Diez reflexiones del escritor colombiano sobre la Gran Manzana.
Gabriel García Márquez conoció Nueva York gracias al periodismo. Fue en 1961 luego de que Jorge Ricardo Masetti, entonces director de la agencia de noticias Prensa Latina, le pidiera dirigir una nueva oficina del medio cubano en el centro de Manhattan. García Márquez llegó a la Gran Manzana a principios de enero junto a su hijo Rodrigo y su esposa Mercedes Barcha. Se hospedaron en el hotel Webster, cerca de la Quinta Avenida. Mientras Mercedes paseaba con Rodrigo en Central Park o visitaba a una amiga en el remoto barrio de Jamaica, Gabo pasaba la mayor parte de su tiempo en la nueva sede de Prensa Latina, situada en un viejo edificio del Rockefeller Center.
Aquella vez su estancia en Nueva York fue más estresante que enriquecedora. El gobierno de Los Estados Unidos acababa de romper sus relaciones con Cuba y los periodistas en suelo norteamericano al servicio de la Revolución eran amenazados constantemente por disidentes cubanos y ciudadanos anticomunistas. Tanto Gabo como Mercedes recibieron amenazas de muerte. Y a la zozobra de las intimidaciones telefónicas había que sumar el acoso de los otros periodistas de la agencia que desconfiaban del escritor colombiano porque no estaba afiliado al partido comunista.
Finalmente, después de cinco meses de mucha tensión, García Márquez renunció y salió del país con su familia rumbo a México. A partir de ese momento, el gobierno de los Estados Unidos lo incluyó en su “lista negra” y le negó la visa en incontables ocasiones. Nueva York sería durante años una ciudad prohibida.
Volvió a ella en 1971, cuando la Universidad de Columbia le otorgó un Doctorado honoris causa por sus contribuciones literarias. Ese año obtuvo un visado especial que expiró dos años más tarde, luego de que el escritor hiciera pública su solidaridad con Chile ante el golpe de estado propinado por Augusto Pinochet.
Con las décadas, los viajes a Nueva York se hicieron más frecuentes. García Márquez la consideraba una metrópoli de la humanidad, siempre en crecimiento y llena de una heterogénea riqueza cultural. En Nueva York, el autor de Cien años de soledad visitaba librerías, iba al cine, se reunía con personalidades políticas y compraba mucha música de las Antillas.
En el Centro Gabo hemos seleccionado diez reflexiones de García Márquez sobre esta ciudad tan asombrosa y compleja. Las compartimos contigo:
Nueva York, como ciudad, es el gran fenómeno del siglo XX, y por eso termina por ser una limitación en la vida de uno no poder venir, aunque sea por una semana, todos los años. Pero no creo que tenga nervios para vivir en ella porque me resulta abrumadora. Los Estados Unidos es un país extraordinario, porque un pueblo que hace semejante aparato como es esto y como es el resto del país –que no tiene nada que ver con el sistema y con el Gobierno– puede hacerlo todo.
“Gabriel García Márquez”. En 7 Voces, junio de 1971.
Nueva York no es una ciudad de los Estados Unidos, sino de todos nosotros y de todo el mundo. Es decir, que los Estados Unidos no tienen derecho a prohibir y ni siquiera a autorizar las entradas a Nueva York, porque creo que es una ciudad del siglo XX, una ciudad de toda la humanidad. Con una semana en Nueva York, uno queda al día en cine, teatro, espectáculos, librerías… Puedo pasar días enteros descubriendo cosas.
“Espejismo con Puerto Rico”. El Mundo, octubre de 1985.
Cuando yo voy a Nueva York ya hablo, de entrada, español. Y todo el mundo me entiende, gracias a los puertorriqueños, a los dominicanos, a los colombianos, que reivindican cada vez más su cultura latinoamericana.
“La guerra de la información ha comenzado”.
Triunfo, octubre de 1979.
En Nueva York, en la calle 14, existe una serie de tiendas donde venden toda la música cubana y antillana vieja. Los derechos de autor de muchas de estas canciones e interpretaciones están vendidos, y unas empresas disqueras aprovechan y reimprimen. Venden miles de copias. Cuando voy a Nueva York visito esas tiendas y compro mucho. Se consiguen verdaderas joyas.
“El viaje a la semilla”.
El Manifiesto, septiembre y octubre de 1977.
Yo estaba en Nueva York durante el golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov. Me pasé todo el día en el hotel viendo la CNN, que informaba al minuto de cuanto iba ocurriendo. Hablé ese mismo día con Carlos Andrés Pérez, el Presidente de Venezuela, y había quedado a cenar con Henry Kissinger. Después de todo eso, al día siguiente empecé a leer el New York Times. Pero, ¿qué me podía decir a mí ya el New York Times? Pues sí; resulta que los tipos empiezan a echar el cuento de aquel golpe de Estado como si nadie lo conociera… Y te lo tragabas entero. Porque el cuento hay que contarlo siempre, como hicieron ellos, con una inocencia…, pero perfectamente articulado desde el principio, insuperable; aunque ya supiéramos todo. El primero que ve un accidente es el primero que va luego a comprar el periódico para ver qué dice.
“García Márquez regresa al calor del reportaje”.
El País, diciembre de 1998.
En Nueva York es familiar la imagen de los vecinos que sacan a sus perros al atardecer para que hagan sus necesidades en la calle, (…) llevan un bastón especial, con una mano mecánica, como la que usaron los astronautas para recoger piedras en el suelo de la Luna. Con esa mano de ficción científica recogen lo que el perro deja, lo echan en una bolsita de plástico, que las tiendas especializadas venden para eso, y lo depositan en el tanque de la basura de la próxima esquina.
“Vidas de perros”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País de España, junio de 1981.
Nuestros abuelos, que eran tan severos, eran mucho más humanos en su concepción de la vida. A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido inventar un ascensor como los más usados en estos tiempos, cuya seguridad radica en todo lo contrario de lo que uno quisiera para sentirse seguro. Son sepulcros blindados. En Nueva York, donde en realidad se tiene tanta conciencia de la peligrosidad de los ascensores que se les trata como vehículos arriesgados, lo único que falta es que se enciendan letreros como en los aviones: "Ajuste el cinturón de seguridad". Cuando uno entra en los ascensores multitudinarios de Manhattan, el ascensorista, como un general en una batalla, ordena: "Póngase de frente a la puerta". Lo cual, sin duda, facilitaría la evacuación inmediata. Pero todo eso son los resultados del hermetismo de los ascensores de hoy.
“Estos ascensores de miércoles”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País de España, mayo de 1983.
El país donde mis libros son más estudiados es Estados Unidos. Las universidades en Estados Unidos tienen los mejores análisis de mis libros. Pero no puedo ir a ese país porque dicen que soy comunista y amigo de Fidel Castro. Pero si ellos no me dejan entrar al país por lo peligrosas que son mis ideas, ¿por qué no prohíben mis libros? Cuando voy a Estados Unidos, voy a Nueva York a comprar libros, discos, a ver películas, voy al teatro y a ver a un par de amigos. En realidad, no tengo tiempo de difundir mis malvadas ideas.
“Amor y soledad”. Vanity Fair, marzo de 1988.
A pesar de que a mis mejores amigos los conocí en París y a que de vez en cuando el sol de por las tardes es maravilloso, nunca he logrado amar a esta ciudad. Prefiero mil veces a Londres, y, en su género, la terrible sensación de peligro que proporciona Nueva York. Adoro las ciudades y sus peligros.
“García Márquez. Un periodista que no pudo ser músico terminó siendo novelista”.
Lire, marzo de 1980.
Y allí tenemos a Nueva York –siempre tan desigual y siempre tan originalmente americana.
“Llegaron las lluvias”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Heraldo, mayo de 1950.
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