Diez reflexiones del escritor colombiano sobre Juan Rulfo
En “La literatura sin dolor”, una nota de prensa que Gabriel García Márquez publicó en El Espectador y El País de España el 8 de diciembre de 1982, el escritor colombiano confesó que una de sus obsesiones literarias consistía en comprar muchísimos ejemplares de la novela Pedro Páramo para regalarlos luego a los amigos que iban a visitarlo en su casa de Ciudad de México. “Creo haber agotado ya una edición entera sólo por tener siempre ejemplares disponibles”, escribió. La única condición para merecer ese obsequio, insistía, era que quien lo recibiera se comprometiera a volver lo más pronto posible para entablar una conversación en torno a “aquel libro entrañable”.
La anécdota da cuenta de la admiración que García Márquez sentía por Juan Rulfo. El autor de Cien años de soledad consideraba que el escritor nacido en Jalisco era uno de sus grandes maestros y que las páginas de su obra, aunque pocas, eran tan perdurables como las de Sófocles. Tanto así, que Gabo presumía de haberse aprendido de memoria todo Pedro Páramo, de modo que podía repetir, al derecho y al revés, cada uno de los episodios acontecidos en el pueblo ficticio de Comala que tantos vínculos secretos estrecharía con Macondo.
En el Centro Gabo hemos recopilado diez reflexiones de García Márquez sobre la vida y obra de Juan Rulo a partir de varios artículos de opinión, diálogos y entrevistas que concedió el premio nobel de literatura colombiano. Las compartimos contigo:
Juan Rulfo ha escrito una sola novela, solo una novela, la novela más hermosa que haya escrito cualquier autor.
“«Primero soy hombre político»: Gabriel García Márquez”. Excelsior, abril de 1971.
El conocimiento de la obra de Juan Rulfo me dio el camino que buscaba para mis propios libros. Siempre vuelvo a releerlo completo, y siempre vuelvo a ser la víctima inocente del mismo asombro de la primera vez. No son más de trescientas páginas, pero son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos de Sófocles. Así es mi admiración por Rulfo.
“No soy dado a las abstracciones”. Vogue, 1981.
A Rulfo no le dan el Premio Nobel porque consideran que su obra es muy breve. Imagínate: El lazarillo de Tormes no tiene más de 120 páginas: ¡Y el hombre que escribió El lazarillo de Tormes se merecía el Premio Nobel!
Citado en Gabo en mi memoria. José Luis Díaz Granados, 2013.
A Juan Rulfo se le reprocha mucho que solo haya escrito Pedro Páramo. Se lo molesta siempre preguntándole cuándo tendrá otro libro. Es un error. En primer término, para mí, los cuentos de Rulfo son tan importantes como su novela Pedro Páramo, que, lo repito, es para mí, si no la mejor, si no la más larga, si no la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana. Yo nunca le pregunto a un escritor por qué no escribe más. Pero en el caso de Rulfo soy mucho más cuidadoso. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida.
“«El periodismo me dio conciencia política»”. La Calle, 1978.
Aquella noche [que leí Pedro Páramo] no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis en una lúgubre pensión de Bogotá, casi diez años antes, nunca había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas, y el asombro permaneció intacto. Mucho después, en la antesala de un consultorio, encontré una revista médica con otra obra maestra desbalagada: “La herencia de Matilde Arcángel”. El resto de aquel año no pude leer a ningún autor fuera de Rulfo, porque todos me parecían menores.
“No soy dado a las abstracciones”. Vogue, 1981.
Juan Rulfo -cuyos personajes tienen los nombres más hermosos y sorprendentes de nuestra literatura- me dijo alguna vez que él encuentra los nombres de sus personajes en las lápidas de los cementerios, mezclando nombres de unos muertos con los apellidos de los otros, hasta lograr sus combinaciones incomparables: Fulgor Sedano, Matilde Arcángel, Toribio Aldrete y tantos otros.
“La cándida Eréndira y su abuela Irene Papas”.
Artículo escrito por Gabriel García Márquez y publicado
por El Espectador y El País de España, noviembre de 1982.
El hallazgo de los nombres de los personajes es una cosa sumamente difícil. Mientras a un personaje no se le encuentra nombre, el nombre que le corresponde realmente, el personaje no vive; uno siente que es falso, que no está. Y el problema es que no se puede bautizar provisionalmente a un personaje. Si no se encuentra el nombre exacto el personaje no camina, no respira, no funciona. Esa es una de las cosas grandes que tiene Rulfo: sus personajes son imposibles de falsificar porque es evidente que esos personajes tienen que llamarse así.
“García Márquez en México (entrevista)”.
Revista de la Universidad de México, febrero de 1976.
No sólo podía recitar párrafos completos de Pedro Páramo, podía recitar el libro completo, al derecho y al revés, sin una falla apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo. La obra, sin duda, la conocía mejor que el propio autor. A Rulfo, por cierto, no lo conocía; lo vi en persona solo varios años después. Ahora somos amigos.
“No soy dado a las abstracciones”. Vogue, 1981.
El castellano bueno es el de México, mezclado de náhuatl, de inglés, de francés, de invenciones maliciosas, inteligentes y vitales, dispuesto a romper todas las leyes por conseguir una expresión. La forma en que ha logrado sacarle partido a ese idioma dinámico es lo que ha hecho que el lenguaje de Juan Rulfo sea tan hermoso y eficaz.
“Entrevista con Gabriel García Márquez”. Libre, marzo-mayo de 1972.
Carlos Velo me encomendó la adaptación para el cine de otro relato de Juan Rulfo que era el único que no conocía en aquel momento: El gallo de oro. Eran dieciséis páginas muy apretadas en un papel de seda que estaba a punto de convertirse en polvo, y escritas con tres máquinas distintas. Aunque no me hubieran dicho de quién era, lo habría sabido de inmediato. El lenguaje no era tan minucioso como el del resto de la obra de Juan Rulfo, y había muy pocos recursos técnicos de los suyos, pero su ángel personal volaba por todo el ámbito de la escritura. Más tarde, el mismo Velo y Carlos Fuentes me invitaron a hacer una revisión crítica de la primera adaptación de Pedro Páramo para el cine. Menciono estos dos trabajos –cuyo resultado final estuvo muy lejos de ser bueno– porque ellos me obligaron a profundizar todavía más en el mundo de Rulfo. Carlos Velo había hecho algo sorprendente: había recortado los fragmentos temporales de Pedro Páramo y había vuelto a armar el drama en un orden cronológico riguroso. Como simple recurso de trabajo me pareció legítimo, aunque el resultado era un libro distinto: plano y descosido. Pero me fue útil para una comprensión mejor de la carpintería secreta de Rulfo, y muy revelador de su insólita sabiduría.
“No soy dado a las abstracciones”. Vogue, 1981.
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