Catorce frases y conclusiones del escritor colombiano en torno a la música, sus géneros y su importancia en la cultura.
Dicen que uno vive donde tiene sus libros, pero yo vivo donde tengo mis discos.
Siempre he seguido la música muy de cerca. Toda la música. Nunca he podido entender cómo una persona que quiera ser culta, no tenga la música como uno de los elementos fundamentales de su formación cultural.
La música es revolucionaria como la literatura es revolucionaria, como la poesía es revolucionaria, si es buena. Toda la belleza es revolucionaria.
En Colombia existe un género de música que se llama vallenato, oriundo de la región que lleva ese nombre. Es más o menos de la estirpe del son y del merengue dominicano. Originalmente, hace muchos años, fue una canción de gesta, es decir, cantaba un acontecimiento real. Los autores de vallenatos pasaban por un pueblo, conocían un acontecimiento y lo divulgaban cantando por toda la región. Después, con el tiempo, se popularizó y ya hay una producción comercial, paralela a la producción natural. El hecho de que sean canciones que cuentan hechos reales me dio la idea de Cien años de soledad.
¿Qué es Cien años de soledad? Pues no es más que un vallenato de 450 páginas, realmente eso. Lo que hice con mi instrumento literario es lo mismo que hacen los autores de vallenato con sus instrumentos musicales. Sólo que yo lo hice con unas posibilidades literarias más evolucionadas, porque una novela es un producto más culturalizado, pero el origen es el mismo.
Creo que lo más importante de la historia del vallenato es cuando surge la ‘Escuela Sabanera’ del departamento de Bolívar. Anteriormente sólo se conocían la escuela del César y la de la Guajira. Pero lo que verdaderamente innova a esta música es la ‘Escuela Sabanera’, que podríamos llamar Sinuano-Sabanera, y que yo encuentro que es muy auténtica y muy ortodoxa.
El vallenato urbano es algo que no es posible impedir. No se puede impedir que una cosa evolucione, como no se puede impedir, por ejemplo, que el lenguaje evolucione. Porque entonces estaríamos escribiendo como en la Edad Media. La vida no la para nadie. Si hay acordeoneros y compositores que viven en la ciudad, entonces sus vivencias y experiencias son urbanas y a ellas tienen que referirse. El vallenato siempre está remitido a su realidad. Ella es su servidumbre. Ese es su destino.
El bolero expresa sentimientos y situaciones que a mí me conmueven y que sé que a muchísima gente de mi generación la conmovió. Un bolero puede hacer que los enamorados se quieran más y a mí eso me basta para querer hacer un bolero. Lograr que los enamorados se quieran más, aunque sea un momentico, es culturalmente importante, y si es culturalmente importante es revolucionario.
¡El Caribe es la luz, la música!
La música que llamamos clásica, hay que llamarla así porque no sabemos cómo llamarla, porque la música romántica y la barroca también son clásicas. Y en cuanto a la música culta, al fin y al cabo, tiene su origen en la música popular. Mira, hay una foto muy conmovedora. Una foto de Béla Bartók, muy joven, allá por los años 20 o 30. Está con una de esas grabadoras de manivela, en medio de las montañas, recogiendo los aires populares campesinos, recogiendo la expresión musical de su natal Hungría para hacer la música artísticamente más elaborada que pueda existir, una música muy culta que tiene su origen en esas canciones que él recogía con su grabadora de rodillo.
Hablando de Béla Bartók, cuando escribí El otoño del patriarca casi escuchaba exclusivamente su música. Y qué sorpresa cuando se me presentaron dos desconocidos que querían hacerme una entrevista y me dijeron: ‘nosotros hemos estudiado bien El otoño del patriarca y hemos llegado a la conclusión de que la estructura de su novela es la del Concierto Nº 3 para piano de Béla Bartók’. Y me asusté.
Componer es lo más difícil que hay. Incluso siempre he tenido un proyecto con Armando Manzanero: hacer un Long Play de boleros, con letras mías y música de él, pero esa es la vaina más difícil que hay. Te imaginas meter toda una cantidad de argumentos en siete u ocho líneas. Esa es la admiración que le tengo a Escalona y a todos esos compositores vallenatos.
¡Cómo me gustará la música que no puedo escribir oyendo música, porque le pongo más atención que a lo que estoy escribiendo! Tengo que escribir en absoluto silencio, pero en las épocas en que estoy escribiendo, oigo mucha música. Y no sólo tomo información de otros libros y de la vida, sino también de la música y según lo que esté escribiendo, es la clase de música que oigo.
Voy a dedicarme a la música. Ya comencé a estudiarla con Alejo Carpentier y Mauricio Ohana, en París, y ahora me voy para Barranquilla y me pongo a escribir un concierto para triángulo y orquesta. Es que al pobre triángulo lo tienen fregado. ¿Ha visto una partitura para triángulo? Es una vaina en que se pasan páginas y páginas y, de golpe, tin. Triste. Voy a componer una obra que constituya la rehabilitación del personaje más olvidado de la orquesta; lo pongo al frente del escenario, antes que todos los demás instrumentos, enciendo las luces y hago que la orquesta entera trabaje para el triángulo. El triángulo será la medida y el desenlace de todo.
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