Diez comentarios del escritor colombiano sobre su célebre novela de amores contrariados.
El amor en los tiempos del cólera, la séptima novela de Gabriel García Márquez, fue publicada por primera vez el 5 de diciembre de 1985, dos años después de que el autor colombiano fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Fue el primer libro que Gabo escribió usando un computador y para su concepción se basó en la historia de amores contrariados de sus padres, Luisa Santiaga Márquez Iguarán y Gabriel Eligio García Martínez, quienes inspirarían –en su adolescencia– los personajes de Fermina Daza y Florentino Ariza.
La novela fue un éxito de ventas y de crítica. Sus traducciones a otras lenguas merecieron varios reconocimientos, entre ellos el premio a la mejor ficción de Los Angeles Times en Estados Unidos (1988) y el Premio Gutenberg a la mejor novela extranjera en Francia (1989). En el 2007, bajo la dirección del cineasta inglés Mike Newell, fue llevada al cine con una banda sonora interpretada por Shakira, a quien Gabo había entrevistado ocho años antes para un perfil que publicó en la revista Cambio.
A mediados de los noventa, cuando a su carrera como escritor de ficción le faltaba poco para terminarse, García Márquez confesó que El amor en los tiempos del cólera era su libro favorito, puesto que lo había dado todo en su escritura. “Ese es el mejor”, le dijo a un periodista de El País de España en mayo de 1996, “ese es el libro que escribí desde mis entrañas”.
En el Centro Gabo hemos reunido diez reflexiones del narrador colombiano sobre una de sus novelas más queridas. Las compartimos contigo:
Ahora estoy escribiendo una novela, probablemente la más difícil que he escrito. Muy larga, muy complicada y llena de lugares comunes. Es prácticamente una telenovela. Es no tenerle miedo al amor como es en la vida. Uno está acostumbrado al amor como es en los libros, pero no como es en la vida: con todo el sentimentalismo, con toda la cursilería, con todo el sufrimiento, con todas las alegrías.
“García Márquez: el gallo no es más que el gallo”.
Pluma, abril de 1985.
Cuando me di cuenta de que la novela transcurría en el siglo XIX, tuve la tentación de escribirla como si hubiera sido escrita en el siglo XIX, con las técnicas y estructuras de la novela posromántica, cuyo representante esclarecido es Flaubert. Entonces releí Madame Bovary, que es impresionante, una máquina absolutamente perfecta, sin grietas. Y también La educación sentimental, que me sirvió mucho, pero en sentido negativo. Recordaba que Flaubert no solo contaba allí una historia de amor, sino que hacía una precisa reconstrucción de época. La tenía ambientada en un momento histórico muy particular de Francia, y me interesaba saber cómo se las había arreglado él para hacer lo mismo con mi novela, que ocurre en medio de una situación volcánica como la que se vivía en el Caribe a fines del siglo pasado. Me llevé una sorpresa porque me di cuenta de que, a diferencia de Madame Bovary, ese libro sí tiene grietas; está desgarrado en el sentido de que por un lado va la historia de amor y por otro toda la documentación de tipo social y político que él introduce. Flaubert no logró amalgamarlo. Lo importante es que me interesaba estudiar la estructura de la novela del siglo XIX para escribir una en el siglo XX con aquella misma linealidad, que es muy eficaz.
“Tener al lector agarrado por el cuello; no dejarlo pestañear”.
El Periodista, diciembre de 1985.
Fermina Daza, Florentino Ariza, Juvenal Urbino son personajes totalmente imaginarios, pero parte de su vida y muchos de sus actos son de personajes reales que he conocido. Por ejemplo, los amores de Florentino Ariza y Fermina Daza, tan desgraciados en los primeros años, son una copia literal, minuto a minuto, de los amores de mis padres. (…) Mi padre era el telegrafista del pueblo y mi madre era la chica bonita. Mis abuelos no eran ricos, pero era gente relativamente acomodada. Y, sobre todo, mi madre era la niña de sus ojos, porque era la única hija. El viaje en que los primos llevan en mula a Fermina Daza, y el modo en que ella recurre a los telegrafistas para comunicarse con Florentino Ariza, es muy exacto, y la región corresponde puntualmente al libro. Ahora, el carácter de Florentino Ariza y el carácter de Fermina Daza están adaptados por supuesto a la conveniencia del drama, pero, de todas maneras, tienen mucho de mis padres. De mi padre, Florentino Ariza tiene el haber sido telegrafista, tocar el violín, escribir versos más o menos clandestinos y enamorarse locamente. Y de mi madre, Fermina Daza tiene ese carácter fuerte, sobre todo ese sentido casi inconsciente del poder que tuvo siempre mi madre con sus doce hijos, y que siempre la hacía el centro de la autoridad.
“El barco donde estaba el paraíso”.
Nexos, diciembre de 1993.
Todo el concepto de amor de Florentino Ariza es idealizado en El amor en los tiempos del cólera. Tengo la impresión de que Florentino tenía un concepto del amor totalmente ideal, que no corresponde a la realidad. (…) Es un concepto literario tomado de los malos poetas. Creo que alguna vez dije que la mala poesía es muy importante porque solo puedes acceder a la buena poesía a través de la mala. Lo que quiero decir es que si le muestro a Valéry o a Rimbaud o a Whitman a un niño de un pequeño pueblo al que le guste la poesía, no le va a resonar. Así que, para llegar a estos poetas, primero tienes que hacer un viaje a través de toda la mala poesía de los más populares románticos, aquellos que Florentino leyó, como Julio Flórez, los románticos españoles, entre otros.
“Artes visuales, la poetización del espacio y la escritura: una entrevista con Gabriel García Márquez”.
Universidad de Colorado, octubre de 1987.
Insisto mucho en mis novelas sobre el susto del amor. Me da la impresión de que la del amor es una sensación que va emparejada con la del susto, que hay ciertos momentos de pánico, no solo en la relación del noviazgo, sino también en la sexual. En la novela hay un personaje que es un seductor que siempre llega a la cama terriblemente asustado, como si fuera la primera vez. Y cada vez que cambia de pareja tiene el mismo susto y dice que siempre hay que volver a aprender como si fuera la primera vez.
“Tener al lector agarrado por el cuello; no dejarlo pestañear”.
El Periodista, diciembre de 1985.
Pienso que Florentino Ariza es muy egoísta, como todos los hombres. Y en cuanto a Fermina, pienso que se volvió más burguesa de lo que creía. Eso la cambió y la volvió muy pretenciosa. Solo lo entendió cuando era muy vieja, cuando accedió a embarcarse. Para ello, tuvo que romper con toda su vida. Pero existe otro personaje importante, que no tiene nombre: es la sociedad del Caribe, sus prejuicios y supersticiones, sus costumbres anticuadas. Esto es lo que realmente conduce toda la historia.
“Mis años felices”.
The New York Times Book Review, abril de 1988.
Mis personajes no mueren cuando lo deseo ni nacen cuando quiero. Una de las experiencias más emotivas que he tenido como escritor tiene que ver con todo esto. Pasó en El amor en los tiempos del cólera con la familia de Fermina Daza, cuando ella era una niña. Estaba creando su vida dentro de la casa donde vive con su padre y su tía solterona (…) Estaba trabajando en el primer borrador. Ya tenía a la niña, el padre, la tía y su mamá, pero su mamá siempre me pareció un personaje innecesario. Simplemente no sabía qué hacer con la madre. Cuando estaban en la mesa podía ver la cara del papá perfectamente, podía ver las caras de la niña y la tía perfectamente, pero la cara de la mamá siempre la vi borrosa. La hice de una forma y luego de otra, pero siempre era un problema y yo no sabía qué hacer. Ella estaba arruinando mi novela. La tía llevó a la niña al colegio. El padre casi nunca estaba en la casa. La sirvienta se hacía cargo de la casa. ¿Pero qué se suponía que debía hacer la madre? No tenía nada que hacer. Después, un día, mientras pensaba que estaba en un callejón sin salida, me di cuenta de que la mamá había muerto cuando la niña había nacido. Esta era la razón por la que la tía estaba allí; el padre la trajo a la casa para que criara a la niña cuando murió la madre. Y esta era la razón por la que la sirvienta se hacía cargo de casi todo en la casa. Era también la razón por la cual la madre no tenía nada que hacer. Así que ella siempre está presente en la casa y los personajes hablan de ella como alguien que ha muerto y que ha dejado una marca en su hija. Esto también explica por qué el padre está tan solo y tiene el tipo de personalidad que lo caracteriza. Resolví todo cuando dije: «Estoy equivocado. Estoy tratando de resucitar a una persona muerta. Esta mujer “murió”».
“Artes visuales, la poetización del espacio y la escritura: una entrevista con Gabriel García Márquez”. Universidad de Colorado, octubre de 1987.
Hay un personaje en la novela que celebra el cambio de siglo en un viaje en globo, una aventura muy peligrosa. Un periodista se acerca al personaje y le pregunta: «Si usted perece en esta aventura, ¿cuáles serían sus últimas palabras?». Y él responde: «Mis últimas palabras serían que creo que este siglo cambia para todo el mundo, menos para nosotros». A partir de esa declaración se establece algo así como una tesis, que trato de demostrar en la novela, y es que los latinoamericanos seguimos arrastrando el siglo XIX a través del siglo XX, sin disfrutar ninguna de las ventajas de este último.
“Tener al lector agarrado por el cuello; no dejarlo pestañear”.
El Periodista, diciembre de 1985.
Este libro fue un placer. Hubiera podido ser más largo, pero tuve que medirlo. Hay tanto que decir sobre la vida de dos personas que se aman… Es algo infinito. Además, tenía la ventaja de conocer el final de antemano. Porque el final era un problema. Hubiera sido de mal gusto si uno o incluso ambos personajes hubieran muerto. Lo más maravilloso era que ambos pudiesen amarse para siempre. El lector puede consolarse al saber que el barco con los amantes continuará su viaje yendo y viniendo. No solamente por el resto de sus vidas, sino eternamente.
“Mis años felices”.
The New York Times Book Review, abril de 1988.
Es una ciudad imaginaria que tiene elementos de tres ciudades del Caribe colombiano: Barranquilla, Santa Marta y Cartagena de Indias, que están muy cerca unas de otras. El Caribe colombiano se parece más al Caribe venezolano y a todo el resto del Caribe que al resto de Colombia. Más que la geografía o la reconstitución histórica de la ciudad me interesaron las costumbres de la época en esa región precisa.
“Tener al lector agarrado por el cuello; no dejarlo pestañear”.
El Periodista, diciembre de 1985.
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