Cinco apreciaciones del escritor colombiano sobre la obra del novelista francés Alejandro Dumas.
La lectura de Alejandro Dumas fue un descubrimiento literario que Gabriel García Márquez hizo desde muy joven. Ya en 1943, cuando cursaba su bachillerato en el Liceo de Varones de Zipaquirá, el futuro escritor ya había leído Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. Por lo general, aquellas lecturas las hacía en voz alta junto a sus compañeros de habitación e iban acompañadas por comentarios y discusiones que enriquecían su comprensión de la trama.
Contrario a muchos otros novelistas, que en la adultez se desilusionan con la relectura de los libros que los fascinaron en su juventud, la predilección de García Márquez por la obra de Dumas se mantuvo intacta a través de las décadas. En una columna titulada “Llegaron las lluvias”, publicada el 2 de mayo de 1950 en El Heraldo, recomendaba a sus lectores las historias de Dumas durante los encierros prolongados ocasionados por la lluvia. En meses lluviosos como mayo, escribió Gabo, hay que “tener a la mano a Alejandro Dumas para la relectura indispensable”.
Cuarenta y cuatro años después seguiría promocionando al escritor francés. Esta vez frente al presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, durante una cena organizada por el escritor William Styron en agosto de 1994. Así lo contó Gabo en su reportaje “El amante inconcluso”, publicado el 25 de enero de 1999 en la revista Cambio: “Yo hubiera escogido Edipo Rey de Sófocles, que es mi libro de cabecera desde los veinte años, pero preferí El Conde de Montecristo, sólo por razones técnicas que me costó mucho explicar”.
En el Centro Gabo compartimos contigo cinco reflexiones de Gabriel García Márquez sobre la obra de Alejandro Dumas:
El gran peligro de la relectura es la desilusión. Autores que nos deslumbraron en su momento podrían –y casi siempre pueden– resultar insoportables. Es algo como lo que sucede con la novia de colegio, siempre que uno no haya tenido la precaución de casarse con ella y envejecer con ella, intercambiando arrugas y virtudes. Como lector, en mi caso, hay pasiones juveniles que han sobrevivido a todo, y los tres más importantes son Herman Melville, Robert Louis Stevenson y Alejandro Dumas.
“¿Qué libro estás leyendo?”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País, julio de 1983.
El conde de Montecristo, del francés Alejandro Dumas, es una bella adivinanza para lectores acuciosos. ¿Cómo pudo lograr el autor que Edmundo Dantés, un marinero ignorante y pobre, escapara de una fortaleza infranqueable convertido en el hombre más rico y culto de su tiempo? La solución genial de Dumas fue que cuando Dantés entró en el castillo de If –condenado por las intrigas de tres enemigos mortales– ya estaba dentro el abate Faría, que era en realidad el personaje que el novelista necesitaba: uno de los hombres más ilustrados, ricos y mundanos de su tiempo. Habría sido inverosímil que Edmundo Dantés se convirtiera en el protagonista ideal aun estando en libertad y por sus propios e ínfimos recursos. Pero mucho menos creíble hubiera sido que lo lograra dentro de la cárcel. Sin embargo, así fue.
“El conde de Montecristo”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para la revista Cambio, febrero de 1999.
A Alejandro Dumas lo leen todavía algunos franceses desperdigados, aunque un poco a escondidas, como los estudiantes que fuman en el baño.
“William Golding, visto por sus vecinos”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País, octubre de 1983.
El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, es una novela perfecta, pero sólo por razones estructurales.
“La literatura sin dolor”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País, diciembre de 1982.
¿Cómo hizo Dumas que los dos presos convivieran en prisión si estaban en celdas separadas en régimen de aislamiento absoluto? El castillo de If era la cárcel más severa de Francia. Esto permite suponer que el autor escogió a propósito la ciudad de Marsella para cimentar su gran novela con la proeza técnica de una fuga imposible. El abate Faría, preso por causas políticas y uno de los sabios más distinguidos y actualizados de su tiempo, no estaba ya en edad de fugarse, y sin embargo lo intentó por un túnel excavado casi con las uñas. Lo que le falló no fueron las fuerzas sino las matemáticas, y al cabo de largos años de trabajo no salió al aire libre sino a la celda de Edmundo Dantés. Entonces se dio cuenta de que no tendría vida para empezar de nuevo y resolvió que el joven, vigoroso y apuesto marinero lo sustituyera no sólo en la fuga sino también en la historia. En el tiempo desmesurado de la prisión le enseñó la esencia misma de su sabiduría y el modo de ser de la decadente aristocracia europea. Una vez seguro de su obra, le enseñó la forma de escapar: cuando el abate muriera, Dantés sacaría el cadáver del talego de lienzo en que lo pondrían para tirarlo al fondo del mar, y se metería él en su lugar. Por último, con el aliento final, el abate le reveló al discípulo las claves de un tesoro fantástico escondido en la isla de Montecristo, que lo convertiría en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Es decir: Dumas cambió un personaje por el otro.
“El conde de Montecristo”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para la revista Cambio, febrero de 1999.
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