Centro Gabo | Las memorias de García Márquez como un fumador retirado
Gabriel García Márquez, 1954.
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Las memorias de García Márquez como un fumador retirado

El día en que Gabriel García Márquez abandonó el cigarrillo.

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Foto archivo Fundación Gabo

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Desde que tenía diecisiete años hasta poco antes de cumplir los cincuenta, Gabriel García Márquez combinó el oficio de escribir historias con el placer de fumar cigarrillos. Fue un vicio que adquirió durante el bachillerato y a escondidas de su padre, un hombre conservador que jamás probó el alcohol ni el tabaco. Al principio, era Luisa Santiaga, su madre, la persona que le obsequiaba cigarrillos en secreto. Luego, cuando empezó a ejercer el periodismo, los cigarrillos aparecieron por todas partes: en las salas de redacción del periódico, dentro de los bolsillos de sus amigos, en las esquinas y las calles junto a revisteros y vendedores de diarios.

García Márquez fumaba obsesivamente con la costumbre interminable de los expertos: encendía un nuevo cigarrillo con la colilla del anterior. En la época juvenil de La hojarasca y sus artículos en El Universal, ElHeraldo y El Espectador, consumía dos cajetillas diarias, lo que equivalía a cuarenta pitillos. Este número aumentó con el tiempo. En París, entre 1956 y 1957, fumaba sesenta cigarrillos al día, cada uno de los cuales eran apagados contra las suelas de sus zapatos. Diez años después, cuando escribía Cien años de soledad en la mítica casa de Las Lomas de San Ángel Inn, alcanzó la asombrosa cantidad de cuatro cajetillas diarias (muchas de las cuales conseguía Mercedes Barcha, su esposa, mediante préstamos y promesas de pago). En aquellos meses le resultaba imposible redactar una sola oración si no tenía, en la mano o en la boca, un cigarro encendido. “Los médicos dicen que me estoy suicidando, pero no creo que haya un trabajo apasionante que de algún modo no sea un suicidio”, dijo en una entrevista concedida a la Revista Nacional de Cultura en 1968.

La convivencia entre la creación literaria y la nicotina cambió para siempre durante la escritura de El otoño del patriarca. García Márquez advirtió, de pronto, que el hábito de fumar lo estaba matando y decidió desterrarlo de su vida con la misma rapidez con que tuvo esta revelación sobre su estado de salud. “En medio de El otoño del patriarca, estrujando la cajetilla vacía, mientras absorbía la primera bocanada, me di cuenta de que desde hacía meses estaba consumiendo la respetable cifra de cuatro cajas de cigarros en el día. No me sentía mal ni mucho menos, pero esa dependencia me puso violento”, relató a la revista Triunfo en agosto de 1976. “Decidí, pues, que aquel sería mi último cigarrillo. Al otro día, cuando me senté en la máquina, me di cuenta de que jamás antes, nunca antes, había escrito una sola línea sin fumar, y tuve que aprender, y fue agónico”.

Varios años después, el 15 de febrero de 1983, publicó una columna en El País de España en la que detallaba su experiencia con el tabaco y su vida después de dejarlo. La tituló “Memorias de un fumador retirado”. Allí declaró que el cigarrillo causa más daños y muertes en incendios que víctimas por cáncer de pulmón y, tras, citar algunos ejemplos, recordó cómo dejó de fumar (con una historia que difiere de que la que él mismo contó a Triunfo en 1976).

“Durante muchos años repetí un chiste flojo: «La única manera de dejar de fumar es no fumar más». Mi mayor sorpresa en este mundo es que cuando dejé de fumar comprendí que aquel no era un chiste flojo, sino la pura verdad. Pero la forma en que ocurrió merece recordarse, por si estas líneas llegan ante los ojos de alguien que quisiera dejar de fumar y no ha podido”, escribió. “Sucedió en Barcelona, una noche en que salimos a cenar con el médico Luis Feduchi y su esposa, Leticia, y él andaba feliz porque había dejado el cigarrillo hacía un mes. Admirado de su fuerza de voluntad, le pregunté cómo lo había conseguido, y me lo explicó con argumentos tan convincentes, que al final aplasté la colilla de mi cigarrillo en el cenicero, y fue el último que me fumé en la vida. Dos semanas después el doctor Luis Feduchi volvió a fumar, primero en una pipa apagada, después en una pipa encendida, y después en dos, en tres y en cuatro pipas diferentes, y ahora en una preciosa colección de cuarenta pipas de todas las clases. A veces, para descansar de tantas pipas, fuma tabacos puros de todas las marcas, sabores y tamaños. Su explicación es válida: nunca me dijo que había dejado de fumar, sino que había dejado el cigarrillo”.

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