Ocho reflexiones del escritor colombiano sobre su novela El coronel no tiene quien le escriba.
En junio de 1956, en París, Gabriel García Márquez estaba escribiendo su novela La mala hora cuando se interpuso en su camino la historia de El coronel no tiene quien le escriba. El autor colombiano vivía entonces en el séptimo piso del Hôtel de Flandre, en el número 16 de la rue Cujas del Barrio Latino. Era una buhardilla minúscula y sin calefacción que la casera, madame Lacroix, arrendaba sin molestias a pesar de los retrasos de García Márquez en el pago de la mensualidad.
La nueva trama fue tan potente que el escritor interrumpió la narración de La mala hora, guardó el borrador inconcluso de la novela dentro de un cajón y se sentó a escribir el relato del viejo coronel que espera todos los días su pensión de veterano de la última guerra civil. El punto de partida fue la vida de su abuelo materno, el coronel liberal Nicolás Márquez, que murió esperando del gobierno conservador su pensión de veterano de la Guerra de los Mil Días. Luego trató de cotejar aquel recuerdo con el de un viejo triste que esperaba una lancha en un puerto de Barranquilla que él había visto cuando era periodista en El Heraldo.
“Yo había pensado siempre que esa podía ser una historia para una comedia”, dijo Gabo en una entrevista concedida a El Espectador en marzo de 1977. Sin embargo, a medida que transcurrían las semanas, la comedia fue convirtiéndose en drama porque él mismo estaba sufriendo la zozobra de una espera similar: pobre y desempleado (la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia había cerrado los medios en donde trabajaba, El Espectador y El Independiente), Gabo esperaba en Europa un cheque de sus amigos de Barranquilla. Un cheque que no llegaba.
“Yo bajaba, veía que no había carta y entonces subía y agregaba una página más de la historia que estaba escribiendo”, confesó García Márquez. “Pero lo que es increíble es que a medida que iba escribiendo la historia me iba dando cuenta de que nunca me llegaría la carta y de que nunca me contestarían los amigos a los cuales había acudido. Entonces había un momento en que lo que estaba escribiendo correspondía exactamente con la realidad”.
Esta experiencia en la que se entretejía la literatura con la vida real hizo que el autor considerara El coronel no tiene quien le escriba como una obra maestra que estaba por encima de sus demás libros (un juicio que sólo cambió luego de la publicación de Crónica de una muerte anunciada).
En el Centro Gabo hemos seleccionado ocho reflexiones de Gabriel García Márquez sobre El coronel no tiene quien le escriba, novela breve que fue publicada por primera vez en 1958 en el número de mayo-junio de la revista Mito, pero que se editó en formato libro en 1961. Las compartimos contigo:
Nueve veces escribí El coronel no tiene quien le escriba; es la menos vulnerable de mis obras. Puede enfrentar cualquier clase de enemigo. (…) Creo que puede aguantar entero un cambio de mentalidad. El juicio de otra generación. Mi impresión es que crece con el tiempo.
“«Escribir bien es un deber revolucionario»”.
Triunfo, junio de 1977.
Conocía la historia de mi abuelo que estuvo toda la vida esperando que le mandaran su pensión de veterano de la guerra civil. Cuando mi abuelo se murió, mi abuela me dijo: «Tu abuelo se murió esperando su pensión de veterano, pero yo no me preocupo porque a ustedes les llegará. Y si no te llega a ti les llegará a tus hijos». Una pensión que no llegó nunca. Entonces yo había pensado siempre que esa podía ser una historia para una comedia. Pero cuando estaba en París, empecé escribiendo la comedia del coronel que espera su pensión, y todos los días sacaba dinero de la mesa de noche, bajaba, comía en la esquina, subía, hasta que un día hice así, y rasguñé y ya no había ni un centavo. Entonces lo que había empezado como una comedia lo volví al revés y empecé a escribirlo realmente como era, porque empecé a mandar SOS a los amigos. Este era un séptimo piso sin ascensor, y yo bajaba, veía que no había carta y entonces subía y agregaba una página más de la historia que estaba escribiendo. Pero lo que es increíble es que a medida que iba escribiendo la historia me iba dando cuenta de que nunca me llegaría la carta y de que nunca me contestarían los amigos a los cuales había acudido. Entonces había un momento en que lo que estaba escribiendo correspondía exactamente con la realidad, y por eso creo, contra el criterio de todos los críticos, que es el mejor libro que he escrito: es decir que, si he escrito una obra maestra, esa obra maestra es El coronel no tiene quien le escriba, porque duré escribiendo la realidad de cada día a medida que iba sucediendo.
“Gabo cuenta la novela de su vida”.
El Espectador, marzo de 1977.
Cuando leo El coronel no tiene quien le escriba me doy cuenta de que no es literatura, sino cine porque lo que en realidad yo quería ser era guionista. Quiero decir que la novela tiene una estructura completamente cinematográfica y que su estilo narrativo es similar al del montaje cinematográfico; los personajes hablan apenas, hay una gran economía de palabras y la novela se desarrolla con la descripción de los movimientos de los personajes como si los estuviera siguiendo con una cámara. Hoy en día, cuando leo un párrafo de la novela veo la cámara. En esa época para describir algo yo necesitaba imaginarme exactamente el escenario; por ejemplo: si se trataba de un cuarto, el tamaño que tendría, los pasos que debía dar el personaje para moverse en él, etc.; o sea, trabajaba como un cineasta. Ahora me doy cuenta de todo esto porque también me doy cuenta de lo que son las soluciones literarias y las soluciones visuales o cinematográficas y me doy cuenta de que todos mis trabajos anteriores a Cien años de soledad son cine.
“El novelista que quiso hacer cine”.
Revista de Cine Cubano, julio de 1969.
Escribía El coronel no tiene quien le escriba encerrado en un hotel de París. Y esa vaina tiene todos los olores y tiene los sabores, tiene la temperatura, tiene el calor, tiene todo. Y El coronel no tiene quien le escriba está escrito en invierno, con una nieve del carajo afuera. Y con un frío del carajo en el cuarto. Y yo con el abrigo puesto, y esa vaina tiene todo el calor de Aracataca. Porque si no lograba que hiciera calor en el libro no sentía que estaba bien.
“El viaje a la semilla”.
El Manifiesto, septiembre y octubre de 1977.
Trato de contar un cuento y no que ese cuento quiera decir más de lo que yo digo. Es probable que quiera decir más inconscientemente, porque hay un elemento subjetivo, un elemento en el trabajo literario y probablemente habrá algún crítico que lo desentrañe. Pero no es consciente. Les pongo un ejemplo que estuvo muy cerca de mí. Un hijo mío estudiando en Méjico, en un colegio inglés. En ese colegio recibían los cuestionarios sellados en Inglaterra. Y un profesor inglés elaboró un cuestionario y le tocó a mi hijo: «¿Cuál es el símbolo del gallo en El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez?». Entonces, mi hijo con la mayor modestia y diciendo la pura verdad dijo: «De acuerdo con conversaciones que yo he tenido con el autor, el gallo no es sino un gallo». Y lo rajaron. Le escribí una carta al profesor, y la explicación que me dio fue que lo había rajado no por la respuesta, sino porque creyó que se estaba burlando de él porque no sabía que era hijo mío. La verdad es esa. El gallo no significa más que el gallo. Se ha dicho que el gallo es el símbolo de las luchas del pueblo, del retraso, en fin, de una serie de cosas. Para mí es un gallo que tenía el coronel. Inclusive, en una primera versión de El coronel no tiene quien le escriba, la escribí once veces, es decir once borradores. Tratando de mejorarlo cada vez, y, sobre todo, tratando de reducirlo para que fuera muy conciso, el coronel ya no soportaba la situación en que se encontraba, y entonces le tuerce el pescuezo al gallo, se hace un sancocho de gallo y se queda tranquilo. En realidad, era una solución fácil para el escritor, pero no correspondía al temperamento del coronel, que era un luchador y que era un hombre que estaba dispuesto a aguantar hasta el final.
“García Márquez: el gallo no es más que el gallo”.
Pluma, abril de 1985.
El punto de partida de El coronel no tiene quien le escriba es la imagen de un hombre esperando una lancha en el mercado de Barranquilla. La esperaba con una especie de silenciosa zozobra. Años después yo me encontré en París esperando una carta, quizá un giro, con la misma angustia, y me identifiqué con el recuerdo de aquel hombre.
El olor de la guayaba, 1982.
Tres de mis libros, El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mamá Grande y La mala hora, son en verdad un solo libro. Un mismo tema, unos mismos personajes, un mismo ambiente, que se repiten y se mezclan, como pedazos que tomo de aquí y coloco allá. Durante ese tiempo estaba experimentando, trataba de salir de la retórica latinoamericana. Disecar el lenguaje cada vez más, hacerlo más económico. (…) Los tres libros pertenecen al realismo tradicional.
“«El deber revolucionario de un escritor es escribir bien»”.
Enfoque Internacional, diciembre de 1967.
Terminé El coronel no tiene quien le escriba en 1957, en París, y le mandé los originales a Germán Vargas para que los leyera y me contara cómo le habían parecido. Pero Germán se los dio a Jorge Gaitán Durán sin que yo lo supiera, y este los publicó en la revista Mito. Esa es la primera parte de la historia de El coronel. Dos años después, estando tirado al pie de la piscina del Hotel del Prado, en Barranquilla, le dije a un botones que me solicitara una llamada a Bogotá porque tenía que pedirle plata a mi señora. Alberto Aguirre, un editor antioqueño que estaba ahí –no sé por qué estaba, pero estaba ahí– me dijo que no le pusiera sebo a mi señora y que más bien él me daba 500 pesos por el cuento ese que había aparecido en Mito. Ahí mismo le vendí los derechos en 500 pesos y hasta la fecha.
“El novelista García Márquez no volverá a escribir”.
El Tiempo, diciembre de 1968.
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