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Historias en dos ruedas: 4 textos de Gabriel García Márquez sobre las bicicletas

Cuatro textos del escritor colombiano protagonizados por bicicletas.

Redacción Centro Gabo

Bicicletas antediluvianas, bicicletas robadas, bicicletas con ciclistas de carne y hueso o fantasmas que pedalean por las calles de la ciudad: son varias las historias que García Márquez contó sobre este vehículo provisto de dos ruedas.

Salvo el velocípedo en el que Gastón recorría Macondo buscando insectos que disecar en Cien años de soledad (o la bicicleta que usaba el fotógrafo para perseguir la caravana de Eréndira y su abuela desalmada), la mayoría de estas narraciones fueron escritas a partir de la actividad periodística de García Márquez. A veces en forma de un extenso reportaje y otras veces como una crítica cinematográfica o una columna.

En el Centro Gabo hemos recopilado cuatro textos del escritor colombiano publicados a mediados del siglo anterior en El Heraldo y El Espectador donde la bicicleta es la gran protagonista. Los compartimos contigo:   

 

1.  El triple campeón revela sus secretos

 

Una crónica sobre la vida del ciclista colombiano Ramón Hoyos Vallejo, ganador de la Vuelta a Colombia en cinco ediciones: 1953, 1954, 1955, 1956 y 1958. García Márquez la escribió para El Espectador y fue publicada en catorce entregas entre el 27 de junio y el 12 de julio de 1955. La narración, al igual que en el Relato de un náufrago, fue en primera persona, de tal manera que parecía que era el mismo Ramón Hoyos quien contaba sus aventuras.

 

Durante los años en que estuve corriendo, descolgándome en aquel vehículo que por primera vez me proporcionó el placer de la velocidad, no sufrí ningún accidente. En cambio, mi carrera ciclística ha tenido muchos más accidentes que victorias. Prácticamente en el único vehículo en que no he sufrido accidentes es en un triciclo: nunca tuve uno durante la infancia. Y cuando pude tenerlo ya no estaba para andar sobre tres ruedas.

     Dos días antes de concentrarme para viajar a París, a participar en La route de France, estuve a punto de matarme en la carretera de Envigado, cuando una camioneta quedó destrozada al estrellarse contra un camión. Dos días antes de viajar a Cali, el año pasado, para participar en los Juegos Atléticos Nacionales, en el equipo de las fuerzas armadas, me rompí la cabeza y me fracturé las dos manos, en una motocicleta. Cuando viajábamos en avión, de Pasto a Popayán, en la última Vuelta a Colombia, uno de los motores dejó de funcionar en el aire y tuvimos que hacer un aterrizaje de emergencia. De estos accidentes hablaré detenidamente en el curso de este relato. Por ahora, me interesa demostrar que mi vida ha sido una larga cadena de accidentes. Ahora mismo tengo un automóvil convertible, color verde, con placas 2993, de Medellín, y lo conduzco con mucha prudencia, a velocidades normales, porque sé que tengo mala sangre par los accidentes. Sin embargo, mis amigos aseguran que manejo el automóvil como si fuera en una bicicleta: embalado.

     (…)

     A las cinco y media de la tarde, un día que, como siempre, regresaba de la escuela en mi carro de cuatro ruedas, me quedé perplejo, sin dar crédito a mis ojos: un muchacho bajaba la calle, muy campante, sin hacer el menor esfuerzo, avanzando y cómodamente sentado sobre uno de aquellos vehículos de dos ruedas. Aquello parecía imposible.

     Estupefacto, detuve mi carrito, me quedé contemplando por un momento el vehículo que daba vueltas, que giraba en torno a un centro varias veces sin perder el equilibrio. Al cabo de un momento me atreví a preguntarle a su conductor:

     —  ¿Cómo haces para no caerte?

     Y él me respondió:

     — Es con secreto.

     Esa noche, cuando todavía no me había repuesto de mi perplejidad, me explicaron que aquel extraño vehículo era una bicicleta.

 

2. El génesis de las bicicletas

 

Un artículo sobre los “verdaderos” orígenes de la bicicleta. Se trata, por supuesto, de una reconstrucción poética que no depende de la historia. Aquí el escritor colombiano plantea el nacimiento de la bicicleta y sus componentes (pedales, manubrios, tornillos) con un estilo similar al del Génesis y una historia que involucra la participación de Adán y Eva. Con la invención de la bicicleta, nos dice García Márquez, surgió también la silla y el triciclo.

El texto fue publicado en El Heraldo bajo el seudónimo de Septimus el 22 de junio de 1950.

 

Cuando el hombre logró ponerle pedales a su propio equilibrio, inventó la bicicleta. No hizo más que eso, pues ni siquiera las ruedas eran indispensables. Las ruedas existían ya, en alguna parte del mundo, aguardando a que los hombres aprendieran a mover los pies en el aire, mientras descansaban cómodamente sentados en su centro de gravedad. ¿El galápago? No. Tampoco era indispensable el galápago. Fue inventado más tarde, cuando se descubrió que era necesario proteger el centro de gravedad de la fricción continua. Luego vinieron los manubrios. El hombre habría podido existir indefinidamente sin ellos, por la tierra era redonda y habría podido dirigirse a cualquier sitio con sólo conservar la dirección inicial. Pero cuando hubo un hombre que se rompió la crisma para inventar la bicicleta, hubo otro que se rompió la suya para inventar las esquinas. Y entonces se hicieron necesarios, indispensables, los manubrios.

     Una vez que el hombre descubrió el profundo sentido locomotriz de su equilibrio, había ganado ya la primera batalla sobre el tiempo y el espacio y había descubierto un nuevo sistema para sacarle verónicas a la muerte. Pero no estuvo conforme. Y lo grave empezó precisamente cuando esa inconformidad sufrió su crisis y lo que en un principio fue una simple diversión se convirtió en válvula de escape para la vanidad. Fue entonces cuando Adán atravesó el paraíso sentado sobre una idea, moviendo los pies para hacer girar un pedal metafísico y Eva no pudo explicarse racionalmente el principio físico que sirvió a su compañero para desplazarse en el espacio sin tocar la tierra. Varias veces se esforzó Adán por conseguir que Eva diera un salto en el aire, ya con una noción precisa de su centro de gravedad, y pasear por los yerbados senderos del paraíso terrenal, sentada a medio metro de altura. El trágico episodio de la manzana puso fin al experimento, pero la idea sobrevivió y se fue transmitiendo de generación en generación, hasta cuando alguna mujer logró convencer a su marido de que toda idea práctica que admitiera el clima del cerebro humano, era susceptible de ser montada sobre un tornillo. Y el marido obedeció. Y se subió en el aire y marcó en el espacio un punto en torno al cual podrían girar sus pies sin esforzarse demasiado. Allí colocó el primer tornillo.

 

3. Los fantasmas andan en bicicleta

 

La historia de un fantasma que no asusta sino que convive con las personas. “El único ciclista metafísico del mundo”, escribe García Márquez, quien dice habérselo encontrado en las calles de Barranquilla. En el relato, publicado en El Heraldo el 17 de marzo de 1951, se cuenta que en la ciudad todos conocen la existencia del fantasma en bicicleta y lo asumen como una especie de patrimonio público. Antes de morirse el fantasma era un hombre que trabajaba en un taller de mecánica en el mercado público y que tuvo seis hijos en seis años con la misma mujer. Los paseos en bicicleta fueron su forma de liberarse del estrés y los llevó a cabo durante veinte años hasta que una madrugada regresó muerto a su casa sobre el asiento de la bicicleta. Desde entonces aparece recorriendo las calles sobre dos ruedas, acompañando a las mujeres solitarias y conversando con los ciudadanos desvelados.

 

Hay un hombre misterioso que a las tres de la madrugada pasea en bicicleta por las calles de la ciudad. Lo he visto la noche de mi llegada, envuelto en una atmósfera fosforescente que atribuía a un extraño sistema de alumbrado eléctrico. Pero al día siguiente, un compañero de hotel me dijo a la hora del desayuno: “Pues sepa que a usted le ha salido un muerto”.

     Entonces me han relatado la historia del hombre que durante toda su vida estuvo paseando en bicicleta y que, tal vez como resultado de la velocidad, adquirida en cuarenta años de continuos ejercicios ciclísticos, había seguido pedaleando después de muerto. Ahora es una especie de fantasma municipal, amigo de bohemias y trasnochadores, que a nadie infunde miedo, que ofrece seguridad y confianza a las mujeres que asisten solas a la primera misa. La ciudad está orgullosa de él por ser el único ciclista metafísico del mundo.

     (…)

     Se cuenta que cuando le nació el sexto hijo, el hombrecillo comentó: “La única solución de esto es una bicicleta”. Y al día siguiente armó la suya en el taller y se puso a dar misteriosas vueltas por la ciudad, en las horas de la madrugada, con la austeridad de un monje que estuviera cavando su propia sepultura. Fue una labor indolente, despiadada, que se prolongó por vente años hasta esa lúgubre y helada madrugada en que el hombrecillo tocó a las puertas de su casa y la mujer lo encontró equilibradamente muerto en la bicicleta. Para entonces el menor de los hijos había cumplido veinte años.

Desde la noche siguiente empezó a ser fantasma. Y tengo entendido que el concejo municipal rechazó, hace algunos años, la proposición de uno de sus miembros, mediante la aprobación de la cual se nombraría al ciclista fantasma sereno at honorem siquiera para que la ciudad derivara algún beneficio de su nocturna actividad pedalística.

 

4. «Ladrones de bicicletas»

 

Una reseña crítica sobre la obra maestra de Vittorio de Sica (director) y Cesare Zavattini (guionista), dos cineastas del neorrealismo italiano que García Márquez admiró siempre. Fue publicada en El Heraldo el 16 de octubre de 1950.

Ladrones de bicicletas, una de las películas favoritas del escritor colombiano, narra la historia de un hombre pobre en Roma al que le roban la bicicleta, su único medio de sustento, y pasa todo el día intentando recuperarla junto a su hijo. García Márquez elogia la simplicidad de esta trama y destaca la dignidad artística de sus protagonistas.

 

La producción de Vittorio de Sica –que se exhibe actualmente en un teatro de la ciudad– deja mucho que pensar acerca de los avances y las posibilidades del arte cinematográfico. Los italianos están haciendo cine en la calle, sin estudios, sin trucos escénicos, como la vida misma. Y como la vida misma transcurre la acción en Ladrones de bicicletas, que puede calificarse, sin temor de que se vaya la mano, como la película más humana que jamás se haya realizado.

     En la diezmada Italia de la posguerra, una bicicleta se convierte en la única condición para que un hombre, su mujer y su pequeño de nueve o diez años, sobrevivan al angustioso instante en que les corresponde luchar. En la película, la bicicleta se convierte en un mito, en una divinidad con ruedas y pedales con cuyo concurso –y sólo con él– el hombre será superior a su hambre. Desde la sencillez del título hasta la tremenda sencillez del final, la producción de De Sica no es otra cosa que la angustiosa búsqueda de una bicicleta robada por las calles de Roma, donde hay un vertiginoso, abismal mercado de bicicletas, en el domingo más largo y más despiadado que un hombre haya podido vivir. Algún conocido mío, insatisfecho del espectáculo, me decía: «Esto es una tontería. Un hombre buscando una bicicleta durante toda la película, para al final salirnos con que no la encuentra».

     Creo que es esa la síntesis más exacta de Ladrones de bicicletas. Tan exacta, como equivocada y absurda la afirmación de que es una tontería. Yo quisiera poner al autor de ese concepto en las circunstancias del protagonista. De seguro, sin ser actor ni pretender serlo, representaría su papel con tanta propiedad, con tan angustiosa naturalidad, como lo hace ese hombre para quien la vida no es ya otra cosa que una bicicleta, que puede parecer insignificante a quien se ha fastidiado de todas las diversiones y resuelve refugiarse en un cine, por puro pasatiempo burgués. 

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