No es un secreto que Gabo profesó entre sus grandes obsesiones una fascinación por el poder. Mucho antes de ser la figura global en la que se convertiría, o de que se codeara con autoridades y celebridades, el escritor había dedicado cuantiosas líneas a entender las relaciones de poder y sus efectos.
El legado de la descomunal Mamá grande de Macondo es un inventario temprano de los niveles en los que opera el poder y los mecanismos tras su permanencia: dueña de la tierra y garante de la autoridad política, bajo el feudo colonial o al amparo de dictaduras y dudosas democracias, la matriarca rige también sobre la moralidad pública y privada, sobre cuerpos y conciencias, reservándose el privilegio de decidir desde la evolución de la ciencia hasta las asociaciones maritales.
La historia de la familia Buendía, la del patriarca otoñal y la del pueblo de Crónica de una muerte anunciada son igualmente documentos de lo que el crítico peruano Aníbal Quijano llama la “colonialidad” del poder, vigente en las naciones contemporáneas, cuyas recicladas formas de control político tienen en común su lealtad al acaparamiento de los recursos, desde la tierra hasta el acceso a la tecnología, en favor de unas minorías. Dependiente de nuestra adhesión a las formas de ciudadanía que hacen productivos esos recursos –de la reducción de los seres humanos a mano de obra y consumidores—, el poder “moderno” se vale a su vez de mecanismos menos tangibles no solo para controlar a la población y mantener el orden, sino para institucionalizar la desigualdad y su injusticia. Valga destacar el control de los cuerpos, su movilidad y sus contactos, de la sexualidad y las emociones, y la estratificación de la población de acuerdo a jerarquías asociadas con la diferencia, sea de raza, género, clase, religión, orientación sexual o nacionalidad. Fundamental es también el encumbramiento de un paradigma de modernidad de origen europeo, que asegura asimismo el control del conocimiento y sus medios de validación. Gracias a esa red de instituciones, relaciones y estrategias, que a fuerza de reprimir su oposición hemos aprendido a asumir como naturales o hasta sobrenaturales, nuestras naciones continúan, según delata el desgaste cíclico de Macondo, repitiendo una historia marcada por la explotación, la exclusión y la violencia.
La reconocida irreverencia de los narradores y personajes garciamarquianos hacia las figuras de autoridad política, militar y moral, y ese lenguaje que habla nuestro Caribe en la obra de Gabo, anclado en la visión mítica de nuestros pueblos y a su vez universal, son dos de los aportes del escritor tanto a la denuncia de la violencia del poder como a la confrontación de la pretendida “racionalidad” y la supremacía eurocéntrica. La investigación que inspira este blog se propone extender la crítica de Gabo al poder develando sus capas menos visibles, adentrándonos en los ejes “íntimos” que facilitan no solo el sostenimiento de las hegemonías públicas sino la alineación consciente e inconsciente de nuestras gentes con las jerarquías que nos subyugan.
Me refiero, por ejemplo, a los imaginarios culturales que justifican el uso de la discriminación y la violencia contra ciertos sujetos y grupos sociales, o a la educación sexual y sentimental que nos lleva a aceptar el abuso en nombre del “amor”. Revisar nuestras complicidades privadas con la cultura de la violencia es imprescindible para salirnos de la máquina colectiva de odio en la que muchos insisten en mantenernos en el Macondo de hoy. Algunas de las preguntas que propongo explorar en la obra de Gabo son ¿de dónde viene la tendencia a cobrar los golpes recibidos jodiendo al más jodido? o ¿de dónde, en contraste, la devoción hacia quienes nos maltratan –desde el agresor íntimo hasta el político corrupto?
En el más notable de sus retratos del poder, El otoño del patriarca, la infeliz decadencia del obsceno dictador atestigua el sortilegio colectivo que sostiene los excesos de la autoridad pública. El tirano reina gracias tanto al aparatoso montaje que lo ubica como testaferro de la élite económica, como a la exhibición de las bajezas que lo hacen asimilable para sus súbditos. Seducidos por esa encarnación magnánima de sus propios instintos, y a cambio de la validación pública de sus debilidades y deseos otrora escondidos, los seguidores de los líderes populistas conceden adoración y sumisión, aprobando mentiras y abusos, aceptando la violencia y entregando en un acto casi amoroso su capacidad de juicio.
En su intento por explicar la participación del pueblo en el sacrificio de Santiago Nasar, el juez del sumario en Crónica ofrece otra clave: “Dame un prejuicio y moveré el mundo”. En el Caribe de García Márquez reverbera la clasificación racista, sexista y clasista de hombres y mujeres, esa visión prejuiciada del mundo que, al otorgarnos el alivio ilusorio de sentirnos superiores al más negro, la más “sinvergüenza” o el más pobre que uno, nos condena a ratificar los privilegios de los más pícaros o mejor vestidos. Del amor y otros demonios remite inequívocamente al sistema colonial de los “demonios” de la arrogancia moral, la intolerancia y el prejuicio racial y de clase, así como la mezcla de estos prejuicios con nociones sobre la sexualidad y el “amor”. Del amor destaca a su vez otra constante en la obra de Gabo, el antagonismo entre el poder y las expresiones abiertas o subrepticias de su mayor enemigo: el deseo de libertad. Libertad, aclaro, no como se concibe bajo el credo (neo)liberal, sino como la facultad de ser, y el dominio propio que se deriva de hacer, como diríamos en español costeño, “lo que a uno le venga en gana”.
Las entradas de este blog nos conducirán por lo que las historias de amor de García Márquez pueden enseñarnos sobre la seducción del poder, eje inconfundible de la soledad de sus protagonistas. Ilustrarán además la educación sentimental sobre la cual se erige tanto el deseo de dominar como el “amor” por quienes nos dominan, en y más allá de la obra de García Márquez. Invito a lectores y lectoras a sugerir los personajes de Gabo y las relaciones que les gustaría ver analizadas, y a compartir sus propias preguntas e hipótesis sobre las conexiones entre intimidad y poder.
El origen de la soledad: entre la violencia pública y la violencia íntima
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