Generosidad del alma

Esa solidaridad de la FNPI es contagiosa. Es la herencia del fundador que esta institución ha preservado por casi 20 años en vida del maestro y que tiene el desafío de seguir manteniendo, más allá de su muerte.
Por:
María Teresa Ronderos

Conocí a Gabriel García Márquez en un seminario de su Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano acerca del reto periodístico de la cobertura de nuestras turbulentas democracias latinoamericanas. Muy consciente de su presencia, hice mi presentación como si se tratara de un examen final. Al rato, muy en su estilo mamagallista, el maestro me pasó un papelito que decía: “Has pasado la prueba”. Días más tarde, Jaime Abello, el director de la FNPI, y él me invitaron a dictar un taller de la Fundación sobre coberturas electorales. No podía sentirme más orgullosa.

Nunca más me fui de la FNPI, que ahora lleva el nombre del maestro. Con ésta he tenido la fortuna de ensayar el oficio en talleres con ávidos reporteros y talentosos narradores provenientes de todo el continente. De su mano, he podido descubrir que al no dejarnos solos, los periodistas nos sentimos fuertes para desnudar los abusos del poder, para defender la ética y la independencia del oficio en medio del remolino de cambios en el que nos hallamos y para contar bien las historias indispensables acerca de lo que nos acontece.

Esa solidaridad de la Fundación García Márquez es contagiosa. Es la herencia del fundador que esta institución ha preservado por casi 20 años en vida del maestro y que tiene – tenemos los que guardamos lazos de afecto e identidad de espíritu con ella – el desafío de seguir manteniendo, más allá de su muerte.

En un plano más personal, recuerdo otra anécdota reveladora. Estando en México, él cariñoso nos invitó a mi esposo y a mí a conversar a eso de las 6 de la tarde a una popular cafetería Sanborn’s, que a esa hora estaba desierta. Una muchacha que servía el té le preguntó si él no era el mismísimo maestro García Márquez y le pasó una servilleta para que le firmara un autógrafo. Él, primero negó que lo fuera, dijo que todo el mundo lo confundía. Y después, enternecido con la emoción de la joven, le dio un dinero para que comprara una novela suya en la librería vecina y se la trajera para estamparle su firma y el dibujo de la flor con el que casi siempre la acompañaba.

En este día triste, de García Márquez se me vienen a la mente, esa generosidad de alma, la libertad que tenía para ser quien era.

 

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