Cuatro historias del escritor colombiano en las que el amor no conduce a la felicidad.
La literatura de García Márquez en torno al amor no sólo posee finales felices como el de El amor en los tiempos del cólera (1985), también es prolija en relaciones complicadas, con parejas que se profesan una ternura dolorosa y un cariño que en muchas ocasiones se vuelve imposible de concretar.
Compartimos contigo cuatro historias de Gabo cargadas del más extraño amor, donde las obsesiones del corazón jamás fueron la antesala de la felicidad.
De corte surrealista, este cuento se publicó por primera vez el 18 de junio de 1950 en el periódico El Espectador. Narra la historia de una pareja que se conoce a través de los sueños. Todas las noches, al dormirse, un hombre y una mujer se encuentran en la misma habitación para conversar y desearse hasta que uno de los dos despierte. En medio de esos diálogos ambos proponen un santo y seña para reconocerse en el mundo real: pronunciar en voz alta o escribir en un lugar visible la frase “ojos de perro azul”. No obstante, su gran tragedia consiste en que al despertar él siempre olvida aquella frase y sólo la puede recordar cuando vuelve a soñar con la mujer. Con ella también ocurre algo similar: durante la vigilia puede recordar el nombre de la ciudad en la que vive pero no puede hacerlo cuando sueña, por lo que le resulta imposible comunicar su dirección.
Estamos ante un cuento en donde la idea del contacto físico es frustrada deliberadamente para hacernos zozobrar en un sentimiento de perpetua insatisfacción.
«Mañana te reconoceré por eso ―dije―. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: “Ojos de perro azul”». Y ella, con una sonrisa triste ―que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable―, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día». Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado».
Con un estilo influido por la sobriedad narrativa de Ernest Hemingway y la temática policial, este cuento fue publicado el 24 de junio de 1950 en el semanario Crónica. Cuenta la historia de José, el dueño de un restaurante, y una prostituta que siempre llega a las seis de la tarde a comerse un bistec. La relación entre la mujer y José está forjada a base de desplantes, manipulación, deseo sexual no correspondido, celos, ternura y mucha complicidad, tanto así que esta pareja llegará a ponerse de acuerdo para encubrir un homicidio.
— Lo que pasa es que te quiero tanto que no me gusta que hagas eso —dijo José.
— ¿Qué? —dijo la mujer.
— Eso de irte con un hombre distinto todos los días —dijo José.
— ¿Es verdad que lo matarías para que no se fuera conmigo? —dijo la mujer.
— Para que no se fuera, no —dijo José—; lo mataría porque se fue contigo.
— Es lo mismo —dijo la mujer.
La conversación había llegado a densidad excitante. La mujer hablaba en voz baja, suave, fascinada. Tenía la cara casi pegada al rostro saludable y pacífico del hombre, que permanecía inmóvil, como hechizado por el vapor de las palabras.
— Todo eso es verdad —dijo José.
— Entonces —dijo la mujer, y extendió la mano para acariciar el áspero brazo del hombre. Con la otra arrojó la colilla—… entonces, ¿tú eres capaz de matar a un hombre?
— Por lo que te dije, sí —dijo José. Y su voz tomó una acentuación casi dramática.
Con un nombre que surge como la versión invertida del título de un poema de Francisco de Quevedo (“Amor constante más allá de la muerte”), este cuento fue escrito en 1970 y publicado en 1972 junto con otros seis cuentos en un libro titulado La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Su historia es la de Onésimo Sánchez, un senador al que le quedan seis meses y once días de vida, y Laura Farina, la hermosa hija de un criminal en el olvidado pueblo desértico Rosal del Virrey. En uno de sus viajes al pueblo por motivo de su campaña política, Onésimo Sánchez queda descrestado por la sensualidad de Laura Farina. Su padre, Nelson Farina, buscando que el senador le otorgue una cédula de identidad falsa, envía a su hija a la habitación del político como pago adelantado por aquel favor.
Así comienza esta relación mediada por la soledad; acabará con el senador muerto, desprestigiado y encolerizado por la ausencia de Laura Farina.
— Dime una cosa —preguntó entonces—: ¿Qué has oído decir de mí?
— ¿La verdad de verdad?
— La verdad de verdad.
— Bueno —se atrevió Laura Farina—, dicen que usted es peor que los otros, porque es distinto.
El senador no se alteró. Hizo un silencio largo, con los ojos cerrados, y cuando volvió a abrirlos parecía de regreso de sus instintos más recónditos.
— Qué carajo —decidió— dile al cabrón de tu padre que le voy a arreglar su asunto.
— Si quiere yo misma voy por la llave —dijo Laura Farina.
El senador la retuvo.
— Olvídate de la llave —dijo— y duérmete un rato conmigo. Es bueno estar con alguien cuando uno está solo.
Entonces ella lo acostó en su hombro con los ojos fijos en la rosa. El senador la abrazó por la cintura, escondió la cara en su axila de animal de monte y sucumbió al terror. Seis meses y once días después había de morir en esa misma posición, pervertido y repudiado por el escándalo público de Laura Farina, y llorando de la rabia de morirse sin ella.
“El rastro de tu sangre en la nieve” fue escrito en 1976, publicado el 6 de septiembre de 1981 en el periódico El Espectador e incluido, once años después, en el libro Doce cuentos peregrinos. El cuento relata la historia de Nena Daconte, una joven de familia pudiente, y Billy Sánchez de Ávila, un pandillero con distintos traumas familiares. Ambos habían estudiado juntos, pero su atracción comienza cuando Billy Sánchez asalta una caseta de mujeres en los balnearios de Marbella (en Cartagena de Indias) y la encuentra completamente desnuda. Tiempo después, la pareja establece un noviazgo desenfrenado, sincero, incluso contrariado, con algunos guiños a la relación no aprobada de Florentino Ariza con Fermina Daza. Acaban casándose y recorriendo Europa para la luna de miel. En ese viaje, Nena Daconte pincha su dedo con una rosa, haciéndose una herida que no para de sangrar. El lector asiste a la paulatina muerte de aquella mujer, desangrándose entre Madrid y París, mientras su marido realiza infructuosos esfuerzos por socorrerla.
En este cuento, además del ámbito de la muerte, se puede experimentar el de la soledad, pues cuando Billy Sánchez lleva a su esposa al hospital, termina perdiéndose en la burocracia y las calles de París, sin que la vida le conceda la oportunidad de ver por última vez a Nena Daconte, viva o muerta.
Siguiendo a los visitantes, entró en el pabellón de mujeres. Vio una larga hilera de enfermas sentadas en las camas con el camisón de trapo del hospital, iluminadas por las luces grandes de las ventanas, y hasta pensó que todo aquello era más alegre de lo que se podía imaginar desde fuera. Llegó hasta el extremo del corredor, y luego lo recorrió de nuevo en sentido inverso, hasta convencerse de que ninguna de las enfermas era Nena Daconte. Luego recorrió otra vez la galería exterior mirando por la ventana de los pabellones masculinos, hasta que creyó reconocer al médico que buscaba.
Era él, en efecto. Estaba con otros médicos y varias enfermeras, examinando a un enfermo. Billy Sánchez entró en el pabellón, apartó a una de las enfermeras del grupo, y se paró frente al médico asiático, que estaba inclinado sobre el enfermo. Lo llamó. El médico levantó sus ojos desolados, pensó un instante, y entonces lo reconoció.
— ¿Pero dónde diablos se había metido usted? —dijo.
Billy Sánchez se quedó perplejo.
— En el hotel —dijo—. Aquí a la vuelta.
Entonces lo supo. Nena Daconte había muerto desangrada a las 7:10 de la noche del jueves 9 de enero, después de setenta horas de esfuerzos inútiles de los especialistas mejor calificados de Francia.
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