Thu, 05/22/2025 - 23:09
En el principio de los tiempos, cuando el pueblo de Macondo inventado por García Márquez era tan solo una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a orillas de un río de aguas diáfanas, los gitanos recorrían el mundo exhibiendo los nuevos inventos de la humanidad. A Macondo llegaban en marzo, mes en el que plantaban su carpa magnífica y compartían con los habitantes los últimos hallazgos de la ciencia.
Liderados por el sabio Melquíades, los gitanos deslumbraban al pueblo todos los años con algo distinto. Su paso por Macondo fue tan determinante que, sin ellos, resulta imposible entender todas las tramas que transcurren en Cien años de soledad.
Centro Gabo comparte contigo quince máquinas asombrosas, animales fantásticos y otras invenciones que estimularon la imaginación de los macondinos:
Pronunciando un conjuro especial de Melquíades mientras lo arrastrabas por la calle podías atraer los calderos, anafes, pailas, tenazas y clavos de las casas vecinas. Incluso llamar las cosas metálicas perdidas y hacerlas surgir por donde más se les había buscado.
“La ciencia ha eliminado las distancias”, decía Melquíades, “dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su sitio”. Mediante el pago de cinco reales, los habitantes de Macondo podían presenciar con el catalejo a una gitana al otro lado del pueblo como si la tuvieran al alcance de la mano. Con la lupa gigante, que era del tamaño de un tambor, advirtieron que se podían concentrar los rayos del sol en un mismo punto para incinerarlo todo.
La fórmula mágica de la juventud. Quien la usaba recobraba de inmediato sus mejores años y la vejez se iba espantada de su cuerpo.
Gi la sento, gi la sento morire, per calma sembra voglia dormire; poi con gli occhi lei mi viene a cercare, poi si toglie anche l'ultimo velo, anche l'ultimo cielo, anche l'ultimo bacio. Ah, forse colpa mia, ah, forse colpa tua, e cos sono rimasto a pensare…
Para hacerse rico en el corral con la música de la pandereta.
Una muestra asombrosa de telepatía animal.
Las camisas dañadas y la gripa nunca estuvieron tan juntas.
El pasado terrible ya no sería más un problema.
Para los ociosos, a quienes el día se les hacía extremadamente largo.
Pertenecían a una tribu posterior a la primera de las muertes de Melquíades y llegaron junto con los gitanos que trajeron el hielo.
Una sustancia ambarina que te hacía desaparecer, dejando en el suelo un charco de alquitrán pestilente y humeante.
Estaba dentro de un cofre al interior de una tienda que había pertenecido al rey Salomón, custodiado por un gigante de torso peludo con la cabeza rapada y una cadena de hierro en el tobillo. Costaba diez reales por persona verlo, pero había que pagar otros cinco reales adicionales si se deseaba tocarlo.
Las alfombras voladoras de Las Mil y Una Noches se transformaron en esteras voladoras al llegar al Caribe.
Vivía en una jaula. En su espectáculo, José Arcadio conoció a la gitana que lo sacaría de Macondo. El hombre víbora fue el único que supo hacia dónde se marchó el primogénito de José Arcadio Buendía.
Más de un siglo recuperando y perdiendo la cabeza.
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