de Derecho que me había trazado. De modo que leer ese libro que yo sentía tan colombiano, tan latinoamericano, en una traducción inglesa extraordinaria, fue una experiencia fantástica porque me permitió abrir mi campo de visión para darme cuenta de las palabras y de la manera como las frases, los párrafos y los capítulos se armaban. Al leer la traducción de Cien años de soledad descubrí con más claridad todas estas cosas, y esa fue una lección importante que me ayudó a escribir mis primeros intentos de ficción.
Siempre digo que la prueba de la vigencia del legado de García Márquez va mucho más allá del ‘realismo mágico’ y está en la literatura de otras lenguas y otras tradiciones. Es inmensa la nómina de escritores que han dicho en algún momento de sus vidas que la lectura de Cien años de soledad fue lo que necesitaron para escribir sus libros, o que esa lectura fue una revelación imprescindible sin la cual no hubieran podido escribir sus libros, o un momento de tanta potencia que los empujó a escribir determinados libros. Esa nómina incluye a gente como Salman Rushdie en India, Peter Carey en Australia, Ben Okri en Nigeria, Toni Morrison en Estados Unidos, Patrick Chamoiseau en las Antillas francesas y Mo Yan en China. Todos ellos han confesado la lectura de Cien años de soledad como una revelación útil, provechosa y apasionante. Esa capacidad de atravesar fronteras lingüísticas y geográficas es la mejor prueba de la salud de un libro, y eso Cien años de soledad ha venido haciéndolo durante cincuenta años. Creo que todavía tenemos cincuenta años más, es decir: van a ser cien años de compañía.
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