La historia de “La Marioneta”, un poema de Johnny Welch atribuido a García Márquez.
“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz”.
De esta forma comienza el poema “La Marioneta”, uno de los primeros bulos literarios atribuidos a Gabriel García Márquez en la era del internet. El texto se propagó en el año 2000 por correos electrónicos y cadenas de Power Point, presentándose como una especie de despedida que el escritor colombiano les dedicaba a sus amigos antes de morir. Consistía en el lamento en primera persona de un muñeco de trapo que les advierte a los lectores que disfruten su vida al máximo.
La mentira trascendió porque en aquella época García Márquez se encontraba enfermo (le habían diagnosticado un linfoma en 1999) y estaba siendo tratado en un hospital de Los Ángeles. De modo que bajo la falsa firma de un novelista convaleciente, “La Marioneta” se propagó como un virus de computadora y llegó a ser traducida a múltiples idiomas. Fue tanta su difusión que el mismo García Márquez tuvo que desmentir la autoría del poema en una pequeña rueda de prensa. “Quiero decirles que estoy vivo y que lo único que me podría matar es que digan que yo escribí algo tan cursi”, dijo.
Su verdadero autor es en realidad el comediante y ventrílocuo mexicano Johnny Welch. Welch escribió “La Marioneta” para El Mofles, un muñeco con el que hacía presentaciones a lo largo del continente latinoamericano. Cuando se enteró que su texto había sido atribuido a García Márquez (y de las declaraciones que él hizo para aclarar el equívoco), quiso conocer al escritor colombiano. Esto lo logró unos meses después, a través de Ignacio Solares, director de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La reunión entre Welch y Gabo fue registrada en video.
— Oye, te propongo una cosa —bromeó García Márquez con el comediante durante el encuentro—: me parece tan bello como tú dices el poema que no digamos que es tuyo para que sigan creyendo que es mío.
Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, Despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate.
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma. Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre hielo, y esperaría a que saliera el sol.
Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que les ofrecería a la luna.
Regaría con lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos… Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida…
No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados están, al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.
A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por vez primera, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.
He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.
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