LIBROS

Descifrando Pergaminos

La vigencia perpetua de la novela Cien años de soledad, a propósito de los 50 años de la publicación de su primera edición.
Orlando Oliveros Acosta

El 5 de junio de 1967 salió a la venta la primera edición de Cien años de soledad, publicada por la Editorial Sudamericana. Desde entonces, el nombre de América Latina no ha sido el mismo y el universo literario de la narrativa en español ha estado sufriendo todo tipo de transformaciones estéticas. Cien años de soledad fue, como aquellos libros soñados por Kafka, un hachazo que rompió el mar helado dentro de nosotros mismos y que nos hizo contemplar la dolorosa y festiva pulpa de nuestra cultura.

Hoy, cincuenta años después, muchos nos seguimos preguntando si aquella hacha sigue teniendo el mismo filo de antes. Para el escritor peruano Santiago Roncagliolo, por ejemplo, la novela ya no representa a la América Latina contemporánea y por lo tanto carece de la vigencia que tuvo en el pasado. Harold Bloom, que a mi juicio es uno de los críticos literarios más perspicaces de nuestro tiempo, comentó alguna vez que releer Cien años de soledad le producía cierto cansancio fruto de un “fragor estético” en el que cada página de la novela estaba llena de vida, más allá de la capacidad de asimilación de cualquier lector.

Me parece que ese fragor estético no es un defecto sino una virtud en la cual reside el instinto de supervivencia de esta obra maestra. Es un libro que no podemos leer con la pretensión de abarcar todas sus aristas porque terminaríamos aplastados por una serie infinita de hechos cotidianos contados con la cadencia de los primeros vallenatos. Lo cual nos obliga a hacer de cada lectura, una lectura deliberadamente incompleta. De modo que aunque pasen los años siempre habrá alguien que pueda ver en la ciudad de los espejos un reflejo nuevo.

Por estos días he estado pensando en los pergaminos de Melquíades. En esos pergaminos escritos en sánscrito yacía encriptada la historia, habida y por haber, de Macondo. Aunque Arcadio los escuchó de la boca del gitano y Aureliano Segundo y José Arcadio Segundo intentaron leerlos, ninguno pudo descifrarlos pues estaba previsto que se cumplieran cien años antes de que el último de los Buendía pudiera entenderlos.

Tal vez las grandes revoluciones políticas o artísticas también estén fijadas para una generación en especial. Quizás para acabar con el conflicto armado en Colombia era necesario que fracasaran varios de nuestros predecesores. Y he aquí mi nueva lectura de Cien años de soledad: debemos imaginar que siempre somos la última generación a la que le han destinado una valiosa oportunidad sobre la tierra, en donde hay que moverse rápido porque sólo por un momento nos es dado descifrar los pergaminos.

* Orlando Oliveros Acosta: Escritor. Gestor de contenidos del Centro Internacional para el Legado de Gabriel García Márquez. Columnista de opinión del periódico El Universal y Caracol Radio.

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