Aterricé en el aeropuerto Benito Juárez de Ciudad de México, avancé feliz por los caminos que desde la puerta del ave metálica me conducirían a los puntos de migración. Todos los viajeros se arremolinaban llenando el formato de ingreso al país, prestando lapiceros y cuchicheando nerviosamente la necesidad de exactitud en el formato para asegurar el ingreso a la tierra de Cuauhtémoc.
Lo llené copiando con toda tranquilidad los datos de mi documentación hasta que, el azar me puso en dirección del escritorio de aquel rostro de pocos amigos. Su expresión era el retrato de la desconfianza que inspira el historial ilícito que ha manchado la reputación de mi país para siempre.
Me pidió los documentos, sus ojos se detuvieron, el aire y todo se hizo denso hasta que su rostro floreció en una sonrisa -que tengo el presentimiento era la que había guardado todo el año para compartir el día de navidad que ya se acercaba-.
Sus ojos brillaban, no miró nada más que aquella carta que me anunciaba como conferencista alrededor de la vida y obra de Gabriel García Márquez. Levantó la barbilla con una solemnidad dulce y me dijo: “¡Aquí queremos mucho al señor García Márquez! ¡Bienvenida a México!”
Aquella expresión iluminó mi camino hasta la banda de las maletas, donde observé cómo hasta una anciana en silla de ruedas veía ser requisado y escaneado su equipaje. En un azar decidido por un agente que parecía sustraído de una película de ciencia ficción por su indumentaria ultramoderna…
Mi maletita de maripositas amarillas -porque no me dan pena los clichés- apareció ante mis ojos y bajándola de la banda calculé el buen rato que pasaría desarmando el Tetris que era por dentro, en la requisa que había pescado la mayor parte del vuelo.
El agente me detuvo, me miró y me preguntó:
– ¿Con qué motivo visita México?
– Soy investigadora y conferencista sobre García Márquez…
No me dejó finalizar la frase, con un amable gesto me indicó la salida y repitió las palabras de su compañero: “¡Bienvenida a México!”
Una experiencia que de verdad me tocó el alma más que como investigadora alrededor del escritor, como colombiana. Cuántas veces en mi país he tenido que torear desconcertantes y desobligantes expresiones alrededor de Gabito… Cuántos comentarios desinformados me tropiezo como respuesta a las publicaciones en el Centro Gabo…
La experiencia en México fue extraordinaria y ha traído una ola de publicaciones, mensajes e intereses en el tema de mi quehacer como Gabitera en diversas latitudes del globo. Lo que es absolutamente halagador, pero no puedo negar que siempre sueño con encontrar en Colombia, entre la gente no dedicada a oficios relacionados con el escritor, más chispas como aquellas del Benito Juárez.
Y sucedió. Colombia, la nación entera y su amor por García Márquez floreció una vez más. Floreció en las manos de una mujer empuñando unas flores amarillas para publicar una foto en sus redes, en homenaje al escritor el día de su deceso. Fue un acto fruto de una obstinación lectora, desde el corazón de una maestra de nutrición en Armenia, Quindío. Una dulce mujer que un día, gracias a esas mismas redes donde homenajeaba a su héroe, vio en un concurso la posibilidad de contar con el libro cuya portada era la imagen que había inspirado su gesto.
Con ayuda de sus familiares cumplió con el requisito de tomarse fotografías con las obras de García Márquez y llegó el día en que le anunciaron que había ganado el ejemplar del libro de fotografía “Retratos de Sociedad” del fotógrafo colombiano Mauricio Vélez. Estaba tan emocionada como ese día a los 15 años cuando leyó por primera vez una obra garciamarquiana.
Sin embargo, aquella alegría fue pronto empañada por el silencio. Quienes organizaron el concurso, deshicieron su ilusión al incumplir su promesa.
Al interior de la familia de la maestra –ahora jubilada tras 20 años de ejercicio ininterrumpido– se volvió entonces un cometido conseguir aquel libro, para que esa pasión Macondiana –por todos a su alrededor conocida– no quedara en decepción.
Fue así como una de sus sobrinas en una reunión de trabajo conoció a Mauricio Vélez y logró acceder al libro, 3 años después de aquellos días del concurso. Finalizando con plena satisfacción la espera de Gloria Esperanza Trejos. Quien, con una sonrisa a prueba de tiempo y promesas incumplidas, con once años de retiro y un récord de relectura de la obra del Nobel, afirma convencida: “Gabriel García Márquez con ser un gran novelista, hizo lo que tenía que hacer por Colombia.”
Honesta admiración que atraviesa el planeta entero y se vuelve chispas en la mirada juguetona de un escritor –hoy de talla mundial– que nacido en la India y nacionalizado británico, hace poco más de un año, en el discurso con el que hizo parte de la inauguración del archivo García Márquez del Harry Ransom Center en la Universidad de Texas, hablando de su encuentro con Cien años de Soledad aseguró: “me pasó lo que le ha pasado a millones de personas, me enamoré sin remedio. Y ese amor ha durado 40 años”.
Un amor desenfrenado que desde Salman Rusdhie hasta el chico que hoy abre por primera vez una obra de García Márquez en China, pasando por Esperanza Trejos en Armenia, siguen multiplicando las pruebas vivas de esa magia que envuelve a los afectos del mundo Macondiano. Esa particular enajenación emocional de la que yo misma soy prueba. Ese cariz particular que hoy me atrevo a llamar: el efecto García Márquez.
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